martes, 23 de junio de 2009

Sobre la filosofía y la ciencia en el mundo contemporáneo

Una de las recientes creencias en el mundo occidental es la que dice que la filosofía no es otra cosa que una asistente de la ciencia, pues ésta última es la que revela la verdadera esencia de las cosas, mientras que la filosofía solo ha especulado imaginativamente pero sin conocer realmente nada con certeza. Esto ha llevado a que el mundo actual viva apegado a esperar que la ciencia le dé la respuesta a todas sus preguntas. A este afán desmesurado por aguardar todo de la ciencia se le llama cientificismo.

Existen una serie de falsedades muy comunes hoy en día. La primera de ellas es asociar a la ciencia con la verdad y el desarrollo humano. El hombre contemporáneo, asombrado como siempre por lo que es capaz de hacer, piensa, al igual que como lo describe el mito de la torre de Babel, que ha llegado al grado más avanzado de conocimiento de todos los tiempos, creyendo que todo lo que existe actualmente es la culminación de lo más grande que éste puede lograr. Al hombre de todos los tiempos lo que más fácilmente le asombra son sus propias obras materiales y trata de envanecerse siempre de ellas, midiéndose a sí mismo de acuerdo con la capacidad que tiene para realizarlas. Entonces no es extraño que, debido al nivel de las ciencias actuales, considere que éstas son lo mejor que el ser humano puede tener, quedando así relegadas muchas cosas, como la filosofía, en la lista de orgullos. Así comprobamos que la humanidad siempre se ufana más de sus obras arquitectónicas y tecnológicas que de sus pensamientos.

La ciencia es conocimiento, por lo tanto es poder

La sociedad contemporánea ve que los beneficios de la ciencia no solo son para asombrarse de ellos sino que también le brindan lo más importante: poder, mientras que la filosofía, en cambio, dificulta la integración del ser en su sociedad al plantearle dilemas complejos que “distraen y atormentan las mentes de la gente”. En vista entonces que la ciencia con la tecnología aportan muchísimo más que la filosofía para la vida útil del hombre se ha terminado por condenar a ésta a dedicarse al servicio de la ciencia, como si de una esclava se tratara, para atenderla y engrandecerla y hacer que se vea lo más importante posible.

Con todo eso lo único que se ha logrado es convertir a los aprendices de filósofos en teóricos de la ciencia, cosa que en realidad no los hace filósofos porque esa no es la función de la filosofía.

A las puertas de la destrucción

Hoy vemos que, si bien la ciencia es una herramienta, ahora se ha vuelto una droga sin la cual el hombre moderno ya no puede vivir. Depende mucho, totalmente diríamos, de ella; y si ésta desapareciera, moriría él también. En un panorama como éste es difícil pensar que la filosofía tradicional occidental pueda enfrentársele puesto que, como toda droga, es ya imposible de erradicar del paciente; solo queda esperar su lento final. Lo que hace falta entonces es rescatar otras formas de hacer filosofía para crear, sobre esa base, unas nuevas que devuelvan las esperanzas a la humanidad de poder encontrar la explicación de su camino. Seguir aferrados a que el mismo cadáver, Occidente, pueda generar su propia cura es un grave error cuyas consecuencias las pueden sufrir, no solo la especie humana, sino también el planeta Tierra.

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