domingo, 18 de septiembre de 2011

El mundo andino y los retos contemporáneos

Ponencia a cargo del filósofo Luis Enrique Alvizuri en la mesa redonda “Racionalidad de los pueblos ancestrales y el desarrollo sostenible” dentro del marco del Primer Encuentro Internacional sobre Educación para el Desarrollo Sostenible, Movilización en defensa de la vida frente a un futuro incierto. (Lima, 8, 9 y 10 de junio de 2011).

Distinguidos señores:

Es para mí muy grato poder estar presente esta noche en tan importante panel junto a las distinguidas personalidades que lo integran. Agradezco previamente a la organización el haberme invitado y espero estar a la altura de las circunstancias. El tema en cuestión es “La racionalidad de los pueblos ancestrales y el desarrollo sostenible”, y al respecto quisiera iniciar mi presentación con un comentario. La denominación de pueblos ancestrales es, en mi opinión, un tanto discutible puesto que presupone la idea de un aislamiento y una política de preservación que no se condice con la realidad puesto que tales pueblos, en su mayoría, ya están incorporados a la llamada Comunidad Universal debido al intercambio de información con la consiguiente modificación de conducta que ello supone. En pocas palabras, se trata de pueblos actualizados y, en muchos casos, modernizados, si bien no totalmente. Por otro lado la palabra diera la impresión que solo ellos provinieran de un pasado remoto cuando en verdad todas las personas que estamos sobre el planeta descendemos del mismo tronco común, por lo tanto, un neoyorkino es tan ancestral por sus raíces como un fueguino o un ona. Pienso que se debería buscar una denominación más adecuada a tono con la apertura y respeto que hoy se le quiere dar a la interculturalidad.

Pasando al tema en cuestión, quisiera pedirle al auditorio que tenga la paciencia y comprensión para escuchar algunas reflexiones e ideas poco convencionales que son producto de mis propias elucubraciones. Esto por cuanto yo trabajo particularmente el tema de la filosofía andina y ello me obliga a buscar conceptos y propuestas fuera del ámbito del pensamiento convencional.

En primer lugar, soy de los que piensan que el mundo andino no es un sinónimo de pasado ni de folclor, una visión más turística que social. Es mi opinión que estamos ante una civilización muy viva y actual, no congelada en una etapa pretérita, y que constantemente se encuentra renovándose y asimilando la época que le toca vivir. Lejos de la perspectiva tradicional —que da a entender que las culturas no occidentales se dedican solo a mantenerse tal como eran al momento en que aparecieran los occidentales— creo que la mayoría de las culturas vivas continúan con sus procesos de desarrollo propios incorporando el factor ajeno en sus esencias. Precisamente su capacidad de asimilación es lo que demuestra que están activas, a diferencia de otras de las cuales solo quedan sus restos como expresión de museo y que son objeto de un estudio histórico más no de campo.

Esto es sumamente importante para evaluar mi posición pues ello cambia radicalmente el punto de vista. La mayoría de los que estudian dicha cultura solo la abordan con una mirada antropológica considerando a sus elementos no occidentales como los únicos válidos sin darse cuenta que toda cultura es un proceso de incorporación de valores, costumbres, filosofías y ciencias provenientes de todas partes. Es así que, por ejemplo, no se acepta que el idioma castellano sea también andino al igual que la religión cristiana y otros usos y tradiciones. Se contempla solo aquello que parezca menos occidental con lo que se termina por configurar una imagen ubicada instantes antes de la llegada de los europeos, hecho acaecido hace más de 500 años.

La persistencia en el uso del quechua o el aimara como elementos básicos identificatorios, lo mismo que asumir la tecnología campesina actual como si no hubiese habido otra más urbana y elaborada, deforman la realidad e impide establecer un juicio certero de cómo ha evolucionando dicha cultura y en qué instancia se encuentra hoy. Esto trae como consecuencia la creencia popular que hablar de lo andino es referirse a un tiempo remoto, a algo no existente o solo visible en su expresión agraria sobreviviente (visión influida por una egiptología banalizada y el cine de aventuras). De ahí que es lógico que a dicha cultura se la vincule con la pobreza, el atraso, el abandono y demás apelativos inferiorizantes. En última instancia se termina por creer que lo andino es un sinónimo de “en vías de extinción”, de incapacidad de incorporar la realidad presente y de marginalidad y explotación.

Pero si cambiamos esta óptica descubriremos no solamente que ella está viva y creciente sino que porta una serie de propuestas que incluso pueden competir como planteamientos serios para reemplazar aquellos obsoletos o cuestionados provenientes de Occidente. La tendencia contemporánea es a reafirmar nociones filosóficas hasta hace un tiempo rechazadas y que propician la relación hombre-materia pero en igualdad de condiciones, frente a la idea cartesiana de hombre versus naturaleza, la cual tenía que ser vencida y dominada para que estuviera a su servicio. Hoy se ven las consecuencias desastrosas de esa forma de pensar y el mundo entero se encuentra a la búsqueda de ideaciones menos perniciosas en vista de los resultados provocados por los excesos de la Modernidad. Pero para ello se deben superar ciertos escollos o prejuicios como los anteriormente mencionados y considerar que muchas de las culturas llamadas “ancestrales” pueden aportar con sus conocimientos y visiones de la vida a construir un nuevo imaginario colectivo para la humanidad. El primer paso, como ya se dijo, es no verlas muertas o inferiores pues eso, de arranque, significa aislarlas y menospreciarlas. Luego debe abordárselas en paridad de condiciones y no con la soberbia del investigador clásico que afronta el tema más como una aventura misteriosa que como un intercambio de experiencias.

Pero no quiero eludir el punto central del tema que es la racionalidad. En ello nuevamente expongo mis modestas discrepancias puesto que se parte de un supuesto de que lo que identifica al ser humano es la preeminencia del uso de la razón como si ésta fuera el eje central para describir al género homo. Es comprensible que aún quede tal idea antigua debido a su inveterado arraigo, pero desde una perspectiva más renovada se encuentra cuestionada debido a que, en principio, sobredimensiona una parte sin contemplar la interacción con el todo (el ser humano es más que su razón, también está su cuerpo, sus pensamientos, sus sentimientos, su vivencia interior, etc.) y por otro lado la racionalidad ha sido solo uno de los caminos asumidos por el hombre para construir su mundo: también ha empleado sus sentidos y su intuición.

Si consideráramos que la filosofía fuera, no solo una especulación vana y ociosa como dice hoy, sino la configuración de las estructuras básicas para la elaboración de sociedades entenderíamos el porqué existen las diferencias entre las culturas. Así como ha habido aquellas que vieron la realidad con el orden y secuencialidad de la razón y sobre ello hicieron contextos similares, igualmente se han dado otras que emplearon la sensorialidad y los sentidos, para tratar de interpretar y acomodar el mundo al ser humano. Y además hubo otras que optaron por la intuitividad como mecanismo fundamental para su interrelación con la realidad. Tendríamos así tres vías distintas con tres maneras de ver al fenómeno humano en su transcurrir sobre la Tierra. Sería problemático intentar, en culturas no racionalistas, el encontrarles su racionalidad como factor principal sin contemplar que para éstas lo más importante es su relación directa con la naturaleza o su interrelación con las fuerzas desconocidas de la misma, del mismo modo que sería más provechoso no usar criterios culturales propios para medir y comprender a los demás sino más bien salirse de ellos para descubrir o innovar otros que posibiliten la cercanía y la apertura a diferentes visiones de la vida.

Dando estos pasos iniciales sería viable el suponer futuras experiencias que permitan reinterpretar conceptos que tienen el problema de provenir exclusivamente del lado occidental sin recibir los aportes de otros frentes culturales. Nociones como ‘desarrollo’ tienen que presentarse lo más desnudas posibles, sin las connotaciones economicistas actuales, para que sean recipientes que se puedan llenar con los criterios y valores provenientes de aquellos a quienes queremos incorporar en un proyecto común que traspase las barreras de lo personal para convertirse en un universal. El mundo tiene que ser visto, entonces, no como una prolongación de la occidentalidad sobre los pueblos de la Tierra sino como una integración y confluencia de todos aquellos que compartimos el mismo drama de ser seres humanos.

Muchas gracias.