domingo, 28 de junio de 2009

Lo andioamericano no es una raza sino una nación

“Divide y vencerás” dice el refrán y eso es lo que siempre busca el dominador: que los pueblos sometidos no se sientan partes de una misma nación sino, por el contrario, muchas y opuestas entre sí. Por eso sostienen la idea de que en Latinoamérica existen diferentes pueblos con distintos idiomas y culturas que, por no tener nada en común, deben existir de manera individual e independiente. Pero esa es solo una forma de mirar las cosas porque todas las naciones, incluyendo a las más poderosas, son conglomerados de etnias, idiomas, culturas totalmente diversas y, en muchos casos, en permanente conflicto, agresión y explotación mutua. De modo que, afirmar que andinoamérica no puede ser una sola nación carece de un sustento real y solo es un esfuerzo para que no se engendre un enemigo que puede ser peligroso para las pretensiones de las grandes potencias de apoderarse de sus recursos y sus territorios.

Es muy común en los países latinoamericanos que sus habitantes se marginen y dividan por cuestiones meramente culturales y raciales. En cada sociedad de este continente existen la clase blanca, culturalmente occidental, y luego un sinfín de “razas y culturas” menores, no en número sino en “calidad”, que no poseen el poder y, por lo tanto, no acceden a los privilegios de la Modernidad de Occidente. Nadie piensa que un blanco latinoamericano con dinero y cultura pueda sostener que él sea “hermano” o “paisano” de un “indio” o “aborigen”. Esta situación lo que esto genera es un enfrentamiento, no político pues eso surge después, sino social, el cual trasciende los intereses inmediatos de la política contemporánea y que viene durando varios siglos. Esto echa por tierra la tesis de que, los actuales problemas latinoamericanos son por cuestiones únicamente actuales y solo por cambios en el poder.

Los problemas no son de ahora

Viven, entonces, las naciones andinoamericanas, una lucha y una tensión permanentes al interior de sus sociedades pues éstas se sostienen, no en unas leyes que son meramente declarativas, sino en la posesión de los beneficios en las pocas manos de los “occidentaloides”. Estos se respaldan siempre en las fuerzas armadas, formadas y educadas exclusivamente para defender una idea de nación que responde al credo occidental y que ve en las “razas inferiores” un peligro constante de subversión (a pesar que los militares en su mayoría provienen de esos grupos nativos). Eso explica por qué es recurrente que cada cierto tiempo estallen las contradicciones. Pero la astucia de las clases dominantes está es disfrazar, ante sus connacionales y los otros países, estos conflictos como si fueran solo pugnas meramente político-ideológicas llevadas a cabo por grupos organizados que aspiran al poder. De ese modo es cómo tapan los trapos sucios de casa para exhibir un pleito aparente pero que en verdad no lo es.

¿Civilizar es occidentalizar?

Los menos interesados entonces en que las naciones andinoamericanas tengan una idea unitaria que traspase lo cultural y racial son los occidentaloides dominantes, poniéndose ellos en la punta de una supuesta pirámide en la que todos los habitantes se ubican en algún lugar de ella y donde el objetivo de la vida es “progresar”, lo cual significa pasar de un nivel al inmediato superior, esfuerzo que implica dejar de ser “indio” para convertirse en “occidental”, tanto en pensamiento como en acción. De ahí se desprende el interés permanente de los occidentaloides en no considerar a los que no son como ellos como “atrasados” a quienes hay que occidentalizar a la fuerza (porque estos siempre se resisten al avance de la “civilización”). Por eso, cuando se habla de lo andino no como etnos (raza) sino como ethos (identidad), los dominantes lo rechazan abiertamente porque ello representa una amenaza al concepto de nación que han construido y que los sustenta en el poder, que es el que se basa en el etnos (y donde el progreso es entendido como el traspaso de una civilización determinada a la occidental, que incluye el “blanqueamiento”, el aprendizaje del idioma, los usos y costumbres occidentales, etc.).

Lo andino no es una raza: es una nación

Pero lo andino es en verdad no una raza, ni un idioma, ni unas costumbres, ni un pueblo en especial, ni una vestimenta, ni una música, ni un pasado o una artesanía. Esa es la visión del dominante, del que no se siente para nada parte de ese mundo y que quiere que éste permanezca como una expresión no oficial, marginal, que no se entronca con el criterio occidental de desarrollo al que más bien se opone y lo estorba. Para ellos la eliminación tanto mental como física de las otras civilizaciones sería lo ideal porque allanaría el camino hacia la Sociedad de Mercado y a la implantación de una civilización única, Occidente, tal como está planteado por los grandes capitostes de las empresas transnacionales, según se desprende de los documentos filtrados de sus conciliábulos secretos llamados Bilderberg, Consejo de Relaciones Exteriores, la Trilateral, las logias masónicas, la B’nai B’rith, etc.

Sí existen diferencias con Occidente

Lo andino es en verdad un ethos, una identidad más allá de las características raciales o culturales que más bien las agrupa y las unifica sin eliminarlas. Si algo caracteriza a lo andinoamericano es su respeto a la biodiversidad que incluye también a los seres humanos (puesto que nosotros también somos parte de la vida) por lo que es natural que no vea las diferencias como desunión sino como complemento (pues otra de las características que tiene es la complementariedad, en la que los elementos no se enfrentan y anulan sino más bien se apoyan, como pasa en los rompecabezas). Esta lógica es la que se observa, por ejemplo, en los mercados andinos que, a diferencia de los occidentales, nadie intenta “competir” para “ganar” y “sobresalir” y hacerse “rico y poderoso”, sino más bien de lo que tratan es de compartir equilibradamente el producto total de las ganancias, lo cual no anula la individualidad de nadie si no lo que no se da es la individuación del capital final, que es algo diferente. Tanto el comerciante andino como el occidental son individuos que se esfuerzan por hacer lo mejor posible su oficio; la diferencia está en que, en el andino, no existe la idea de la apropiación de los resultados del esfuerzo en un solo individuo.

Definiciones occidentales para no occidentales

Y todo esto no es producto de los que dicen que se trata de un “comunitarismo andino” como si fuese un invento más de Occidente trasplantado a América. Esta forma de ser y de vivir, muy por el contrario, está incorporada a la lógica de nuestra civilización, y no necesita de calificaciones que se prestan más a confusión que a una descripción. El comunitarismo es una visión europea de cómo Occidente NO ENTIENDE a los otros pueblos, no cómo los entiende. Es una manera fácil de agrupar en un solo cajón todo aquello que la razón occidental no puede comprender (algo así como el nombre de “World music” que le han puesto a todos los géneros musicales que no son de su civilización). Pero en ese genérico se encuentran muchas sutilezas que, bien analizadas, no son tan simples de calificar de “comunismo primitivo” pues no lo son. La mentalidad andinoamericana no es racionalista, por lo tanto mal haríamos en pensar que aquí se haya desarrollado una forma colectivista que es producto principalmente de una organización racional del espacio y de la sociedad.

Hacer nación es tarea nuestra

Finalmente, si consideramos que andinoamérica no es una raza sino una nación lo que se debe empezar a hacer es ir eliminando de nuestra mente la idea de que lo andino tiene que venir de la sierra, tiene que expresarse en un idioma prehispánico, tiene que estar vestido “folclóricamente” y tiene que poseer un determinado color de piel. La andinidad está más bien en la idea de nación que tenemos, en los valores que ella representa, en la promesa de ella ofrece de no destruir el mundo sino, al contrario, defenderlo de la enfermedad de la explotación. Eso y mucho más es la esencia de lo andino y a eso es a lo que debemos apuntar tanto en nuestras expresiones diarias como en las nociones de educación y formación de nuestras futuras generaciones.

sábado, 27 de junio de 2009

Perú y los dos modelos de desarrollo en pugna

Nunca como ahora, con lo que está ocurriendo en el Perú, se ha hecho más palpable el combate ideológico que se da entre dos modelos de desarrollo. Pasada ya la idea de que el modelo alternativo al Capitalismo era el Comunismo —puesto que ambos son finalmente de origen y esencia occidentales— actualmente la única opción contraria al Neoliberalismo o a la Sociedad de Mercado no proviene de esa misma civilización sino de otra: de la civilización latinoamericana o andinoamericana.

Los últimos sucesos de Bagua, en la amazonía peruana, sirvieron de detonante para que las caras y caretas que escondían los verdaderos pensamientos y sentimientos de la gente se cayeran. Por un lado la clase gobernante, heredera de un legado de más de 500 años de colonialismo, ha dejado entrever desembozadamente que a lo que le teme es a que le quiten el sustento ideológico que la mantiene en el poder: su modelo de desarrollo capitalista y su estrecha relación con el gran capital internacional. Mientras que, por el otro, los pueblos desheredados de este continente han logrado soltar un grito contenido durante siglos y han dicho que ellos no creen en ese modelo porque éste nunca ha cumplido lo que prometía: la felicidad y una sociedad de bienestar.

Los dos modelos

Estamos entonces ante dos conceptos, dos ideas distintas provenientes de dos realidades históricas y dos civilizaciones diferentes. La una, Occidente, impone su modelo por la fuerza de sus ejércitos; la otra, la latinoamericana o andinoamericana, rebusca en sus raíces para encontrar cuál es la esencia que hace que ellos sean como son y puedan salir adelante en la vida, a pesar de que se los combate y se los persigue. Las reacciones no se han hecho esperar. En el caso peruano, la clase gobernante —caracterizada principalmente por sus rasgos raciales blancos, su cultura occidentalizada, sus vínculos con los capitales extranjeros y su apoyo incondicional al pensamiento occidental— ha salido a denunciar públicamente la aparición de un modelo “extranjero” que pretende socavar las estructuras de la república.

Lo “extranjero” viene desde adentro

Lo más interesante del caso es que se acusa de “extranjero” al modelo que corresponde al de las naciones andinoamericanas y que les está permitiendo, no solo soportar la crisis internacional —gracias a sus relaciones locales de producción— que afecta principalmente a los que están estrechamente relacionados con la economía internacional, sino también tener sobradas razones para creer que sus estructuras son más efectivas para llevar el tan mentado “bienestar” a todos los habitantes de una sociedad. El problema está en que esto amenaza la supremacía del “pensamiento único” occidental que afirma que no existen varias sino una sola civilización, Occidente —sobreentendida como la Civilización— y que ella es la más adecuada, apta y beneficiosa para toda la humanidad. Le ha salido entonces, a la cultura occidental, un competidor en el arte de conducir más eficientemente a una sociedad.

Calidad de riqueza versus cantidad de riqueza

El modelo andinoamericano ciertamente aún no está claramente expresado en el lenguaje que un occidental pueda comprender. Eso no significa que un andinoamericano no lo entienda; lo que está faltando hasta el momento son los intelectuales capaces de poder traducirlo al “idioma” occidental, que es esencialmente racional. Esto se debe al prejuicio de ellos mismos y a los mecanismos del sistema que trata de negar hasta el final la existencia del otro, del competidor. Es lo mismo que ocurrió en el caso de Bagua, donde hasta que no aparecieron los muertos no se quiso aceptar la existencia como peruanos, como individuos, de los nativos. Hasta ese momento eran “seres salvajes que no entienden, por su atraso cultural, el desarrollo y el progreso de la humanidad”. Este discurso ahora tendrá que cambiar porque resulta que esas culturas “salvajes, atrasadas e ignorantes” más bien tienen otra visión de la vida y del mundo y están dispuestas a demostrar que son más eficientes que la actual occidental para generar una riqueza de calidad y no de cantidad, que prioriza la distribución, y que pueden constituirse en sus sucesoras.

Felicidad versus armonía

Pero si bien no hay intelectuales que quieran ver así las cosas —porque provienen en su mayoría de una extracción occidental y ven a las otras culturas como folclor o como objetos de estudio antropológico— podemos augurar que poco a poco la verdad irá saliendo a la luz e irán apareciendo estudios que demuestren lo que estamos diciendo. Por lo pronto, podemos ir adelantando que, mientras el modelo de Sociedad de Mercado se basa en la filosofía de la Modernidad, que plantea que el dominio científico de la naturaleza le da al hombre poder y esto a su vez le procura bienestar y felicidad, el modelo andinoamericano se sustenta en una filosofía no racionalista (que no es lo mismo que irracional) que no cree que la razón sea la medida de todas las cosas puesto que el hombre actúa diariamente más con sus sensaciones, emociones e intuiciones que con su razón (la mayoría de las mujeres, artistas y niños del mundo lo hacen y no por eso viven fuera del mundo). Por eso el modelo lo que promete es que a la naturaleza no se la debe usar como objeto para producir poder ni riqueza sino se debe convivir armoniosamente con ella, y que el fin último del ser humano es alcanzar, no la felicidad, porque eso es un imposible, ni el bienestar, porque los más ricos de los ricos siguen siendo infelices, sino la coexistencia y el equilibrio con el medio y con los otros seres vivos. En pocas palabras, es preferible vivir en armonía que buscar una felicidad que nunca llega.

Es la hora de los filósofos

Desarrollar estos conceptos desde sus bases es tarea de filósofos, quienes deberán encontrar las causas y motivaciones que esto conlleva. Mientras tanto, la lucha ideológica se irá desencadenando cada vez más agudamente, teniendo como campo de batalla las mentes de los andinoamericanos, hoy particularmente los peruanos, quienes ya se sienten más seguros que el modelo occidental definitivamente ha fracasado, poniendo en peligro a la Tierra, mientras que el suyo sí funciona, no mata a la vida, y está resolviendo los vacíos y contradicciones que el moribundo modelo occidental no ha podido llenar.

martes, 23 de junio de 2009

Sobre la filosofía y la ciencia en el mundo contemporáneo

Una de las recientes creencias en el mundo occidental es la que dice que la filosofía no es otra cosa que una asistente de la ciencia, pues ésta última es la que revela la verdadera esencia de las cosas, mientras que la filosofía solo ha especulado imaginativamente pero sin conocer realmente nada con certeza. Esto ha llevado a que el mundo actual viva apegado a esperar que la ciencia le dé la respuesta a todas sus preguntas. A este afán desmesurado por aguardar todo de la ciencia se le llama cientificismo.

Existen una serie de falsedades muy comunes hoy en día. La primera de ellas es asociar a la ciencia con la verdad y el desarrollo humano. El hombre contemporáneo, asombrado como siempre por lo que es capaz de hacer, piensa, al igual que como lo describe el mito de la torre de Babel, que ha llegado al grado más avanzado de conocimiento de todos los tiempos, creyendo que todo lo que existe actualmente es la culminación de lo más grande que éste puede lograr. Al hombre de todos los tiempos lo que más fácilmente le asombra son sus propias obras materiales y trata de envanecerse siempre de ellas, midiéndose a sí mismo de acuerdo con la capacidad que tiene para realizarlas. Entonces no es extraño que, debido al nivel de las ciencias actuales, considere que éstas son lo mejor que el ser humano puede tener, quedando así relegadas muchas cosas, como la filosofía, en la lista de orgullos. Así comprobamos que la humanidad siempre se ufana más de sus obras arquitectónicas y tecnológicas que de sus pensamientos.

La ciencia es conocimiento, por lo tanto es poder

La sociedad contemporánea ve que los beneficios de la ciencia no solo son para asombrarse de ellos sino que también le brindan lo más importante: poder, mientras que la filosofía, en cambio, dificulta la integración del ser en su sociedad al plantearle dilemas complejos que “distraen y atormentan las mentes de la gente”. En vista entonces que la ciencia con la tecnología aportan muchísimo más que la filosofía para la vida útil del hombre se ha terminado por condenar a ésta a dedicarse al servicio de la ciencia, como si de una esclava se tratara, para atenderla y engrandecerla y hacer que se vea lo más importante posible.

Con todo eso lo único que se ha logrado es convertir a los aprendices de filósofos en teóricos de la ciencia, cosa que en realidad no los hace filósofos porque esa no es la función de la filosofía.

A las puertas de la destrucción

Hoy vemos que, si bien la ciencia es una herramienta, ahora se ha vuelto una droga sin la cual el hombre moderno ya no puede vivir. Depende mucho, totalmente diríamos, de ella; y si ésta desapareciera, moriría él también. En un panorama como éste es difícil pensar que la filosofía tradicional occidental pueda enfrentársele puesto que, como toda droga, es ya imposible de erradicar del paciente; solo queda esperar su lento final. Lo que hace falta entonces es rescatar otras formas de hacer filosofía para crear, sobre esa base, unas nuevas que devuelvan las esperanzas a la humanidad de poder encontrar la explicación de su camino. Seguir aferrados a que el mismo cadáver, Occidente, pueda generar su propia cura es un grave error cuyas consecuencias las pueden sufrir, no solo la especie humana, sino también el planeta Tierra.

La filosofía ¿escrita u oral?

Una de las ideas contemporáneas más comunes es creer que la filosofía solo puede expresarse a través de lo escrito, en forma de ensayo o monografía, y siguiendo ciertas reglas establecidas por el mundo académico. Pero si bien la escritura tiene ventajas, ofrece también dificultades que pueden inutilizar el gran poder liberador que de por sí tiene la filosofía.

Desde que el ser humano aprendió a conservar y transmitir sus ideas mediante la escritura logró trasladar a sus descendientes muchos conocimientos muy necesarios. Pero al convertirse también la filosofía en escritura ésta terminó siendo útil solo a los poderosos, quienes, al ser los únicos capaces de entenderla, se apropiaron de sus conocimientos para emplearlos de acuerdo con sus intereses (lo mismo que hicieron con las ciencias). Quiere decir que la filosofía se ha encerrado a sí misma en el oscurantismo de la letra escrita y se ha convertido en un galimatías inútil para las mayorías.

Cuando escribir es ocultar

La explicación a todo esto obedece a que normalmente los sistemas imperantes de turno, en su devenir histórico, suelen establecer los parámetros a los cuales los seres humanos deben ajustarse para que sean considerados adaptados y sean aceptados por la sociedad. Es así que, en la actualidad, al filósofo se le ha designado el papel de ser solo un profesional del concepto, un estudioso dedicado a la investigación de la generalidad en las bibliotecas y cuya función principal es dar clases dentro de un determinado sistema educativo, reforzando de ese modo las verdades de la época. En pocas palabras, al filósofo contemporáneo se lo acepta siempre y cuando esté encasillado en el lugar que el sistema quiere y haciendo lo que le exige: escribiendo.

Sin embargo, cuando observamos los resultados de su trabajo, vemos que con lo escrito se ha perdido la fuerza y el encanto que la filosofía solía tener. La filosofía, al haber abandonado su capacidad oral y expresiva, se ha vuelto una actividad solo apta para expertos que operan con símbolos y claves gráficas, con lo cual se ha alejado de la sociedad y del hombre común. El ser humano promedio no es un lector de análisis sino uno de mera información, que se entera solo de lo indispensable para su vida y de aquello que el sistema quiere que sepa. Por lo tanto los libros filosóficos no se han hecho para él, siendo eso también lo que el poder busca: que el individuo-masa se halle ajeno a lo que sus congéneres han descubierto o desarrollado en el pensamiento. Esto es, en última instancia, lo que paraliza a la sociedad y congela la historia. Entonces escribir un libro puede ser una forma sofisticada de ocultar un conocimiento en vez de gritarlo a viva voz.

Los filósofos no hablan

El filósofo occidental contemporáneo ha perdido el habla y la sintonía con el hombre común. Muchos incluso, cuando se dirigen a la gente, solo atinan a leer textos en voz alta, ignorando que no es lo mismo hablar que comunicar, pronunciar que expresar, escribir que decir, tocar que acariciar. El pensamiento, al convertirse en un arte escrito, además de segregar a la gran mayoría de la humanidad que no suele leer (aunque lo sepa hacer, que no es lo mismo), se transforma en una expresión de tipo conjugatoria y matemática, más semejante a un juego de adivinanzas que a un lenguaje asequible. Los propios filósofos se pierden y se enredan entre las palabras y se complican la vida tratando de analizar los símbolos gráficos en vez de preocuparse por su significado y por su trascendencia.

Se lee pero no se entiende

Pero algunos dirán que con la escritura las ideas son más precisas, mejor analizadas, corregibles y hasta pueden llegar a un mayor número de personas. Hay mucho de cierto en ello. Sin embargo la realidad nos demuestra que no todo es así. Por mucho que los libros se encuentren por millones al alcance de todos, eso no significa que se lean. Es como si la cura de todos los males se encontrara en un libro que está a la vista pero que a nadie se le ocurre abrirlo; o como colocar en la red electrónica mundial toda la literatura china pero escrita en chino. Si bien es verdad que está allí y gratis, para que lo lea cualquiera, de nada sirve porque casi nadie habla chino, salvo los chinos.

Lo mismo pasa con la filosofía: pueden existir numerosos libros de ella y se pueden encontrar al alcance del individuo más modesto, pero aunque se lean tampoco se los va a entender porque la comunicación escrita exige algo más que saber deletrear las palabras: implica interpretarlas cuando están combinadas, para lo cual hay tener unas condiciones mínimas de conocimiento. En nuestra sociedad moderna un obrero puede saber leer, pero carece de la necesaria paciencia para hacerlo con un texto largo y difícil, de la capacidad de comprensión para captar frases que poseen varios sentidos (suspicacias), de la experiencia de vida y del roce social como para contrastar lo que lee con los hechos personales y de la capacidad para realizar una evaluación de todo comparándolo con otras fuentes de información.

Finalmente afirmar que se escribe para que otros puedan emplearlo como documentación es una verdad a medias, ya que eso obedece a la ausencia de debates públicos y populares en nuestras sociedades. Y además todo lo que se escribe necesariamente se ha pensado antes. Nadie redacta cosas que antes no se tengan en la cabeza. Por lo tanto decir que se escribe para poder recordar es más bien un problema mental para retener información. Miles de seres humanos en la historia han podido guardar una enorme cantidad de datos gracias a formas nemotécnicas hoy perdidas y que nadie se interesa en rescatar.

Las razones del poder

El problema está por un lado en que los estudios filosóficos no desarrollan el habla sino solo la escritura, desdeñándose la potencia que la palabra hablada tiene y minimizando la capacidad de memoria del ser humano. Por el otro en que es posible que esto sea intencional, puesto que el habla resulta siempre más peligrosa que el papel debido a que cuenta con elementos adicionales como la expresividad, el énfasis, la emocionalidad, etc., además que para oír no se requiere de esfuerzo ni preparación, como sí lo necesita el leer, que es de por sí algo más complicado y exigente. El poder, sabedor que la filosofía es capaz de destruir y crear mundos, prefiere entonces tenerla lo más domesticada y controlada posible. Por eso evita que se exprese oralmente, porque se convertiría en una filuda arma política que iría en contra de la injusticia, de la explotación y, por ende, del mismo poder dominante. Por último, si por alguna razón inexplicable la industria del papel desapareciera y ya no se pudiese escribir ni publicar ¿dejaría el hombre de filosofar?

sábado, 20 de junio de 2009

¿Es la filosofía un producto de Occidente?

El filosofar es algo que está dentro de la esencia humana, y que si Occidente lo hizo empleando la razón eso no significa que los otros pueblos la tengan que hacer así. Lo que falta es descubrir cuáles son esas formas de filosofar no occidentales.

Una de las principales trabas por las cuales la mayor parte de los pueblos de la Tierra no le encuentran sentido a su propio filosofar es debido a la insistencia de parte de la civilización occidental de considerar a la filosofía como creación exclusiva suya. Esto se explica porque, al ser la filosofía la actividad más elaborada que el ser humano produce, este privilegio se lo reserva el dominador como una demostración de su superioridad. De ahí que a la filosofía, planteada como un apéndice de Occidente y como una demostración de su excelencia, se la coloca como ajena al contexto de los pueblos del mundo. Occidente exige a los pocos que ansíen acceder a su filosofía que éstos se transculturalicen y que adquieran la forma de ver y de pensar occidentales para así poder utilizarla. Pero pasemos a analizar que tan cierto es esto.

Nuestra igualdad biológica

De momento que el ser humano no es solo individuo sino colectividad, especie, eso lo lleva a compartir con sus congéneres todos los atributos que esta situación exige. Las sensaciones básicas son las mismas para todos. Sabemos que, si estamos ante otro ser humano, éste va a sentir hambre, frío, dolor, alegría y placer, al igual que éste debe hablar, cantar, pensar y soñar. Hasta ahora nadie ha encontrado a alguien de la especie humana que tenga algún atributo mayor o que le falte, así sea un humano de los llamados primitivos o aquel que vive rodeado de artefactos en alguna ciudad moderna. Ni la ciencia, ni las máquinas, ni el rango social ni el poder hacen distinto a un humano de otro. Por lo tanto, decir que un pueblo siente o piensa más que otro resulta un absurdo por cuanto nos consta que todos lo hacemos, solo que de un modo diferente.

Los aditamentos como el vestuario, las máquinas, los artefactos, la utilería y todo lo que el humano puede acumular no transforman la esencia humana; y cuando todos estamos desnudos, de la región del planeta que seamos o con el conocimiento que tengamos, todos seguimos siendo seres humanos, sin otras diferencias que nuestras peculiares formas de ser. Lamentablemente el orgullo y la vanidad humanas no están dispuestas a aceptarlo y se prefiere creer que entre un hombre y otro hay más diferencias que entre él y su perro. Eso es lo que lleva a hacer afirmaciones que el tiempo ha demostrado que son solo justificaciones o excusas para sostener las más grandes injusticias.

El síndrome del pueblo elegido

Se suele decir que unos pueblos son más inteligentes que otros; más capaces, más ingeniosos, más elevados, más distinguidos, etc., con lo cual se justifica la discriminación y la explotación. Dentro de la lista de razones para demostrarlo está el del poder filosofar. Se dice y se repite hasta la saciedad que solo un pueblo ha sido capaz de desarrollar esta virtud especial que ningún otro ha conocido ni poseído. Lo argumentan aduciendo una serie de climas y de organizaciones sociales peculiares que, mágicamente, llevaron directamente a la aparición de la filosofía. Pero si todos pensamos, sentimos, razonamos, elaboramos, creamos e inventamos mundos ¿por qué solo lo griegos filosofaron? Es lo mismo que sucede con el pueblo judío en el sentido de que, si todos somos hijos de Dios ¿por qué solo ellos serán sanos y salvos y dominarán sobre los pueblos de la Tierra, como está escrito en su Biblia? Puede que para ellos todo esto tenga sentido y lógica, pero para el resto de las naciones nos resulta un total y completo absurdo que ningún juicio sano puede estar dispuesto a sostener.

El filosofar, como el amar, el sentir o el cantar, es una actividad no de griegos sino de seres humanos. El sentido común nos dice que en todas partes se cuecen habas y que, si en un sitio se practican las matemáticas, en el otro también se hará, obviamente que de otra manera. Hasta el momento no se ha encontrado algún pueblo, cultura o nación que tenga algo que otras carezcan o a la inversa. El fenómeno humano es único en el tiempo y en el espacio, por lo que no existen razas inferiores o superiores. Sostener que solo un pueblo inventó la escritura, el arte, la arquitectura y que los demás no —o que solo uno es el elegido por Dios— carece de toda lógica. Lo mismo con el filosofar.

Por otro lado decir también que porque la palabra es de origen griego entonces es una obra exclusiva de ellos es igualmente un error, ya que una gran mayoría de palabras de uso técnico y científico tienen en Occidente ese origen y nadie afirma, por ejemplo, que la música o la poesía la inventaron los griegos solo por el hecho que estas son palabras provenientes de su gramática. Si algo es cierto para una palabra tiene que serlo para todas.

Se puede decir que algunos pueblos desarrollaron algún artificio técnico o científico más que otros, como la pólvora o el papel en la China o las pirámides en Egipto, pero ello está dentro del terreno de los descubrimientos de las propiedades de la naturaleza, cosa que no hace al descubridor más o menos capacitado sino, en el mejor de los casos, más o menos interesado en el tema. Todos los pueblos de la Tierra han desarrollado la medicina, la arquitectura, la música, la poesía, el idioma, la religión y un largo etcétera con matices y diferencias de grado, de intensidad, de interés o de desarrollo. Pero es notorio que en ningún caso se atribuye esto a una supuesta superioridad o inferioridad para hacerlo. Simplemente las historias de los pueblos son distintas y apuntan a diferentes objetivos y circunstancias. Insinuar que tal pueblo, por no descubrir alguna propiedad o función de la naturaleza, es menos que otro es solo una demostración de ignorancia, la misma que exhiben los racistas y prejuiciosos que simplifican todo sin querer entender nada.

¿Por qué entonces esa idea de encontrar en un solo pueblo una habilidad que se supone existe en todos los hombres, con matices y estilos peculiares? La explicación, reiteramos, se halla en la necesidad de dominio, en la idea de justificar el por qué unos usufructúan el poder y la riqueza en desmedro de otros. La civilización occidental encuentra allí, en lo más profundo de la esencia humana, que es la filosofía, la razón de su prevalencia actual, argumentando que es gracias a su mayor capacidad intelectual y disposición mental que se ha hecho imperio mundial.

Pero en todos los estudios sobre el hombre y su entorno físico no existen pruebas que ratifiquen esa afirmación. No hay, insistimos, ningún pueblo que haya poseído o posea un atributo especial que le haya puesto por encima del resto de su especie. Si se admite que en un pueblo existe la poesía debe también reconocerse que la hay también en todos los pueblos. Todos los estudios antropológicos así lo demuestran. La prueba más palpable es el comprobar que no ha habido ninguno que no posea un lenguaje, una organización, una visión del mundo y una concepción del ser humano.

La filosofía es un fenómeno de nuestra especie

Hay cosas que nos hacen comunes a todos los seres humanos y una de ellas es la filosofía. El que no se practique como el dominador de turno lo hace no significa que no exista, y allí está la madre del error y de la falsedad que apunta a tratar de convencer a los demás que existe un tipo de humano con características superiores a los demás. Sin embargo hay quienes afirman que la diferencia es de grado, algo así como la que existe entre una choza y un edificio inteligente. Pero esa es solo también una artimaña lógica, puesto que se compara a la casa de una familia con una construcción masiva. En tal caso la comparación debería ser entre, por ejemplo, la pirámide de Kufú o Machu Picchu y un rascacielo newyorkino, y allí no estamos seguros de cuál sería mejor.

Por otro lado esta opinión se estrella contra la realidad del contexto, en el sentido que cada lugar desarrolla lo más adecuado para su medio ambiente (nadie haría en la selva una casa de concreto como las de la ciudad) así que las comparaciones deberían enmarcarse dentro de un análisis lógico. Un hombre desnudo y en estado de éxtasis no es inferior a uno vestido y en actitud de pensar, puesto que hasta los más racionales occidentales hacen el amor diariamente (desnudos y sin emplear la razón) y no por ello son menos capaces que los que en ese momento están trabajando.

A pesar de esto hay quienes están dispuestos, por razones netamente mundanas (como el puesto, el dinero, las relaciones con el poder, etc.) a sacrificarse por Occidente en aras a sus intereses y afirman categóricamente que la filosofía es una obra exclusiva del pueblo griego. Lo dicen porque, al hurgar en otras culturas, no encuentran algo parecido a ella. Obvian el hecho que cada pueblo tiene sus estilos y peculiaridades y que no en todas partes la gente se viste con traje inglés; pero sí se viste. Que los griegos, Occidente, hayan filosofado y filosofen a su manera nos parece muy bien y nos alegra, pero de ahí a decir que esa es la única filosofía y que no puede haber otra es un equívoco.

Eso solo se entiende como producto de un estado de dominación cultural debido a una superioridad netamente militar y científica. No debemos olvidar que no existe una relación directamente proporcional entre ciencia, poder y fuerza con sabiduría, cultura y arte. Muchos pueblos en la historia fueron dominadores durante siglos, pero eso no significó que hayan sido los más cultos, inteligentes, sabios, artísticos o sensibles (algunos de ellos fueron los romanos, los asirios, los mongoles, los aztecas y los incas). Las mentes simples suelen confundir las cosas y creer que el más poderoso es al mismo tiempo el mejor en todo y eso no es así. El Occidente actual tiene muchas virtudes y fortalezas frente a las cuales los demás pueblos aún no pueden oponerse, pero de ahí a afirmar que en todo son superiores es demasiado.

Muy por el contrario, sus años de mayor apogeo científico, la época actual, ha significado la desaparición de la sensibilidad, de las emociones, de la tranquilidad de espíritu y muchas otras cosas más que antes había desarrollado con buen nivel. Si descartamos aquello en lo que más destaca, como la tecnología y la ciencia, vemos que Occidente ha perdido todo el terreno que alguna vez tuvo, también en la filosofía. Entonces no hay un pueblo “elegido” ni uno superdotado; todos compartimos la grandeza y la miseria de ser seres humanos. Lo que hay que hacer es redescubrir las formas filosóficas de los pueblos actualmente dominados para así demostrar que el camino de la justicia pasa también por devolverle a la especie humana una facultad que es suya y no de uno de sus pueblos.

martes, 16 de junio de 2009

Más allá de la sangre amazónica

Las lecciones que nos deja el conflicto de Bagua, en la selva peruana, es que el mundo actual se encuentra ante un dilema: o los negocios o la Tierra. Y cuando decimos el mundo no nos referimos a un grupo de ecologistas o algunas ONG enemigas, supuestamente, del progreso. Nos referimos a grandes movimientos políticos mundiales en los cuales participan la mayoría de los gobiernos desarrollados, preocupados por el efecto invernadero, por el cambio climático y por la responsabilidad que tienen en ello las grandes industrias que conforman lo que conocemos como la sociedad moderna. Sin embargo, el poder hegemónico e imperial lo tiene Estados Unidos quien, por obvias razones, se niega a ver de ese modo las cosas.

La modernidad

La sociedad moderna es una idea acerca de la vida y del ser humano. Se comenzó a configurar en Europa muchos años antes de la Revolución Francesa y consiste en un giro total a las concepciones hasta ese tiempo imperantes que eran de origen religioso. Por lo general se atribuye su nacimiento a una pugna de poder entre el grupo dominante, la aristocracia, con otro con ansias de ocupar su lugar: la burguesía. En las aristocracias, la idea principal es que la sociedad humana se halla dividida en clases de personas, como en una colmena, y que cada quien debe cumplir y respetar el lugar que le ha tocado vivir. Todo el poder se encuentra en la clase superior, aquella nacida para mandar, y quien es la llamada a usufructuar todos los beneficios. Por otro lado, en el caso de la burguesía, ésta sostiene que no existen tales clases, que todos los hombres nacen iguales y que es la sociedad la que distribuye los roles.

De ambas posiciones se derivan unas respectivas verdades universales y absolutas, y toda sociedad que se derive de ellas y lo que ésta produzca debe afirmar dichos presupuestos. Cualquier insinuación que diga lo contrario es entendido como un acto subversivo contra dicho sistema.

Sin embargo Estados Unidos sigue siendo moderno

En la etapa actual de la historia humana que nos ha tocado vivir nos encontramos ante una instancia del desenvolvimiento de la posición o filosofía de la Modernidad, la cual conlleva lógicamente toda una serie de ideas acerca del modo de ser y de vivir que el humano debe tener para ser considerado como tal. La Doctrina de los Derechos Humanos es igualmente un reflejo muy claro de ello puesto que allí lo que se busca es adaptar de la mejor manera al hombre a este tipo de concepción. Lo mismo las nociones de progreso, desarrollo, futuro, crecimiento, evolución, mercado y un largo etcétera; todas estas ideas no son más que el desagregado que se desprende de la idea madre: la Modernidad, que plantea que el hombre es el dueño y explotador de la naturaleza y que ese es el objetivo de su existencia.

Pero una rápida observación al mundo contemporáneo nos demuestra que existe una confrontación y una pérdida de fe en esta filosofía. Incluso se habla, pero solo en Europa, de una posmodernidad, queriendo dar a entender con esto el desagrado que produce hoy la Modernidad en los que alguna vez creyeron en ella. Existe entonces un desencanto sobre lo bueno que ésta era y una desilusión al ver los efectos negativos que produce en la naturaleza. El problema es que el imperio norteamericano aún no lo ve así puesto que se halla en la cresta de la ola y es el principal usufructuador de ello. Eso significa que éste continuará un tiempo más con las ideas de desarrollo, progreso, poder y dominio que la Modernidad le ha brindado. De ahí se explica el porqué de las últimas decisiones tomadas con respecto al control de la Tierra (invasiones, instalaciones de bases en más de 200 lugares, colocación de cientos de satélites y control del espacio sideral).

El único jugador

Nada pasa en el mundo contemporáneo que no tenga que ver con los intereses de Estados Unidos. Ni el más pequeño conflicto o arreglo en el rincón más alejado le es ajeno. En estos momentos él es el único jugador en el tablero, y parte de su astucia consiste en hacer creer que existen otros jugadores, cuando en realidad es él el que los pone y los define como tales, haciendo de ellos simples títeres de su voluntad. Incluso crea sus propios enemigos hechos a su medida, como el llamado “terrorismo”, que no es más que el demonio medieval resucitado como comodín para acusar a todos de todo lo que sea necesario, desde una simple palabra hasta cualquier hecho trivial. El más insignificante acto humano que Norteamérica considere inconveniente puede ser tachado de “apología al terrorismo”.

En estas circunstancias, y tomando en cuenta el inmenso poder que Estados Unidos tiene, no se puede imaginar que el conflicto de Bagua sea una excepción a la regla —puesto que éstas en política no existen— y que no haya tocado sus intereses. Sabemos por la cartografía satelital que toda la amazonía está milimétricamente delimitada e identificada, incluyendo las propiedades bioquímicas de su subsuelo. Ellos conocen muy bien qué potencialidad futura tiene y qué se puede esperar de ella para los próximos años en los que todavía imperará la gran nación del norte. Casi se puede decir que toda ella ya es de su propiedad y que difícilmente se va a dejar arrebatar el control que tiene sobre ella. Esto significa que, inevitablemente, la idea de la Modernidad, cabalgando sobre la fuerza militar del Pentágono, será implantada tarde o temprano en esta región del planeta, con las consecuencias en el medio ambiente que ya todos conocemos pero que a ellos todavía no les importa.

La amazonía ya tiene dueño

Pase lo que pase el Perú, Brasil, Ecuador, Colombia y Bolivia no podrán impedir oficialmente su destino pues ya está decidido. Habrá protestas, marchas, confrontaciones y muchos muertos, pero estos valiosísimos recursos amazónicos, que aseguran el agua, el petróleo, el uranio y mucho más para el futuro, no pasarán a manos chinas ni de otras potencias sino que serán de uso esencial y exclusivo para los Estados Unidos. Así lo dicen los estudios de geopolítica que, lamentablemente, en los países sudamericanos, no tienen ninguna relevancia puesto que les resultan, increíblemente, puras fantasías o teorías de la conspiración, tan irreales como les parecen las leyes de la física cuántica o el proceso de división del átomo. Es la risa del ignorante.

Pero nos guste o no la planificación para el mañana sí existe y no es ciencia ficción. Los últimos en enterarse, como siempre, serán los habitantes de los países en cuestión, más preocupados en vender sus recursos naturales para poder comprar pantallas de televisión y PC portátiles. Para ellos eso es sinónimo de modernidad y progreso, con lo cual demuestran que, ideológicamente, aún se encuentran en los albores de la Revolución Industrial.

¿Alguna solución? La filosofía andina

¿Habrá algo que pueda evitar este destino? Siempre se debe terminar un análisis con algo de esperanza y con un aporte de posible solución. Pues sí la hay. Pero esta no vendrá, como siempre, de afuera, de la intelectualidad europea (pues ésta está en la absoluta decadencia, más necesitada que nadie de ideas) sino de las nuevas filosofías que surjan en los mismos lugares condenados a desaparecer. Ante una situación tan dramática como la que el imperio pretende (continuar explotando hasta lo último de la Tierra y luego hasta el Universo mismo) deben proponerse concepciones sobre la vida y el ser humano opuestas a esta noción.

Para ello felizmente Sudamérica cuenta ya con una base sólida que es la filosofía andina, a la cual no se le da todavía la categoría de tal por pura marginación del imperio que no desea que exista otra verdad más que la suya. Esta es una filosofía que no es de raíz occidental y que propone la convivencia con la Tierra como eje fundamental para la vida del hombre. No es un simple ecologismo que apunta más a un naturalismo; es un replanteo del objetivo de nuestra especie. Todas las ideas fuerza que se requieren para salvar, no solo al hombre sino a la Tierra, se encuentran, en nuestra opinión, plasmadas en esta forma de pensar. Lo que falta entonces es que los intelectuales sudamericanos descolonicen su mente y empiecen a mirar a otros sitios que no sean la civilización hegemónica occidental como única opción. Porque si ellos no lo hacen nadie lo va a hacer y no va a haber forma de impedir la catástrofe.

jueves, 11 de junio de 2009

El ambicioso y el campesino

Un rey al que le gustaba conocer el alma humana quiso saber qué hacen los hombres cuando les regalan dinero. Entonces recorrió su reino hasta que encontró a dos hombres: uno era un sencillo campesino y el otro era uno muy trabajador pero también muy ambicioso. A los dos les dijo: a cada uno les voy a entregar un millón de monedas de oro para que les saquen provecho. Después de un año veré qué cosa han hecho con ellas. Así paso el año, con su primavera, verano, otoño e invierno, hasta que el tiempo se cumplió. Fue entonces el rey donde el primero y le dijo: ¿qué haz hecho con el dinero que te di? Este le respondió: Mi gran rey, observa. Y le mostró un gran campo sembrado. Estaba todo verde y lo recorrían el río y transparentes acequias. Le rodeaban muchos árboles frutales y las aves revoloteaban por todos lados. El paisaje era colorido y hermoso. El hombre le volvió a hablar al rey: Majestad, mira al costado y verás cuánto he cosechado. Y le mostró muchas frutas y verduras, grandes y provocativas. Con estas puedo mantener a mi familia durante el año que viene y hasta darle una parte a usted, en prueba de mi agradecimiento. El rey le tomó de los hombros muy complacido y le dijo: Has hecho bien contigo, con tu familia, con tu rey y con la con la hermosa tierra que aquí veo. Sigue así y sé feliz.

El rey entonces se marchó muy contento a ver al otro hombre. Pero cuando estaba ya cerca, lo sorprendió encontrar un enorme cerco que no permitía pasar a nadie. El rey quiso entrar pero unos guardias se lo impidieron. En vez de ordenar a su ejército que le abriera el paso pidió que lo anunciaran ante el dueño de aquel lugar. Cuando lo hicieron salió el hombre, muy asustado, pidiéndole disculpas. El rey lo miró y le dijo: He venido porque se ha cumplido el plazo y quiero ver qué has hecho con el dinero que te di. Entonces el hombre, que tenía un casco de jefe de obras en la cabeza, lo hizo pasar y le mostró el panorama. En medio de un valle había un gigantesco agujero que penetraba hasta las entrañas de la tierra. Por él subían y bajaban enormes camiones transportando grandes cantidades de tierra que las depositaban en unas máquinas con altísimas chimeneas. Estas despedían unos espantosos humos negros que oscurecían el día al punto que parecía ser de noche. Había un ruido ensordecedor que nunca se detenía. Todo era de color gris y no se veía vegetación ni animal alguno, mientras que, por un costado, un pestilente río verdoso salía de las entrañas del lugar. El ambicioso hombre dijo: Mira, mi rey. Con lo que me diste he hecho esta mina de la cual extraigo grandes riquezas. Debes estar muy orgulloso de mí puesto que parte de lo que saco también va para tus bóvedas y eso te va a hacer aún más rico y poderoso. El rey se quedó sin poder hablar, tan sorprendido de oír esas palabras como del horroroso resultado observado. Entonces le dijo: Por tu ambición no has tenido reparo en destruir toda la vida que aquí había antes que tú llegaras. Yo nací rico y no necesito más de lo que tengo. Además, mi deber no es acumular riquezas sino cuidar que todo esté sano y en su lugar. Tú has malogrado el orden y la belleza que había en mi reino, así que ordeno que se te quite lo que tienes y que trabajes hasta que todo vuelva a ser lo que era. Y así se hizo hasta que el valle fue nuevamente verde, florido, lleno de animales y regado con agua pura y cristalina.

El ser humano no ha nacido para ser rico ni para acumular cosas sino para vivir feliz y en paz consigo mismo y con la naturaleza.

jueves, 4 de junio de 2009

Los cambios sociales actuales y el futuro del poder en el Perú

De niño recuerdo cómo, en la Lima de los 50s, tanto la radio como la televisión eran medios privilegiados para las clases altas y medias, por eso los mensajes estaban dirigidos a ellos (el tío Johny, Kiko Ledgard, High Life, etc.). Claro, habían excepciones como los programas madrugadores que escuchaban las sirvientas de aquellos tiempos (El Sol en los Andes de Luis Pizarro Cerrón, por ejemplo, en radio El Sol), pero eran comunicaciones de “segunda categoría” que no reflejaban el verdadero “nivel cultural del Perú”.

La sorpresa vendría años después, cuando, asombrados, los ex niños de clase media miraflorina veíamos cómo, en vez de “avanzar” hacia la modernización del país —hacia el blanqueamiento y occidentalización— más bien “retrocedíamos” hacia su “cholificación” y aparecían cada vez más “cobrizos” en los medios de comunicación, mientras que los blancos desaparecían.

Ciertamente el señor Matos Mar —obviamente desde el punto de vista del “otro”, del blanco invadido— anunció con cierto dramatismo el llamado “desborde popular” (¡mamita, nos invaden los cholos!), lo cual fue considerado, en el medio cultural de entonces —los intelectuales de la Católica de los 70s— como una señal de alarma para el imaginario colectivo del Perú (“somos un país católico-occidental-blanco-en vías a la modernidad”).

El asunto se agravó en los 80 producto de la guerra subversiva que no fue vista en Lima (el Perú, oficialmente hablando) como un asunto político sino más bien reivindicativo, envidioso y revanchista por parte de los cholos, siempre traidores y celosos de la capacidad intelectual y humana de los blancos. Pero más traumático que el fallido atentado al Banco de Crédito en Tarata —y el desvío de las camionetas-bombas hacia el otro extremo de la calle debido a la reacción de los vigilantes (que salvó al banco pero mató a las personas)— fue ver a Maritza Garrido Lecca (¡una blanca, cómo es posible eso!) colaborando… ¡con los cholos, nuestros sirvientes! Fue algo que dejó perpleja a la hoy comunidad de Asia (que en ese tiempo recién se estaba formando).

A partir de ese día se instauró el pánico en la aristocracia peruana puesto que este fenómeno meramente “racial y envidioso” del terrorismo dejó de ser un asunto de “cholos contra blancos” para convertirse en algo peor: un tema ideológico, el mayor peligro para cualquier sociedad. Para ese entonces ya estaba el cable en Lima y las 5 mil familias dominantes del Perú escogían su señal para “verse” reflejadas en su modelo de vida (el norteamericano) y seguir contemplando a un muy blanco sucesor del Tío Johny en su moderna versión en canal 6.

Mientras tanto la televisión abierta había sido tomada por asalto por las mayorías, por el rating, por la dictadura del pueblo (ante lo cual las empresas vendedoras extranjeras no podían rehusarse) y ya en los 90 y 2000 la apocalíptica predicción de Matos Mar era una realidad: la sociedad peruana estaba conformada en su mayoría por los “infames, desconocidos, serviles y pezuñentos” hijos de Túpac Amaru, ante lo cual había ya muy poco por hacer. En mala hora, según la comunidad blanca pro extranjera nacional, esa masa de ex peones de hacienda había sido “educada”, lo cual implicaba que “pensaban”; y, si pensaban, hablaban, y si hablaban, pretendían igualarse. En mala hora Velasco, Sendero, Alicia Maguiña, Tiempo Nuevo y todos los que trataron de “reivindicar” a los que no debían.

Finalmente, a mediados del inicio del 2000, ocurrió la verdadera gran tragedia: el humalismo, el cholo que pretende, ahora sí, tomar el poder, no solo económico, sino el político, con todas las consecuencias que ello implica (ante lo cual, hasta los izquierdistas blancos tuvieron que hacer causa común con sus parientes). ¿Remedios? El primero: renacionalizar a todas las familias peruanas de alta sociedad como extranjeras (ahora son casi todas son norteamericanas, italianas, polacas, alemanas, inglesas, etc. según sus pasaportes). La idea detrás de esto es: cualquier agresión y/o confiscación por parte de algún “Chávez peruano” se convertirá en un asunto internacional, enganchando así sus intereses con los de sus nuevas naciones. Eso llevaría al nuevo gobierno peruano a cuidarse de cualquier atentado contra las propiedades de los peruanos-extranjeros residentes en el Perú. El segundo: detener lo que parece inevitable: la cholificación del Perú.

Pero ¿se acabará con esto el problema? No. Porque, más allá que fenómeno social, lo que vivimos es un fenómeno civilizacional e histórico, un proceso que se viene dando desde hace décadas y que no ha podido ser leído nunca desde las aulas universitarias —ya que ellas solo cuentan con instrumentos occidentales para medir la occidentalidad y no los fenómenos no occidentales. Este suceso ya está empujando la puerta, y detrás de ella el Estado occidental y moderno del Perú solo ha puesto una silla. ¿Cuánto más durará sin ser atravesada? No lo sabemos. 

miércoles, 3 de junio de 2009

Perú, en medio del pantano, surge la luz

Después de cinco siglos de explotación y de intentar negar la existencia de una civilización andina aún viva, actualmente existen razones para pensar que el nuevo modelo de desarrollo que surgirá en el Perú necesariamente provendrá de esas canteras, las andinas, sumamente vivas en el imaginario colectivo de la nación. Nace una alternativa a los modelos importados que no han podido dar resultado porque nunca contemplaron una realidad total que incluyera al gran pueblo explotado, y que solo consideraba a una mínima clase dominante y a su pequeño séquito de clase media (la República era solo para los “ciudadanos”, pero no para la mayoría que era campesina y provinciana). Esta fantasía mantenida durante tanto tiempo por la cultura gráfica y los ideólogos formados en las universidades occidentalizadas parece que hoy se enfrenta a su propio destino.

Un poco de historia peruana

Las naciones no carecen de historia ni de personalidad y el Perú tiene ambas. Esta región de América tiene la contradictoria suerte de ser un medio natural fértil en riquezas lo que, al igual que en muchas otras latitudes, terminó siendo su peor desgracia. Occidente, a través de los españoles, vio en estas tierras una fuente inagotable de oro y privilegios coloniales, y los conquistadores no repararon en pasar por encima de pueblos enteros quienes, laboriosamente, habían construido un mundo diferente al elaborado por la civilización europea, muy exitoso en su vinculación y equilibrio con el medio ambiente.

Fue a partir de esta conquista que nació lo que primero fue la capital colonial del imperio español, la joya de la corona que le proveyó de generosos aportes económicos. Sin embargo, después de casi tres siglos, los intereses de otras potencias hicieron que el Virreinato del Perú, como así se llamaba, tuviese que atravesar un parto forzoso para convertirse en país independiente. La clase alta colonial peruana, sumamente vinculada a España, era reacia a cualquier cambio, mientras que el resto de la población vivía en una condición que le impedía entender u opinar sobre los hechos políticos mundiales. Finalmente, la invasión de los ejércitos llamados “libertadores” de San Martín y Bolívar (“ejércitos invasores” para quienes serían después los peruanos) fue lo que determinó el nacimiento contranatura del Perú, al cual se le obligó a adoptar una forma de vida para la cual no estaba preparado ni jamás deseó.

El gran teatro: fingiendo ser República

De este modo las desgracias de esta región de Sudamérica se incrementaron con una imposición de independencia forzosa, y, además, con la triste misión de importar todas las formas sociales nuevas que se daban dentro del esquema democrático, sin siquiera tener tiempo para entender de qué trataba aquella extraña palabra. Como conclusión, hasta el día de hoy éste ha sido un proceso fallido, donde, para complacer a los poderosos, constantemente se ha tenido que acondicionar un sistema legal y organizativo sin vinculación con la realidad, siendo solo una apariencia que contenta a las naciones desarrolladas que exigen la Democracia por sobre todas las cosas.

Sin embargo, para quien llega a conocer el Perú, es fácil darse cuenta del engaño, puesto que aún superviven las formas y maneras que se daban en la Colonia. Las leyes en esta nación por lo general son letra muerta, pues lo que cuenta es el “quién es quién” y que estas leyes sirvan más bien de excusa para hacer creer que se está en un país donde “todos son iguales”. Pero la realidad es otra. Existe una casta gobernante —visible por sus rasgos físicos, fundamentalmente blancos— muy pequeña pero muy unida, que es la que mantiene sus privilegios principales al margen de lo que dicten las legislaciones. Para ellos la corrupción del sistema es fundamental, pues sin ella tendrían que competir en igualdad de condiciones y para ellos eso sería sumamente desventajoso.

Sirvientas y sirvientes al escoger

Pero al margen de pasar por encima de todas las leyes —el poblador común da por supuesto que “para los blancos ellas no existen”— también emplean formas de explotación que proporcionan privilegios que solo los muy ricos tienen en los países desarrollados. Se trata de la utilización de las mujeres nativas como empleadas del hogar a quienes, por un equivalente de cien dólares mensuales, las hacen desempeñarse como las antiguas esclavas de los viejos imperios. Su número es abrumador, habiendo solo en la capital, Lima, una aproximado de seiscientas mil de ellas. A esto se suma otro ejército de esclavos nativos varones a quienes este grupo dominante emplea como vigilantes, choferes, asistentes, limpiadores y un largo etcétera, asalariados por cantidades un poco mayores que las de las mujeres pero todos, por supuesto, sin ningún sistema legal que los ampare; el compromiso es solo de palabra y puede durar toda una vida, sin un papel que lo refrende. Es, entonces, un país que mantiene su estructura colonial con apariencia de democracia. Ello explica el porqué del devenir de su política que siempre ha persistido en tener regímenes de derecha que mantuvieran, por sobre todas las cosas, esa esquizofrénica realidad.

Mirar el futuro pensando en el pasado

Sin embargo hoy, con el avance y la resurgencia de las naciones andinas, notoriamente dada en países como Bolivia y Ecuador, la situación del poder en el Perú parece que por fin, después de cinco siglos, está sufriendo un cambio inevitable e irreversible. Este cambio, contrariamente a lo esperado, no es producto de las leyes sociales teóricas puesto que ello ya se probó hasta el cansancio (siendo su ejemplo más trágico el senderismo, una aplicación forzosa de un marxismo polpotiano bajo el supuesto de ser “científico”). Este proceso se debe aparentemente a una reconsideración de la identidad andina, la cual ha tomado años de evaluación dentro de la propia mente del interesado: el explotado nativo. La migración masiva del siglo pasado alteró sustancialmente el cuadro social haciendo que, quienes eran peones en las grandes haciendas, se convirtieran en los obreros, los artesanos y los empleados que existen hoy en día. Además, a ellos se les han sumado sus hijos y hasta sus nietos, quienes no vivieron la realidad de sus antepasados pero que sienten que el futuro les debe mucho. Ahora son una mayoría electoral determinante.

Esa visión de futuro sin renegar del pasado andino, ese afán de mantener las raíces dentro de una modernidad tecnológica pero no mental, es lo que está formando una nueva opción civilizacional en esta parte del continente. No se trata de un nuevo modelo democrático occidental, de una rama o un derivado. Quien conoce lo que pasa en estas tierras se da cuenta fácilmente lo lejos que está el pensamiento de Occidente en la ideosincracia del hombre andino. Muchos se dejan llevar por las apariencias, por las formas externas que funcionan como disfraces de modernidad europea-norteamericana; pero lo que no entienden es que detrás de ello existe otra visión del mundo y otro deseo sobre cómo relacionarse con la tierra y con el Universo.

La espada de Damocles: la rebelión de los “indios”

Lo más fácil, para muchos “expertos”, es recurrir al manual universitario y hacer una rápida calificación sin más estudio. Ese tipo de análisis se hace a cada rato en el país y todos, por provenir de fuentes ajenas a la propia realidad, dan resultados inútiles para conocer realmente el problema. Constantemente se escriben libros que pretenden decirle a los entendidos lo que está pasando, pero la ceguera de solo ver con ojos occidentales las cosas —como si fuera la absoluta verdad— solo entrampa más y aumenta el temor. El reciente proceso eleccionario, donde el candidato del “antisistema” Ollanta Humala (de rasgos y pensamiento “cholo”, palabra genérica para definir a los no blancos de alta clase)) casi llega a la presidencia, produjo un pánico entre los grupos dominantes solo comparable al que ocurrió durante la revolución de Túpac Amaru II, en 1780. La explicación es que, entre los peruanos, todos sabemos del miedo que tienen los blancos a que algún día los “cholos” se decidan a cobrarse la revancha y se abalancen sobre las ciudades para acabar con ellos y tomar el poder. Yo mismo, blanco de clase media, he sentido siempre ese temor desde niño. Lo cierto es que el señor Humala no tiene en verdad una idea clara de quién es ni qué quiere, pero detrás de él se ubica todo un imaginario colectivo que suena, a gritos, a reivindicación, a voltear la tortilla, a cambio, a un “pachacuti” (palabra quechua que significa trastocamiento y reversión profunda del mundo). Es por eso que el proceso político peruano se caracteriza por una ausencia total del elemento ideológico y sí más bien por una constante tira y afloja de acusaciones y reivindicaciones que se remontan hasta el lejano pasado prehispánico.

El modelo de desarrollo andino

Parece que el reloj ha dado la hora y es el tiempo del cambio. Cualquier proceso democrático que se haga en el Perú de hoy inevitablemente tiene que reflejar esa realidad: el heredero del mundo andino tiene fe en sí mismo, en la lógica de sus ancestros y no le da miedo enfrentarse de igual a igual con la lógica occidental, porque no la ve como enemiga sino, más bien, como una aliada en su autoafirmación. El peruano común de hoy no reniega de su pasado sino que vive orgulloso de él, y quiere que éste vuelva, pero renovado con los aportes propios de esta era, no como antiguo inca, sino como él es hoy. Es esta mirada ansiosa y confiada en el futuro lo que caracteriza al Perú: una mayoría de seres humanos identificados con su origen remoto y creyentes en la promesa que éste les ofrece, muy al margen del esquema occidental que para todos, incluso para el que escribe, es obvio que fracasó. Esta es la luz al final del túnel, una luz propia, nueva, con sabor autóctono y con razones y madurez suficientes para buscar su propia autodeterminación. Pero primero tendrá que superar la pequeña valla que aún queda y que se aferrará con uñas y dientes a su posición de dominio: la casta blanca occidental, hoy aliada a ultranza (por sobrevivencia) con el imperio norteamericano y con cuanto poder extranjero sea posible. Es un asunto de vida o muerte para ellos y este escenario puede que sea explosivo.

No será a través de un grupo subversivo o mediante las organizaciones campesinas al estilo Bolivia y Ecuador como el Perú adquirirá su nuevo estatus: será por mayoría contundente, aplastante. Si los que hoy todavía detentan el poder —político pero no real— en este país se siguen oponiendo a este proceso verán que los resultados de ello serán tan desastrosos para sus intereses como grande sea su terquedad de continuar en el pasado.

 

 

martes, 2 de junio de 2009

Un nuevo sentido de justicia: la dignificativa

Tanto la tesis del amor cristiano como el sentido de justicia andino son hoy una misma vertiente fusionada que coincide en darle supremacía al ser por encima de su función y su producción, del mismo modo como hacemos cuando juzgamos a las obras de arte, a las cuales valoramos sin esperar que sean nada más que lo que son: una expresión de belleza. La justicia dignificativa busca elevar al hombre a la calidad de supremo arte y de objeto de amor.

La necesidad de un nuevo sentido de justicia
Una de las primeras acciones que es necesario hacer para que la sociedad cambie de rumbo y se encamine hacia uno más armónico y bello (a nuestro entender, más andino) es modificar el viejo sentido de justicia. La justicia de la manera cómo está entendida actualmente es lo que le da sustento al mundo occidentalizado y viene a ser la columna vertebral de la Sociedad de Mercado.
En este contexto, existe un consenso en aceptar que la justicia es “dar a cada uno lo que le corresponde", entendiendo que cada quien debe recibir proporcionalmente al esfuerzo que realiza o al mérito que tiene (de ahí se deduce que, por ejemplo, los ricos merecen ser lo que son porque son los más capaces y hacen mejor las cosas). También se piensa que es una virtud que nos empuja a dar a cada uno lo que por teoría le pertenece. Por otro lado se cree que un hombre será considerado justo solo cuando sus actos concuerden con el orden social establecido.
Todos estos criterios son argumentos extraídos principalmente de lo que se conoce como el Derecho Romano y del devenir histórico de la sociedad occidental, pero no provienen de las “leyes de naturaleza” como de algún modo se quiere presuponer. Se dice que en el mundo natural se hallan las bases legítimas de la justicia y que de allí se las extrae (por ejemplo, la “ley del más fuerte”), pero no se menciona que en la naturaleza se dan todas las variantes de justicia y de reciprocidad, por lo que mal se haría en tomar solo algunos casos como si fueran la ley universal.
Por el contrario, más común es ver a “la ley de la compensación”, donde tanto débiles y pequeños como fuertes y grandes se complementan, que a la famosa “ley de la selva”, que se supone que hace que el fuerte acaba con el débil. Si esto último fuera cierto solo existirían los animales más grandes, feroces y poderosos, cosa que no es cierta pues en la naturaleza existe una perfecta armonía entre los más aptos y los menos. Solo así se explica porqué se ven animales con ciertos defectos que no son rechazados sino más bien son amparados por el resto de sus congéneres.
Lo que queremos decir es que el concepto de justicia contemporáneo obedece exclusivamente a la lógica occidental y no proviene del mundo natural ni es producto del proceso evolutivo orgánico. No es entonces ni un mandato divino ni una ley física determinista. Veamos a continuación un nuevo tipo de justicia que surge más bien de la lógica del mundo andino y que nosotros hemos llamado justicia dignificativa.

La justicia dignificativa
Así como existe la justicia que considera correcto y aceptable darle a cada cual lo que le corresponde en forma proporcional al mérito o al esfuerzo, existen también otras formas de justicia que se basan en distintas lógicas de pensamiento. Una de ellas es la que valora a los seres por ser lo que son y no por lo que significan. Veamos unos ejemplos de lo que queremos decir.
En el Evangelio cristiano, de inspiración oriental, encontramos la parábola del hijo pródigo, que es un claro intento de esta religión por enseñar otro tipo de justicia. En este conocido texto se le ofrece al hijo que regresa después de gastar su fortuna todo el amor que no merece y eso es lo correcto a los ojos de Dios, para quien ese amor está por encima de la simple justicia proporcional, retributiva, restaurativa y equitativa. Lo mismo sucede en la parábola de los obreros de la viña: los que trabajaron solo una hora recibieron lo mismo que los que lo hicieron toda la jornada. Según los criterios liberales ello resulta totalmente injusto, pero para el Dios cristiano sí es justo, porque lo que vale para Él es la dignidad y el ser del trabajador, del obrero, del hombre, y no lo que éste es capaz de hacer o de producir (su cantidad de producción y su productividad).
Observamos entonces que en esta justicia el ser humano no recibe lo que le corresponde sino lo que por su naturaleza merece recibir. Es decir, el fuerte o el más inteligente, el que puede dar más, no tiene por qué recibir más pues es de suyo el dar lo que da. En cambio, el más débil, que siempre dará menos por ser lo que es, no tiene porqué recibir menos por lo poco que da.
Esto es perfectamente viable y prueba de ello es lo que pasa con nuestra actitud respecto a nuestras mascotas. A nuestros engreídos no los discriminamos ni despreciamos aunque su aporte en el hogar no sea significativo ni valioso. Lo que sucede es que es un aporte emocional, porque nosotros les damos valor por ser lo que son, cosa que no sucede entre nosotros los humanos, que más bien nos despreciamos por ser lo que somos y solo nos valoramos en función a nuestros intereses personales. Al animal lo aceptamos como es pero al ser humano le pedimos que nos entregue algo a cambio. Y si fuese cierto, como dicen algunos, que lo que nos impulsa a ello es una necesidad interna y egoísta de dar para satisfacer nuestro organismo entonces no se explicaría porque el mundo humano no es un Edén de amor y paz. En materia de justicia humana no se aplican las leyes provenientes de la naturaleza, como ya hemos mencionado.
Esta justicia dignificativa pervive hoy incorporada dentro del mundo andino y no es un libro sino una realidad, por lo que podemos decir que es andino-cristiana. Allí lo justo es lo que la persona, el ser humano, merece recibir en calidad de tal y no por lo que pueda o no aportar a la sociedad. En el mundo andino tanto los animales como los enfermos, inválidos, niños y ancianos no son excluidos ni marginados porque ellos son queridos por lo que son y no porque se espera que justifiquen el aprecio pues, si así fuera, dejaría de ser verdadero amor para convertirse en un frío intercambio mercantil o en un altruismo orgánico que se practica por necesidad.
En esta lógica perversa es en la que ha caído Occidente con sus actuales concepciones de justicia (que si fuesen efectivas y exitosas no se explica porqué el mundo se encuentra como está. Algo debe estar fallando en esos planteamientos para que las cosas estén como están).
La justicia dignificativa, andina-cristiana al mismo tiempo, es, a nuestro entender, una justicia que le otorga un valor superior al hecho de ser un ser humano: éste vale de por sí, sin que tenga que demostrar su utilidad. La vida vale por ser vida y no porque pueda servir para algo.