sábado, 10 de diciembre de 2011

Filosofía andina, hacia una propuesta alternativa


  1. Primer punto ¿qué es la filosofía?
A diferencia de la mayoría de artes y ciencias la filosofía no goza del privilegio de tener una definición firme y sólida que le permita ser entendida de una misma forma en distintas culturas y épocas. Al explorar su historia es notorio que una de sus características es ser una actividad que se ejerce siempre desde diferentes ópticas y perspectivas, es decir, que parte de su esencia es el cambio y la transformación permanente de su propia identidad. Mientras que la arquitectura ha sido desde siempre la actividad de construir estructuras con fines ocupacionales y la poesía el arte de combinar las palabras para expresar sensaciones de la filosofía no se puede decir lo mismo. Unas veces ha tenido por objetivo el saber, otras el orientar al ser humano, otras el ordenar al mundo y otras el delinear un tipo de cultura. Incluso se refieren a ella como la manera cómo se razona o se conforman las palabras para que éstas tengan sentido. De cada definición o punto de vista han surgido corrientes de pensamiento y, como derivados, distintos enfoques acerca de lo que el ser humano debe hacer con su vida. Incluso se podría hablar de una relación directa entre los intereses de los poderes de turno y las diferentes maneras de filosofar, convirtiéndose la filosofía en una especie de respaldo o justificación del porqué determinado grupo se impone sobre los demás.
En vista de ello no queda más que aceptar que, si bien la filosofía es una actividad propiamente humana y que puede ser ejercida indistintamente, ella no se sujeta a un patrón definido y navega al vaivén de los tiempos. Una primera conclusión de esto sería que ella se presta a la subjetividad de quien la practique y a su interrelación con el poder; algunas veces se la ve sustentándolo y otras enfrentándosele. Además, aunque se lo niegue, el filosofar es visto como algo peligroso debido a la facultad que tiene de modificar las creencias de las sociedades.
Por todo ello se puede decir que es imposible establecer una definición única de filosofía a pesar que teóricamente sí se dice que existe. Lo que se tiene son aproximativos pero sujetos a los cambios que se dan y estos mayormente se asientan en una redefinición de la filosofía como primer paso para crear otro modo de hacerlo. Dicho mediante un ejemplo, para que surja una filosofía cristiana se tuvo que buscar otra interpretación de lo que era el filosofar; si hubieran permanecido los parámetros griegos clásicos ello hubiera sido imposible tanto para San Agustín como para Santo Tomás. Hasta en la época contemporánea se sigue dicho esquema y la filosofía se ejerce según sea el filósofo que afirme que lo está haciendo. El que esto sea aceptado o no por la gente depende de una serie de factores que son más de índole política y social que de principios o teorías propiamente dichas.
Pero desde esta perspectiva se llegaría a la conclusión que cualquier cosa podría ser entendida como filosofía, y eso tampoco es lo ideal. Para evitar ello una primera posición por la que se podría optar es por aceptar su condición peculiar de no poder encuadrársela en un estándar definitivo. La segunda, que ella siempre está íntimamente relacionada con su época y las circunstancias que la conforman. Y la tercera que siempre debe buscar el consenso de la sociedad en donde nace y se desenvuelve para que sea considerada como tal y tenga alguna vigencia.  
Siendo esto así se podría intentar entonces un primer acercamiento de definición al decir que la filosofía es una actividad estructurada del pensamiento cuyo fin principal es elaborar ciertas ideas que los seres humanos tienen sobre sí mismos y sobre su entorno. Al decir estructurada se le está dando una cualidad organizativa específica diferente del simple pensar circunstancial e inconexo.
Es obvio que esta especie de definición tampoco satisfará a nadie o a muy pocos por las razones ya expuestas, pero al menos posibilita intentar una ubicación más cercana a las marchas y contramarchas de la filosofía a lo largo del tiempo. Además, y ello tiene que ver con el objetivo de este trabajo, permite romper el corsé de la definición actual para poder abordarla desde un ángulo diferente a fin de encontrarle otras potencialidades que hasta el momento no son conocidas. De algún modo esto se atiene a lo que se ha dicho acerca del filosofar y de cómo depende de quién lo haga, es decir, que cada filosofía es hija de un filósofo, es su obra y creación, de modo que con cada nuevo pensador aparece en el devenir del tiempo una nueva forma de ver las cosas antes nunca imaginada.

  1. ¿Existirá una filosofía andina?
Esta pregunta debe exigir una aclaración previa: ¿hablamos de una filosofía que se practicó antes de la llegada de Occidente a las tierras americanas y que ya no existe, de una que aún pervive pero escondida tras las bambalinas de los Estados modernos —hechos a la usanza de la civilización occidental— o de una reciente creación que está formada tomando como base ciertos elementos locales? Estos tres planteamientos podrían ser perfectamente válidos dependiendo de qué se quiera sustentar. Si se hiciera un recuento de los esfuerzos por establecer la existencia de tal filosofía andina probablemente todos ellos encajarían dentro de alguna de estas opciones mencionadas. En el caso las ideas aquí planteadas éstas se aproximarían más a la tercera de ellas en vista que lo que se procura es dar una visión contemporánea utilizando referentes autóctonos.
Entonces, retomando la definición de filosofía esbozada en párrafos anteriores, se podría decir que sí existiría una filosofía andina en la medida que un filósofo así lo sostenga. Ahora bien, que éste tenga éxito en su empresa dependerá de factores ajenos a su interés, pero sí podría llegar a elaborar un cuerpo orgánico y con sentido que fuera aceptado por una gran parte de la población. A partir de ahí todo quedará supeditado a los avatares políticos pudiendo ésta convertirse en una filosofía “oficial”, en un “pensamiento subversivo” o en una curiosidad inofensiva con la cual muchos pueden distraerse sin que ello cause ninguna inquietud.

  1. Una redefinición del ser humano
Como se ha mencionado al principio, no existe una sola manera de concebir la filosofía y cada transformación que se ha dado en ella ha implicado una previa redefinición de cómo se la entiende. Por lo visto en esta materia, a diferencia de las ciencias, el objetivo no es sumarse a lo ya establecido sino por el contrario modificarlo, y con cada cambio surgen nuevas filosofías que, dependiendo de su eficacia, pueden llegar a trastocar profundamente las bases de las sociedades existentes. En vista que la actual academia no acepta otra filosofía que no sea la occidental imperante entonces lo que habría que hacer para gestar una nueva filosofía es partir de una enunciación distinta para no caer en las mismas conclusiones ya sabidas. Para ello será necesario empezar desde el principio: desarrollar una propia concepción del ser humano y de ahí deducir todo lo demás.
Hecha esta precisión se podría decir que el hombre casi en su totalidad no tiene ninguna diferencia con respecto a los demás seres de la naturaleza. Hasta hace poco se creía que por lo menos su cerebro era el factor primordial, pero tanto por la observación simple como por las investigaciones científicas está claro que básicamente tanto animales como humanos poseemos los mismos elementos naturales, y que el volumen, masa o funciones de dicho órgano no son suficientes para hacer tal afirmación. Algunos dirán que en lo que somos distintos es en la capacidad de nuestra razón, que nosotros sí la tenemos y el resto no, pero eso no parece ser tan cierto puesto que el razonar es propio de todos los seres vivos para poder ejercer algún tipo de acción y no comportarse como autómatas. Hasta el más pequeño ser razona o evalúa qué hacer ante un determinado estímulo, y no todos sus congéneres hacen lo mismo pues siempre hay quienes optan por otros caminos. En ello se basa la variabilidad y supervivencia de la vida: en que no todos los seres reaccionan de la misma manera sino según su propio criterio.
De ser así no sería nuestra razón la que nos hace humanos. Ciertamente que nosotros la usamos de un modo distinto y que el tamaño de nuestro cerebro y su capacidad es más compleja que la de otros, pero también lo es que, después de millones de años de hacer cosas diferentes a lo que manda la naturaleza, es obvio que nuestros órganos han sufrido variaciones. Dicho de otro modo, el cerebro no es el responsable de lo que somos sino es más bien la consecuencia de lo que hemos hecho.
Entonces si no es el cerebro ni tampoco la razón lo que nos hace excepcionales con respecto al resto de los animales ¿qué es? Al respecto se dan dos versiones: la de un Dios Creador y la de un Diseño Inteligente. En el primer caso el asunto es simple: hay un dios, que no vemos ni podemos demostrar que existe, quien es el directo responsable de lo que somos al habernos puesto sobre la Tierra para que vivamos. Este asunto pertenece a la fe y sobre ello es poco lo que la filosofía puede hacer puesto que no hay posibilidad de evaluar, cuestionar o hacer algún tipo de precisión al respecto. El segundo caso, el Diseño Inteligente, se refiere a que la naturaleza tiene un tipo de proyecto o voluntad propia y que ha planificado desde hace mucho nuestra presencia a la manera de una obra de arte que se va perfeccionando con el tiempo. Seríamos, según dicho programa, el producto más elaborado de ella misma, su culminación, su apoteosis máxima, lo cual apuntaría a convertirnos en superhombres como meta. El problema con esta idea es que se basa en el supuesto de vernos a nosotros como seres superiores, como el último eslabón de la cadena, y ello es algo sumamente subjetivo pues en este juicio somos juez y parte. De igual forma se podría decir también que somos una anormalidad de la naturaleza y, por lo tanto, un “error” de ésta por cuanto, siendo criaturas teóricamente superiores, no somos capaces ni siquiera de saber quiénes somos ni cuál es nuestra función o papel en este concierto que es la vida. Como se ve, las cuatro ideas presentadas, Razonalismo, Evolucionismo, Creacionismo y Diseño Inteligente, tienen cada una sus respectivas dificultades y cuestionamientos.

  1. El impulso filosofante
Deductivamente es posible ir retrocediendo en el tiempo y llegar al punto de quiebre en el cual los humanos dejamos de ser una criatura más de la naturaleza para convertimos en este extraño ser que somos. Ante el panorama la primera pregunta que saltaría a la mente es porqué la naturaleza produciría una entidad que, proviniendo de ella misma, fuera a la larga en contra de todo lo que es y ha establecido. El Evolucionismo resuelve esto diciendo que somos una consecuencia lógica del desarrollo de la vida y, por lo tanto, tiene sentido que existamos. Sin embargo, si este fenómeno fuera algo tan lógico como se afirma tendría entonces que ser repetitivo, no único ni exclusivo, con instancias intermedias y estarse produciendo permanentemente en diferentes especies y a distintos niveles, tal como pasa con todo lo demás en el terreno de la biología. El problema es que la naturaleza no parece tener tal iniciativa y tampoco que la haya tenido en su remoto pasado. Algo tan peculiar como el ser humano no encaja dentro de sus milenarios parámetros y no da la impresión de ser una constante en su forma de operar.
Visto esto lo que aquí se va a proponer es una nueva hipótesis: lo que nos hizo humanos no serían acontecimientos meramente físicos ni místicos sino más bien un fenómeno que hasta ahora no nos podemos explicar y al cual se lo ha bautizado como impulso filosofante. La naturaleza no produce seres humanos espontáneamente —entendiendo a lo humano como un organismo que no se ciñe a sus leyes naturales para sobrevivir. Pero si ella no puede ser “generadora de seres antinaturales” porque es un absurdo —y sin embargo existimos— quiere decir que algo debe haber ocurrido para que no seamos los seres normales que deberíamos ser. El hombre, mal que bien, tendría que ser un animal más, con las mismas estimaciones y conducta que cualquier otro puesto que así es la vida en todas sus manifestaciones. Pero no lo somos y esa es la paradoja. ¿Puede la naturaleza producir seres que renieguen de lo que son? Si nos atuviéramos a los defensores del Diseño Inteligente responderíamos que sí, que la naturaleza es capaz de generar su propia contradicción. Pero entonces, ¿qué de inteligente puede tener crear un ser que va a ir en su contra y destruir la fuente que lo creó?
De modo que aquí hay un misterio, y como tal, deberíamos admitir que ignoramos realmente qué fue lo que pasó (y qué está pasando pues el suceso continúa). Claro, es más fácil salir al paso y hacer una afirmación contundente apelando a Dios o a la ciencia, pero nos guste o no las dudas persisten y a los filósofos no se les pasa eso por alto. Quizá políticamente sea un acierto dejarlas de lado y entronizar tal o cual verdad publicándola en los textos educativos y haciendo lo mismo a través de los medios de comunicación; pero ello es un engaño. Incluso se puede manipular a ciertos filósofos académicos para que reafirmen desde su púlpito la verdad oficial; sin embargo aún así no es fácil desviar el foco del problema. Tarde o temprano toda persona, en un momento de su vida, se enfrentará ante la muerte y allí se dará cuenta que todo lo que se le asegura acerca de nuestro origen y destino no logra satisfacer los cuestionamientos eternos y existenciales. Nadie, ante la tumba de un ser querido, puede evitar pensar: “¿Existirá un dios?” “Y con esto ¿todo se acaba?” “Con la muerte ¿nos desvanecemos como polvo y nada más?” Si las afirmaciones que se hacen desde el poder fuesen incuestionables y absolutas nadie tendría porqué dudar de ello. Se llega entonces a la conclusión que realmente lo que somos sigue siendo todavía algo inexplicable y que lo que hemos hecho es tan solo tratar de encontrarle una justificación ya que, de no hacerlo, caeríamos en la más profunda depresión.  
Ante este drama, ante esta profunda desolación que causa el no entender porqué somos lo que somos, no nos queda otra cosa que acudir a las ideas, a las propuestas que supuestamente nos dan la respuesta salvadora y nos tranquiliza con sus aclaraciones. ¿Y cómo se puede llamar a tal actividad? Filosofía. El ser humano para no caer en la desesperación necesariamente tiene que elaborar un mecanismo que le permita sostenerse como tal, como ser humano, no como animal, y ese es el filosofar. Por ejemplo, la filosofía moderna lo explica todo apelando a las necesidades suponiendo que somos seres de necesidades. Ello no suena mal, sin embargo esa es solo una manera de ver las cosas. No somos solo animales ni vivimos tratando de serlo; por el contrario, procuramos alejarnos del mundo de la necesidad para vivir en el mundo de lo humano, de las apariencias y de las nociones. Todas nuestras ansiedades y temores parten de lo que se da en el artificial mundo creado por nosotros mismos, no por la naturaleza. Si bien las necesidades básicas son fundamentales más importantes son para nosotros las humanas; sin ellas no se explicaría lo que somos ni sucesos sociales como la guerra, que nos lleva a matar y ser matados únicamente por cuestiones de creencias que nada tienen que ver con los hechos materiales.
Este análisis lleva a la suposición que, desde el primer día en que el hombre se dio cuenta que había dejado de ser un animal, lo primero que hizo fue apelar al mismo impulso filosofante que lo “sacó” de su existencia natural para crear, mediante los propios elementos actuantes de dicho fenómeno, un “nuevo orden no natural” evitando de esta forma morir de angustia. Significa entonces que la filosofía sería el primer acto propiamente humano (y el único hasta ahora) el cual tiene por función elaborar sistemas de vida artificiales para que los hombres puedan sobrevivir pese a hallarse dentro de una, para ellos, “ajena y extraña naturaleza” a la que antes pertenecían. Se trataría entonces de un acto desesperado para evitar la terrible soledad de encontrarse en un medio que se volvió súbitamente “hostil y animal”. El enajenamiento de la naturaleza, principal efecto del impulso filosofante, le ocasiona a cualquier ser que lo padezca un estado traumático imposible de soportarse sin una opción alternativa. De ello se desprende también que el factor humano no sería obligatoriamente homínido, o sea físicamente tal como somos nosotros, sino que se podría darse en cualquier otro ser vivo. Basta con que un organismo se sienta fuera de las leyes de la naturaleza e imposibilitado de aceptarlas para que automáticamente se convierta en un ser humano, sin importar la forma que éste tenga. En conclusión, la filosofía sería un método que hace viable que los seres humanos, de este planeta o de otro, homínidos o no, generen una forma de vida que sustituya a la de la naturaleza.

  1. Los métodos filosóficos
Si, como se ha dicho, la filosofía fuera el arte de concebir mundos que reemplazan al de la naturaleza entonces la idea de lo que hasta ahora ella ha sido cambiaría radicalmente. De lado quedarían las viejas definiciones acerca de sus objetivos (la sabiduría, el conocimiento, la verdad, etc.) para pasar a ser una estructura de pensamientos sistematizados que responden a las preguntas más acuciosas del hombre desde su aparición como tal. La filosofía tendría por función elaborar los discursos que explican tanto el origen del ser humano como cuál es la mejor manera de alcanzar el viejo anhelo de superar las consecuencias del impulso filosofante.
Estos discursos se podrían agrupar, en líneas generales, en tres grandes sistemas o métodos, cada uno basado en una específica facultad del organismo: el sensorial, el razonal y el intuitivo. De la facultad sensorial surge el método del mismo nombre que prioriza la información proveniente de los sentidos puesto que sostiene que, si hay algo real, al margen de la opinión humana, es precisamente lo natural, lo que actúa orgánica y materialmente sin la intervención de la voluntad del hombre. Con esta idea dicho método asegura que la manera más adecuada de retornar a la tranquilidad de naturaleza, a sus leyes y enseñanzas, es acogiéndose a ella lo más fidedignamente posible. Por su parte el método razonal afirma que es la razón el único medio por el cual el hombre puede recuperar ese estado primigenio pues solo pensando y organizando lo pensado es cómo se llevan a cabo las cosas. Por último el método intuitivo aduce que lo principal está en saber qué hay detrás de todo el misterio, por lo que la respuesta se encontrará en el indagar acerca de qué voluntades o fuerzas actúan en la naturaleza para que todo sea así, de tal manera que con ello se descubra la pauta que conducirá al inicio de todo.
De cada uno de estos métodos es que se desprenden la mayoría de las corrientes filosóficas que se han dado en la historia. No es que éstas se den en su forma pura pues todas tienen algo de las tres, pero siempre es posible detectar cuál es el principio que priorizan. La hegemonía actual de Occidente lleva a creer que el método que ésta civilización ha seguido, el razonal, es el único existente y válido, pero no es difícil darse cuenta que, con una mirada más amplia de lo que es el proceso humano, las cosas no siempre son como se dicen en el momento en que se pronuncian. Ha habido muchos imperios y cada uno en su tiempo se consideró a sí mismo el poseedor del método correcto, negándoles a los demás la veracidad del suyo. Incluso en el propio Occidente se han presentado distintas tendencias de su método razonal producto de las permanentes influencias de los otros dos (como puede ser el renacer de la ciencia debido a la influencia del método sensorial o las orientaciones orientalistas o espiritualistas producto de las influencias del método intuitivo).

  1. El método sensorial
De los tres métodos señalados el que particularmente interesa en este estudio es el sensorial ya que tiene que ver con el tema de si existió o puede existir la llamada filosofía andina. Como se ha dicho, los tres métodos tienen el mismo objetivo: proporcionarle recetas al ser humano para calmarle la inquietud acerca de su origen, su razón de ser y su destino e intentar devolverle con ello la paz y la integridad con la naturaleza perdidas a causa del impulso filosofante. La diferencia entre ellos está en la manera cómo lo hacen efectivo, empleando para eso cada una de las tres facultades principales conocidas y de las cuales adquieren sus respectivas denominaciones.
Cuando se filosofa considerando a la sensorialidad como el método más seguro de lograrlo la importancia la tiene todo aquello que los sentidos sean capaces de percibir de la realidad. La idea que hay detrás de esto es que asimilando e imitando a la naturaleza el ser humano se acercará más a ella en vez de alejarse ―como ocurrió a causa del fenómeno filosofante. Esa cercanía teóricamente produciría en él una reconfortante sensación de hallarse donde debía estar y haciendo lo que debería hacer, situación que acabará definitivamente con el dolor que significa el ir en contra de las normas establecidas. No es difícil desconocer tal situación debido a que cada vez que por algún motivo nos “liberamos” de la pesada carga de asumir el modus vivendi de ser seres humanos y actuamos naturalmente, desnudos y sin prejuicios, sentimos un alivio muy grande y gratificante. Eso mismo deben haber experimentado los primeros humanos que aparecieron sobre la Tierra —si nos atenemos a los más antiguos mitos que nos revelan de algún modo cuál era la forma de vida de nuestros antepasados.
Dicho esto se podría afirmar que el método sensorial sí es una realidad, que desarrolla una filosofía auténtica y completa, paralela a la razonal —lo mismo que la intuitiva—, solo que hoy es desconocida o negada por quienes practican exclusivamente la filosofía razonal imperante. La filosofía sensorial permite los mismos logros que obtienen las otras dos y quienes la utilizan llegan a alcanzar plenamente las expectativas de las culturas que la han asumido.

  1. Los discursos filosóficos
Toda filosofía, para ser transmisible, debe plasmarse mediante un discurso estructurado. Pero cada método ha desarrollado su propio tipo de discurso. En el caso de la filosofía sensorial los elementos que emplea son los más afines a los sentidos y comprenden: el espacio físico, las percepciones visuales o imágenes, los objetos, los sonidos, las emociones, los olores y las actividades propias del ser humano. Se trata en suma de cuentas de discursos topográficos y cinéticos cuyas unidades de sentido no son el logos ni los símbolos puestos sobre una superficie plana (como en el caso de la escritura). En la filosofía sensorial los ladrillos con que se construyen las ideas son las cosas tangibles y visibles y cómo éstas se manifiestan y se desplazan a nuestro alrededor. Es así que tanto una piedra como un árbol, al igual que cualquier objeto mayor como el Sol o el viento, constituyen las piezas fundamentales para hilar los pensamientos y con ello desarrollar mensajes complejos. Muchas danzas, por ejemplo, son largos discursos filosóficos para quienes las saben interpretar sin que ellas requieran ser traducidas en palabras para ser comprendida. Precisamente a esto, en tal filosofía, se le llama comprender, y dicho acto no pasa necesariamente por un análisis razonal. Lo que se busca en este tipo de filosofía es que el receptor comprenda las cosas, no que las conozca —como sucede en el caso de la razonal— o que las entienda —como pasa en el de la intuitiva. La humanidad, mucho antes de inventar la escritura, filosofaba de modo sensorial y con ello creó muchas de las civilizaciones conocidas. La filosofía razonal aparece tiempo después, cuando ya el factor humano, tal como lo conocemos, estaba completamente desarrollado.

  1. La filosofía andina
Recapitulando lo dicho, se propone aquí que el posible origen de lo humano sea un factor todavía desconocido al que se le ha puesto por nombre impulso filosofante. Cuando ello ocurre, en el ser afectado se produce un “desenganche” de su normal y habitual comportamiento —sujeto estrictamente a las leyes naturales—y toman conciencia de haber adquirido un estado de ajenidad con respecto al entorno en donde se encuentra. Dicha ajenidad lo que le provoca es una inevitable sensación de soledad y abandono, a diferencia de la seguridad y confianza que significaba el estar apegado ciegamente a la naturaleza. Se le ha llamado impulso filosofante debido a que su acción es obligar al ser que lo padece a identificar e individualizar el medio en el que vive y al que ya no puede ver como parte de él, como algo natural e indivisible, sino como una cosa extraña y amenazante, situación que de algún modo es una condición típica del filosofar. Nada produce temor cuando se desconoce, y la naturaleza no asusta a sus seres más allá de su contexto específico pues cada cual vive su propia y única realidad. En cambio con el impulso filosofante se resquebraja este sistema y se producen temores pánicos frente lo que antes no tenía porqué ser percibido, entre ellas la muerte, miedo que va más allá de lo que siente un ser ante a un ataque o una situación riesgosa. Los animales de por sí no conciben la muerte, mientras que el que sufre el impulso filosofante logra precisarla y comprende su magnitud, situación anómala para todo ser vivo y que ocasiona la imposibilidad de llevar una vida plena y sin aprensión.
Todo esto es un drama nada grato y cuyo único remedio ha sido hasta ahora el recurrir al mismo impulso filosofante para elaborar, usando sus propias características filosofantes, diversos paliativos. Se trata entonces de proponer estilos de sociedades que imiten la organización y estructura de la naturaleza donde todo tiene sentido, explicación y encaja en su lugar. De esa manera el afectado, el humano, puede llegar a pensar que está recuperando su interrelación con el medio y que no está perdido ni abandonado en un lugar incierto.
En el caso particular del pensar andino ―y al decir andino se involucra en este concepto a una serie de culturas desarrolladas en las distintas altitudes y latitudes de la cordillera de los Andes― podría decirse que, dada sus peculiaridades, encaja muy bien dentro del sistema o método sensorial, aquel que sostiene su accionar sobre la noción de que, para alcanzar el estado original y recuperar la vida equilibrada, se debe observar a la naturaleza y extraer de su comportamiento las normas fundamentales que el ser humano debe asumir durante su vida. Esta observación e interpretación lo que busca es el comprender, al captar el ritmo y sentido real de las cosas tal como deben ser y no como el hombre las ha deformado por causa del impulso filosofante. El filosofar sensorial se desenvuelve sobre el terreno natural; no utiliza el logos o el estros, que son los elementos propios de los otros dos métodos, sino el factos, que viene a ser la unidad de sentido conformada por las cosas físicas o las acciones humanas ejecutadas sobre ellas. Si vale la comparación, es lo mismo que si, en vez de redactar un libro empleando palabras, esto mismo se hiciera pero usando objetos puestos sobre un determinado espacio. Tanto la lectura gráfica como la fáctica hacen lo mismo: descifrar signos, y quien descifra lo hecho por un filósofo sensorial puede llegar a comprender lo que éste ha querido decir.
Existen diferencias entre los conceptos comprender, conocer y entender en la medida que cada uno de estos conceptos llevan filosóficamente a objetivos diferentes: con el comprender no se busca modificar el interior ni la constitución real de la naturaleza; solo se persigue orientarla y utilizarla. En cambio con el conocer se pretende identificar su estructura básica para formar otras nuevas que la propia naturaleza no ha dispuesto. Con el entender lo que se procura es descubrir qué fuerzas actuantes se dan detrás de cada fenómeno y objeto que el ser humano percibe, pues tal como los ve no son como realmente son.
Con esto se explicarían muchas cosas que hasta ahora, usando el método razonal, no han sido posibles de ser comprendidas debido a la persistencia en encontrar un logos como eje central del pensamiento filosófico andino. Como un ejemplo sencillo se puede mencionar el caso del Cápac Ñan o el gran camino inca del Cusco. Al hacer su recorrido se tiene la sensación de ir transcurriendo por cada página de un libro desde su inicio hasta el final y el cual no es producto de la casualidad sino obra de filósofos quienes pensaron muy bien la manera de trazarlo, colocando en su trayecto los respectivos signos o mensajes que todo caminante debería interpretar. De esta manera se transmiten conceptos, nociones e ideas diversas sobre el mundo y el hombre inserto dentro de él. Lo mismo se diría de ciertos lugares expuestos ante el hombre que habita en la selva y de cómo estos se pueden leer y comprender con solo saber la fórmula.
Se podría objetar esto diciendo que solo se está dándole una interpretación subjetiva a lo natural y que eso no es obra del ser humano. Pero si se observa detenidamente nada por donde el hombre transita ha dejado de ser tocado por él mismo, y hasta la más humilde trocha contiene una lectura. Las altas culturas andinas optaron por este método, del mismo modo que decidieron emplear elementos propios para todo orden de cosas como en la arquitectura, donde escogieron a la piedra como alma máter, o en la contabilidad, donde emplearon hilos o semillas para realizar las más complejas operaciones numéricas. No utilizaron la rueda no por desconocer el círculo ―pues lo usaron en muchas de sus manifestaciones culturales― sino por no considerarlo como el modo adecuado para desplazarse. Mientras para los fenicios la superficie de barro fue la ideal para la escritura para los andinos no lo fue, aunque podría haberlo sido pues conocían perfectamente la capacidad de dicho material para perpetuar los signos. La inteligencia no consiste en aplicar todo lo que se tenga a la mano sino en servirse bien de aquello que se sabe manejar.
Cada día se descubren nuevas culturas milenarias en el mundo andino y con ello el reto de comprender su modo de filosofar aumenta. En todos los casos lo que se nota son distintas y variadas propuestas o rutas a tomar, algunas contradictorias con otras, lo que revela algo que es común al filosofar y es que no se trata de un pensar monocorde y uniforme sino de un sinfín de proposiciones hechas por otros tantos filósofos con espíritu crítico. Querer unificar miles de años de vivencia a través de una sola expresión simbólica, mítica o filosófica es un error tan grande como querer tomar un solo idioma ―por ejemplo el quechua― como el único válido, dejando de lado los muchos otros que hubo y que todavía se dan. Esa es la explicación de porqué en este trabajo no se considera conveniente que se deba buscar en las palabras o logos andinos la esencia de su filosofar puesto que ello fue empleado solo para el habla, para la comunicación. El verdadero filosofar andino está plasmado en la misma naturaleza a la cual pretende imitar, hecho que abarca expresiones humanas tan variadas como la música, la danza o el arte.

  1. Conclusión
Al abandonarse la definición clásica de filosofía hecha desde la mirada occidental, aparecen nuevas posibilidades de ampliar su campo de acción y sus potencialidades. De ese modo caben opciones no contempladas antes, entre ellas la existencia de una filosofía andina. Ésta se ejerce plenamente pero no empleando el logos, la palabra ―como se hace en Occidente― sino utilizando el factos, que es una unidad de sentido que comprende todos los objetos de la naturaleza más los hechos humanos. Con ello es posible construir discursos filosóficos que tienen por objetivo el cumplir con la finalidad última del filosofar que es el procurar devolverle la tranquilidad al ser humano perdida por causa del impulso filosofante, responsable de su humanización y alejamiento de la naturaleza.

  1. Coda
Lo que se ha querido expresar aquí es tan solo un acercamiento a una nueva manera de ver las cosas, no así exultar una idea que puede sonar muy bien pero que puede ser vana o equivocada. El objetivo ha sido simplemente motivar a quien escuche a que se incentiven en su mente otras posibilidades que puedan resolver viejos enigmas o inspirar mejores caminos hacia su entendimiento. Como se dijo al principio, si no se osa abrir senderos donde parece no ser viable es difícil ejercer la filosofía y solo se termina repitiendo lo ya consabido sin opción a salir de tal círculo vicioso. Ojalá que estas reflexiones cumplan con ese anhelo y sirvan en la mejor medida para encontrar las respuestas que desde siempre el ser humano ha tenido.