martes, 2 de junio de 2009

Un nuevo sentido de justicia: la dignificativa

Tanto la tesis del amor cristiano como el sentido de justicia andino son hoy una misma vertiente fusionada que coincide en darle supremacía al ser por encima de su función y su producción, del mismo modo como hacemos cuando juzgamos a las obras de arte, a las cuales valoramos sin esperar que sean nada más que lo que son: una expresión de belleza. La justicia dignificativa busca elevar al hombre a la calidad de supremo arte y de objeto de amor.

La necesidad de un nuevo sentido de justicia
Una de las primeras acciones que es necesario hacer para que la sociedad cambie de rumbo y se encamine hacia uno más armónico y bello (a nuestro entender, más andino) es modificar el viejo sentido de justicia. La justicia de la manera cómo está entendida actualmente es lo que le da sustento al mundo occidentalizado y viene a ser la columna vertebral de la Sociedad de Mercado.
En este contexto, existe un consenso en aceptar que la justicia es “dar a cada uno lo que le corresponde", entendiendo que cada quien debe recibir proporcionalmente al esfuerzo que realiza o al mérito que tiene (de ahí se deduce que, por ejemplo, los ricos merecen ser lo que son porque son los más capaces y hacen mejor las cosas). También se piensa que es una virtud que nos empuja a dar a cada uno lo que por teoría le pertenece. Por otro lado se cree que un hombre será considerado justo solo cuando sus actos concuerden con el orden social establecido.
Todos estos criterios son argumentos extraídos principalmente de lo que se conoce como el Derecho Romano y del devenir histórico de la sociedad occidental, pero no provienen de las “leyes de naturaleza” como de algún modo se quiere presuponer. Se dice que en el mundo natural se hallan las bases legítimas de la justicia y que de allí se las extrae (por ejemplo, la “ley del más fuerte”), pero no se menciona que en la naturaleza se dan todas las variantes de justicia y de reciprocidad, por lo que mal se haría en tomar solo algunos casos como si fueran la ley universal.
Por el contrario, más común es ver a “la ley de la compensación”, donde tanto débiles y pequeños como fuertes y grandes se complementan, que a la famosa “ley de la selva”, que se supone que hace que el fuerte acaba con el débil. Si esto último fuera cierto solo existirían los animales más grandes, feroces y poderosos, cosa que no es cierta pues en la naturaleza existe una perfecta armonía entre los más aptos y los menos. Solo así se explica porqué se ven animales con ciertos defectos que no son rechazados sino más bien son amparados por el resto de sus congéneres.
Lo que queremos decir es que el concepto de justicia contemporáneo obedece exclusivamente a la lógica occidental y no proviene del mundo natural ni es producto del proceso evolutivo orgánico. No es entonces ni un mandato divino ni una ley física determinista. Veamos a continuación un nuevo tipo de justicia que surge más bien de la lógica del mundo andino y que nosotros hemos llamado justicia dignificativa.

La justicia dignificativa
Así como existe la justicia que considera correcto y aceptable darle a cada cual lo que le corresponde en forma proporcional al mérito o al esfuerzo, existen también otras formas de justicia que se basan en distintas lógicas de pensamiento. Una de ellas es la que valora a los seres por ser lo que son y no por lo que significan. Veamos unos ejemplos de lo que queremos decir.
En el Evangelio cristiano, de inspiración oriental, encontramos la parábola del hijo pródigo, que es un claro intento de esta religión por enseñar otro tipo de justicia. En este conocido texto se le ofrece al hijo que regresa después de gastar su fortuna todo el amor que no merece y eso es lo correcto a los ojos de Dios, para quien ese amor está por encima de la simple justicia proporcional, retributiva, restaurativa y equitativa. Lo mismo sucede en la parábola de los obreros de la viña: los que trabajaron solo una hora recibieron lo mismo que los que lo hicieron toda la jornada. Según los criterios liberales ello resulta totalmente injusto, pero para el Dios cristiano sí es justo, porque lo que vale para Él es la dignidad y el ser del trabajador, del obrero, del hombre, y no lo que éste es capaz de hacer o de producir (su cantidad de producción y su productividad).
Observamos entonces que en esta justicia el ser humano no recibe lo que le corresponde sino lo que por su naturaleza merece recibir. Es decir, el fuerte o el más inteligente, el que puede dar más, no tiene por qué recibir más pues es de suyo el dar lo que da. En cambio, el más débil, que siempre dará menos por ser lo que es, no tiene porqué recibir menos por lo poco que da.
Esto es perfectamente viable y prueba de ello es lo que pasa con nuestra actitud respecto a nuestras mascotas. A nuestros engreídos no los discriminamos ni despreciamos aunque su aporte en el hogar no sea significativo ni valioso. Lo que sucede es que es un aporte emocional, porque nosotros les damos valor por ser lo que son, cosa que no sucede entre nosotros los humanos, que más bien nos despreciamos por ser lo que somos y solo nos valoramos en función a nuestros intereses personales. Al animal lo aceptamos como es pero al ser humano le pedimos que nos entregue algo a cambio. Y si fuese cierto, como dicen algunos, que lo que nos impulsa a ello es una necesidad interna y egoísta de dar para satisfacer nuestro organismo entonces no se explicaría porque el mundo humano no es un Edén de amor y paz. En materia de justicia humana no se aplican las leyes provenientes de la naturaleza, como ya hemos mencionado.
Esta justicia dignificativa pervive hoy incorporada dentro del mundo andino y no es un libro sino una realidad, por lo que podemos decir que es andino-cristiana. Allí lo justo es lo que la persona, el ser humano, merece recibir en calidad de tal y no por lo que pueda o no aportar a la sociedad. En el mundo andino tanto los animales como los enfermos, inválidos, niños y ancianos no son excluidos ni marginados porque ellos son queridos por lo que son y no porque se espera que justifiquen el aprecio pues, si así fuera, dejaría de ser verdadero amor para convertirse en un frío intercambio mercantil o en un altruismo orgánico que se practica por necesidad.
En esta lógica perversa es en la que ha caído Occidente con sus actuales concepciones de justicia (que si fuesen efectivas y exitosas no se explica porqué el mundo se encuentra como está. Algo debe estar fallando en esos planteamientos para que las cosas estén como están).
La justicia dignificativa, andina-cristiana al mismo tiempo, es, a nuestro entender, una justicia que le otorga un valor superior al hecho de ser un ser humano: éste vale de por sí, sin que tenga que demostrar su utilidad. La vida vale por ser vida y no porque pueda servir para algo.

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