jueves, 4 de junio de 2009

Los cambios sociales actuales y el futuro del poder en el Perú

De niño recuerdo cómo, en la Lima de los 50s, tanto la radio como la televisión eran medios privilegiados para las clases altas y medias, por eso los mensajes estaban dirigidos a ellos (el tío Johny, Kiko Ledgard, High Life, etc.). Claro, habían excepciones como los programas madrugadores que escuchaban las sirvientas de aquellos tiempos (El Sol en los Andes de Luis Pizarro Cerrón, por ejemplo, en radio El Sol), pero eran comunicaciones de “segunda categoría” que no reflejaban el verdadero “nivel cultural del Perú”.

La sorpresa vendría años después, cuando, asombrados, los ex niños de clase media miraflorina veíamos cómo, en vez de “avanzar” hacia la modernización del país —hacia el blanqueamiento y occidentalización— más bien “retrocedíamos” hacia su “cholificación” y aparecían cada vez más “cobrizos” en los medios de comunicación, mientras que los blancos desaparecían.

Ciertamente el señor Matos Mar —obviamente desde el punto de vista del “otro”, del blanco invadido— anunció con cierto dramatismo el llamado “desborde popular” (¡mamita, nos invaden los cholos!), lo cual fue considerado, en el medio cultural de entonces —los intelectuales de la Católica de los 70s— como una señal de alarma para el imaginario colectivo del Perú (“somos un país católico-occidental-blanco-en vías a la modernidad”).

El asunto se agravó en los 80 producto de la guerra subversiva que no fue vista en Lima (el Perú, oficialmente hablando) como un asunto político sino más bien reivindicativo, envidioso y revanchista por parte de los cholos, siempre traidores y celosos de la capacidad intelectual y humana de los blancos. Pero más traumático que el fallido atentado al Banco de Crédito en Tarata —y el desvío de las camionetas-bombas hacia el otro extremo de la calle debido a la reacción de los vigilantes (que salvó al banco pero mató a las personas)— fue ver a Maritza Garrido Lecca (¡una blanca, cómo es posible eso!) colaborando… ¡con los cholos, nuestros sirvientes! Fue algo que dejó perpleja a la hoy comunidad de Asia (que en ese tiempo recién se estaba formando).

A partir de ese día se instauró el pánico en la aristocracia peruana puesto que este fenómeno meramente “racial y envidioso” del terrorismo dejó de ser un asunto de “cholos contra blancos” para convertirse en algo peor: un tema ideológico, el mayor peligro para cualquier sociedad. Para ese entonces ya estaba el cable en Lima y las 5 mil familias dominantes del Perú escogían su señal para “verse” reflejadas en su modelo de vida (el norteamericano) y seguir contemplando a un muy blanco sucesor del Tío Johny en su moderna versión en canal 6.

Mientras tanto la televisión abierta había sido tomada por asalto por las mayorías, por el rating, por la dictadura del pueblo (ante lo cual las empresas vendedoras extranjeras no podían rehusarse) y ya en los 90 y 2000 la apocalíptica predicción de Matos Mar era una realidad: la sociedad peruana estaba conformada en su mayoría por los “infames, desconocidos, serviles y pezuñentos” hijos de Túpac Amaru, ante lo cual había ya muy poco por hacer. En mala hora, según la comunidad blanca pro extranjera nacional, esa masa de ex peones de hacienda había sido “educada”, lo cual implicaba que “pensaban”; y, si pensaban, hablaban, y si hablaban, pretendían igualarse. En mala hora Velasco, Sendero, Alicia Maguiña, Tiempo Nuevo y todos los que trataron de “reivindicar” a los que no debían.

Finalmente, a mediados del inicio del 2000, ocurrió la verdadera gran tragedia: el humalismo, el cholo que pretende, ahora sí, tomar el poder, no solo económico, sino el político, con todas las consecuencias que ello implica (ante lo cual, hasta los izquierdistas blancos tuvieron que hacer causa común con sus parientes). ¿Remedios? El primero: renacionalizar a todas las familias peruanas de alta sociedad como extranjeras (ahora son casi todas son norteamericanas, italianas, polacas, alemanas, inglesas, etc. según sus pasaportes). La idea detrás de esto es: cualquier agresión y/o confiscación por parte de algún “Chávez peruano” se convertirá en un asunto internacional, enganchando así sus intereses con los de sus nuevas naciones. Eso llevaría al nuevo gobierno peruano a cuidarse de cualquier atentado contra las propiedades de los peruanos-extranjeros residentes en el Perú. El segundo: detener lo que parece inevitable: la cholificación del Perú.

Pero ¿se acabará con esto el problema? No. Porque, más allá que fenómeno social, lo que vivimos es un fenómeno civilizacional e histórico, un proceso que se viene dando desde hace décadas y que no ha podido ser leído nunca desde las aulas universitarias —ya que ellas solo cuentan con instrumentos occidentales para medir la occidentalidad y no los fenómenos no occidentales. Este suceso ya está empujando la puerta, y detrás de ella el Estado occidental y moderno del Perú solo ha puesto una silla. ¿Cuánto más durará sin ser atravesada? No lo sabemos. 

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