sábado, 10 de diciembre de 2011

Filosofía andina, hacia una propuesta alternativa


  1. Primer punto ¿qué es la filosofía?
A diferencia de la mayoría de artes y ciencias la filosofía no goza del privilegio de tener una definición firme y sólida que le permita ser entendida de una misma forma en distintas culturas y épocas. Al explorar su historia es notorio que una de sus características es ser una actividad que se ejerce siempre desde diferentes ópticas y perspectivas, es decir, que parte de su esencia es el cambio y la transformación permanente de su propia identidad. Mientras que la arquitectura ha sido desde siempre la actividad de construir estructuras con fines ocupacionales y la poesía el arte de combinar las palabras para expresar sensaciones de la filosofía no se puede decir lo mismo. Unas veces ha tenido por objetivo el saber, otras el orientar al ser humano, otras el ordenar al mundo y otras el delinear un tipo de cultura. Incluso se refieren a ella como la manera cómo se razona o se conforman las palabras para que éstas tengan sentido. De cada definición o punto de vista han surgido corrientes de pensamiento y, como derivados, distintos enfoques acerca de lo que el ser humano debe hacer con su vida. Incluso se podría hablar de una relación directa entre los intereses de los poderes de turno y las diferentes maneras de filosofar, convirtiéndose la filosofía en una especie de respaldo o justificación del porqué determinado grupo se impone sobre los demás.
En vista de ello no queda más que aceptar que, si bien la filosofía es una actividad propiamente humana y que puede ser ejercida indistintamente, ella no se sujeta a un patrón definido y navega al vaivén de los tiempos. Una primera conclusión de esto sería que ella se presta a la subjetividad de quien la practique y a su interrelación con el poder; algunas veces se la ve sustentándolo y otras enfrentándosele. Además, aunque se lo niegue, el filosofar es visto como algo peligroso debido a la facultad que tiene de modificar las creencias de las sociedades.
Por todo ello se puede decir que es imposible establecer una definición única de filosofía a pesar que teóricamente sí se dice que existe. Lo que se tiene son aproximativos pero sujetos a los cambios que se dan y estos mayormente se asientan en una redefinición de la filosofía como primer paso para crear otro modo de hacerlo. Dicho mediante un ejemplo, para que surja una filosofía cristiana se tuvo que buscar otra interpretación de lo que era el filosofar; si hubieran permanecido los parámetros griegos clásicos ello hubiera sido imposible tanto para San Agustín como para Santo Tomás. Hasta en la época contemporánea se sigue dicho esquema y la filosofía se ejerce según sea el filósofo que afirme que lo está haciendo. El que esto sea aceptado o no por la gente depende de una serie de factores que son más de índole política y social que de principios o teorías propiamente dichas.
Pero desde esta perspectiva se llegaría a la conclusión que cualquier cosa podría ser entendida como filosofía, y eso tampoco es lo ideal. Para evitar ello una primera posición por la que se podría optar es por aceptar su condición peculiar de no poder encuadrársela en un estándar definitivo. La segunda, que ella siempre está íntimamente relacionada con su época y las circunstancias que la conforman. Y la tercera que siempre debe buscar el consenso de la sociedad en donde nace y se desenvuelve para que sea considerada como tal y tenga alguna vigencia.  
Siendo esto así se podría intentar entonces un primer acercamiento de definición al decir que la filosofía es una actividad estructurada del pensamiento cuyo fin principal es elaborar ciertas ideas que los seres humanos tienen sobre sí mismos y sobre su entorno. Al decir estructurada se le está dando una cualidad organizativa específica diferente del simple pensar circunstancial e inconexo.
Es obvio que esta especie de definición tampoco satisfará a nadie o a muy pocos por las razones ya expuestas, pero al menos posibilita intentar una ubicación más cercana a las marchas y contramarchas de la filosofía a lo largo del tiempo. Además, y ello tiene que ver con el objetivo de este trabajo, permite romper el corsé de la definición actual para poder abordarla desde un ángulo diferente a fin de encontrarle otras potencialidades que hasta el momento no son conocidas. De algún modo esto se atiene a lo que se ha dicho acerca del filosofar y de cómo depende de quién lo haga, es decir, que cada filosofía es hija de un filósofo, es su obra y creación, de modo que con cada nuevo pensador aparece en el devenir del tiempo una nueva forma de ver las cosas antes nunca imaginada.

  1. ¿Existirá una filosofía andina?
Esta pregunta debe exigir una aclaración previa: ¿hablamos de una filosofía que se practicó antes de la llegada de Occidente a las tierras americanas y que ya no existe, de una que aún pervive pero escondida tras las bambalinas de los Estados modernos —hechos a la usanza de la civilización occidental— o de una reciente creación que está formada tomando como base ciertos elementos locales? Estos tres planteamientos podrían ser perfectamente válidos dependiendo de qué se quiera sustentar. Si se hiciera un recuento de los esfuerzos por establecer la existencia de tal filosofía andina probablemente todos ellos encajarían dentro de alguna de estas opciones mencionadas. En el caso las ideas aquí planteadas éstas se aproximarían más a la tercera de ellas en vista que lo que se procura es dar una visión contemporánea utilizando referentes autóctonos.
Entonces, retomando la definición de filosofía esbozada en párrafos anteriores, se podría decir que sí existiría una filosofía andina en la medida que un filósofo así lo sostenga. Ahora bien, que éste tenga éxito en su empresa dependerá de factores ajenos a su interés, pero sí podría llegar a elaborar un cuerpo orgánico y con sentido que fuera aceptado por una gran parte de la población. A partir de ahí todo quedará supeditado a los avatares políticos pudiendo ésta convertirse en una filosofía “oficial”, en un “pensamiento subversivo” o en una curiosidad inofensiva con la cual muchos pueden distraerse sin que ello cause ninguna inquietud.

  1. Una redefinición del ser humano
Como se ha mencionado al principio, no existe una sola manera de concebir la filosofía y cada transformación que se ha dado en ella ha implicado una previa redefinición de cómo se la entiende. Por lo visto en esta materia, a diferencia de las ciencias, el objetivo no es sumarse a lo ya establecido sino por el contrario modificarlo, y con cada cambio surgen nuevas filosofías que, dependiendo de su eficacia, pueden llegar a trastocar profundamente las bases de las sociedades existentes. En vista que la actual academia no acepta otra filosofía que no sea la occidental imperante entonces lo que habría que hacer para gestar una nueva filosofía es partir de una enunciación distinta para no caer en las mismas conclusiones ya sabidas. Para ello será necesario empezar desde el principio: desarrollar una propia concepción del ser humano y de ahí deducir todo lo demás.
Hecha esta precisión se podría decir que el hombre casi en su totalidad no tiene ninguna diferencia con respecto a los demás seres de la naturaleza. Hasta hace poco se creía que por lo menos su cerebro era el factor primordial, pero tanto por la observación simple como por las investigaciones científicas está claro que básicamente tanto animales como humanos poseemos los mismos elementos naturales, y que el volumen, masa o funciones de dicho órgano no son suficientes para hacer tal afirmación. Algunos dirán que en lo que somos distintos es en la capacidad de nuestra razón, que nosotros sí la tenemos y el resto no, pero eso no parece ser tan cierto puesto que el razonar es propio de todos los seres vivos para poder ejercer algún tipo de acción y no comportarse como autómatas. Hasta el más pequeño ser razona o evalúa qué hacer ante un determinado estímulo, y no todos sus congéneres hacen lo mismo pues siempre hay quienes optan por otros caminos. En ello se basa la variabilidad y supervivencia de la vida: en que no todos los seres reaccionan de la misma manera sino según su propio criterio.
De ser así no sería nuestra razón la que nos hace humanos. Ciertamente que nosotros la usamos de un modo distinto y que el tamaño de nuestro cerebro y su capacidad es más compleja que la de otros, pero también lo es que, después de millones de años de hacer cosas diferentes a lo que manda la naturaleza, es obvio que nuestros órganos han sufrido variaciones. Dicho de otro modo, el cerebro no es el responsable de lo que somos sino es más bien la consecuencia de lo que hemos hecho.
Entonces si no es el cerebro ni tampoco la razón lo que nos hace excepcionales con respecto al resto de los animales ¿qué es? Al respecto se dan dos versiones: la de un Dios Creador y la de un Diseño Inteligente. En el primer caso el asunto es simple: hay un dios, que no vemos ni podemos demostrar que existe, quien es el directo responsable de lo que somos al habernos puesto sobre la Tierra para que vivamos. Este asunto pertenece a la fe y sobre ello es poco lo que la filosofía puede hacer puesto que no hay posibilidad de evaluar, cuestionar o hacer algún tipo de precisión al respecto. El segundo caso, el Diseño Inteligente, se refiere a que la naturaleza tiene un tipo de proyecto o voluntad propia y que ha planificado desde hace mucho nuestra presencia a la manera de una obra de arte que se va perfeccionando con el tiempo. Seríamos, según dicho programa, el producto más elaborado de ella misma, su culminación, su apoteosis máxima, lo cual apuntaría a convertirnos en superhombres como meta. El problema con esta idea es que se basa en el supuesto de vernos a nosotros como seres superiores, como el último eslabón de la cadena, y ello es algo sumamente subjetivo pues en este juicio somos juez y parte. De igual forma se podría decir también que somos una anormalidad de la naturaleza y, por lo tanto, un “error” de ésta por cuanto, siendo criaturas teóricamente superiores, no somos capaces ni siquiera de saber quiénes somos ni cuál es nuestra función o papel en este concierto que es la vida. Como se ve, las cuatro ideas presentadas, Razonalismo, Evolucionismo, Creacionismo y Diseño Inteligente, tienen cada una sus respectivas dificultades y cuestionamientos.

  1. El impulso filosofante
Deductivamente es posible ir retrocediendo en el tiempo y llegar al punto de quiebre en el cual los humanos dejamos de ser una criatura más de la naturaleza para convertimos en este extraño ser que somos. Ante el panorama la primera pregunta que saltaría a la mente es porqué la naturaleza produciría una entidad que, proviniendo de ella misma, fuera a la larga en contra de todo lo que es y ha establecido. El Evolucionismo resuelve esto diciendo que somos una consecuencia lógica del desarrollo de la vida y, por lo tanto, tiene sentido que existamos. Sin embargo, si este fenómeno fuera algo tan lógico como se afirma tendría entonces que ser repetitivo, no único ni exclusivo, con instancias intermedias y estarse produciendo permanentemente en diferentes especies y a distintos niveles, tal como pasa con todo lo demás en el terreno de la biología. El problema es que la naturaleza no parece tener tal iniciativa y tampoco que la haya tenido en su remoto pasado. Algo tan peculiar como el ser humano no encaja dentro de sus milenarios parámetros y no da la impresión de ser una constante en su forma de operar.
Visto esto lo que aquí se va a proponer es una nueva hipótesis: lo que nos hizo humanos no serían acontecimientos meramente físicos ni místicos sino más bien un fenómeno que hasta ahora no nos podemos explicar y al cual se lo ha bautizado como impulso filosofante. La naturaleza no produce seres humanos espontáneamente —entendiendo a lo humano como un organismo que no se ciñe a sus leyes naturales para sobrevivir. Pero si ella no puede ser “generadora de seres antinaturales” porque es un absurdo —y sin embargo existimos— quiere decir que algo debe haber ocurrido para que no seamos los seres normales que deberíamos ser. El hombre, mal que bien, tendría que ser un animal más, con las mismas estimaciones y conducta que cualquier otro puesto que así es la vida en todas sus manifestaciones. Pero no lo somos y esa es la paradoja. ¿Puede la naturaleza producir seres que renieguen de lo que son? Si nos atuviéramos a los defensores del Diseño Inteligente responderíamos que sí, que la naturaleza es capaz de generar su propia contradicción. Pero entonces, ¿qué de inteligente puede tener crear un ser que va a ir en su contra y destruir la fuente que lo creó?
De modo que aquí hay un misterio, y como tal, deberíamos admitir que ignoramos realmente qué fue lo que pasó (y qué está pasando pues el suceso continúa). Claro, es más fácil salir al paso y hacer una afirmación contundente apelando a Dios o a la ciencia, pero nos guste o no las dudas persisten y a los filósofos no se les pasa eso por alto. Quizá políticamente sea un acierto dejarlas de lado y entronizar tal o cual verdad publicándola en los textos educativos y haciendo lo mismo a través de los medios de comunicación; pero ello es un engaño. Incluso se puede manipular a ciertos filósofos académicos para que reafirmen desde su púlpito la verdad oficial; sin embargo aún así no es fácil desviar el foco del problema. Tarde o temprano toda persona, en un momento de su vida, se enfrentará ante la muerte y allí se dará cuenta que todo lo que se le asegura acerca de nuestro origen y destino no logra satisfacer los cuestionamientos eternos y existenciales. Nadie, ante la tumba de un ser querido, puede evitar pensar: “¿Existirá un dios?” “Y con esto ¿todo se acaba?” “Con la muerte ¿nos desvanecemos como polvo y nada más?” Si las afirmaciones que se hacen desde el poder fuesen incuestionables y absolutas nadie tendría porqué dudar de ello. Se llega entonces a la conclusión que realmente lo que somos sigue siendo todavía algo inexplicable y que lo que hemos hecho es tan solo tratar de encontrarle una justificación ya que, de no hacerlo, caeríamos en la más profunda depresión.  
Ante este drama, ante esta profunda desolación que causa el no entender porqué somos lo que somos, no nos queda otra cosa que acudir a las ideas, a las propuestas que supuestamente nos dan la respuesta salvadora y nos tranquiliza con sus aclaraciones. ¿Y cómo se puede llamar a tal actividad? Filosofía. El ser humano para no caer en la desesperación necesariamente tiene que elaborar un mecanismo que le permita sostenerse como tal, como ser humano, no como animal, y ese es el filosofar. Por ejemplo, la filosofía moderna lo explica todo apelando a las necesidades suponiendo que somos seres de necesidades. Ello no suena mal, sin embargo esa es solo una manera de ver las cosas. No somos solo animales ni vivimos tratando de serlo; por el contrario, procuramos alejarnos del mundo de la necesidad para vivir en el mundo de lo humano, de las apariencias y de las nociones. Todas nuestras ansiedades y temores parten de lo que se da en el artificial mundo creado por nosotros mismos, no por la naturaleza. Si bien las necesidades básicas son fundamentales más importantes son para nosotros las humanas; sin ellas no se explicaría lo que somos ni sucesos sociales como la guerra, que nos lleva a matar y ser matados únicamente por cuestiones de creencias que nada tienen que ver con los hechos materiales.
Este análisis lleva a la suposición que, desde el primer día en que el hombre se dio cuenta que había dejado de ser un animal, lo primero que hizo fue apelar al mismo impulso filosofante que lo “sacó” de su existencia natural para crear, mediante los propios elementos actuantes de dicho fenómeno, un “nuevo orden no natural” evitando de esta forma morir de angustia. Significa entonces que la filosofía sería el primer acto propiamente humano (y el único hasta ahora) el cual tiene por función elaborar sistemas de vida artificiales para que los hombres puedan sobrevivir pese a hallarse dentro de una, para ellos, “ajena y extraña naturaleza” a la que antes pertenecían. Se trataría entonces de un acto desesperado para evitar la terrible soledad de encontrarse en un medio que se volvió súbitamente “hostil y animal”. El enajenamiento de la naturaleza, principal efecto del impulso filosofante, le ocasiona a cualquier ser que lo padezca un estado traumático imposible de soportarse sin una opción alternativa. De ello se desprende también que el factor humano no sería obligatoriamente homínido, o sea físicamente tal como somos nosotros, sino que se podría darse en cualquier otro ser vivo. Basta con que un organismo se sienta fuera de las leyes de la naturaleza e imposibilitado de aceptarlas para que automáticamente se convierta en un ser humano, sin importar la forma que éste tenga. En conclusión, la filosofía sería un método que hace viable que los seres humanos, de este planeta o de otro, homínidos o no, generen una forma de vida que sustituya a la de la naturaleza.

  1. Los métodos filosóficos
Si, como se ha dicho, la filosofía fuera el arte de concebir mundos que reemplazan al de la naturaleza entonces la idea de lo que hasta ahora ella ha sido cambiaría radicalmente. De lado quedarían las viejas definiciones acerca de sus objetivos (la sabiduría, el conocimiento, la verdad, etc.) para pasar a ser una estructura de pensamientos sistematizados que responden a las preguntas más acuciosas del hombre desde su aparición como tal. La filosofía tendría por función elaborar los discursos que explican tanto el origen del ser humano como cuál es la mejor manera de alcanzar el viejo anhelo de superar las consecuencias del impulso filosofante.
Estos discursos se podrían agrupar, en líneas generales, en tres grandes sistemas o métodos, cada uno basado en una específica facultad del organismo: el sensorial, el razonal y el intuitivo. De la facultad sensorial surge el método del mismo nombre que prioriza la información proveniente de los sentidos puesto que sostiene que, si hay algo real, al margen de la opinión humana, es precisamente lo natural, lo que actúa orgánica y materialmente sin la intervención de la voluntad del hombre. Con esta idea dicho método asegura que la manera más adecuada de retornar a la tranquilidad de naturaleza, a sus leyes y enseñanzas, es acogiéndose a ella lo más fidedignamente posible. Por su parte el método razonal afirma que es la razón el único medio por el cual el hombre puede recuperar ese estado primigenio pues solo pensando y organizando lo pensado es cómo se llevan a cabo las cosas. Por último el método intuitivo aduce que lo principal está en saber qué hay detrás de todo el misterio, por lo que la respuesta se encontrará en el indagar acerca de qué voluntades o fuerzas actúan en la naturaleza para que todo sea así, de tal manera que con ello se descubra la pauta que conducirá al inicio de todo.
De cada uno de estos métodos es que se desprenden la mayoría de las corrientes filosóficas que se han dado en la historia. No es que éstas se den en su forma pura pues todas tienen algo de las tres, pero siempre es posible detectar cuál es el principio que priorizan. La hegemonía actual de Occidente lleva a creer que el método que ésta civilización ha seguido, el razonal, es el único existente y válido, pero no es difícil darse cuenta que, con una mirada más amplia de lo que es el proceso humano, las cosas no siempre son como se dicen en el momento en que se pronuncian. Ha habido muchos imperios y cada uno en su tiempo se consideró a sí mismo el poseedor del método correcto, negándoles a los demás la veracidad del suyo. Incluso en el propio Occidente se han presentado distintas tendencias de su método razonal producto de las permanentes influencias de los otros dos (como puede ser el renacer de la ciencia debido a la influencia del método sensorial o las orientaciones orientalistas o espiritualistas producto de las influencias del método intuitivo).

  1. El método sensorial
De los tres métodos señalados el que particularmente interesa en este estudio es el sensorial ya que tiene que ver con el tema de si existió o puede existir la llamada filosofía andina. Como se ha dicho, los tres métodos tienen el mismo objetivo: proporcionarle recetas al ser humano para calmarle la inquietud acerca de su origen, su razón de ser y su destino e intentar devolverle con ello la paz y la integridad con la naturaleza perdidas a causa del impulso filosofante. La diferencia entre ellos está en la manera cómo lo hacen efectivo, empleando para eso cada una de las tres facultades principales conocidas y de las cuales adquieren sus respectivas denominaciones.
Cuando se filosofa considerando a la sensorialidad como el método más seguro de lograrlo la importancia la tiene todo aquello que los sentidos sean capaces de percibir de la realidad. La idea que hay detrás de esto es que asimilando e imitando a la naturaleza el ser humano se acercará más a ella en vez de alejarse ―como ocurrió a causa del fenómeno filosofante. Esa cercanía teóricamente produciría en él una reconfortante sensación de hallarse donde debía estar y haciendo lo que debería hacer, situación que acabará definitivamente con el dolor que significa el ir en contra de las normas establecidas. No es difícil desconocer tal situación debido a que cada vez que por algún motivo nos “liberamos” de la pesada carga de asumir el modus vivendi de ser seres humanos y actuamos naturalmente, desnudos y sin prejuicios, sentimos un alivio muy grande y gratificante. Eso mismo deben haber experimentado los primeros humanos que aparecieron sobre la Tierra —si nos atenemos a los más antiguos mitos que nos revelan de algún modo cuál era la forma de vida de nuestros antepasados.
Dicho esto se podría afirmar que el método sensorial sí es una realidad, que desarrolla una filosofía auténtica y completa, paralela a la razonal —lo mismo que la intuitiva—, solo que hoy es desconocida o negada por quienes practican exclusivamente la filosofía razonal imperante. La filosofía sensorial permite los mismos logros que obtienen las otras dos y quienes la utilizan llegan a alcanzar plenamente las expectativas de las culturas que la han asumido.

  1. Los discursos filosóficos
Toda filosofía, para ser transmisible, debe plasmarse mediante un discurso estructurado. Pero cada método ha desarrollado su propio tipo de discurso. En el caso de la filosofía sensorial los elementos que emplea son los más afines a los sentidos y comprenden: el espacio físico, las percepciones visuales o imágenes, los objetos, los sonidos, las emociones, los olores y las actividades propias del ser humano. Se trata en suma de cuentas de discursos topográficos y cinéticos cuyas unidades de sentido no son el logos ni los símbolos puestos sobre una superficie plana (como en el caso de la escritura). En la filosofía sensorial los ladrillos con que se construyen las ideas son las cosas tangibles y visibles y cómo éstas se manifiestan y se desplazan a nuestro alrededor. Es así que tanto una piedra como un árbol, al igual que cualquier objeto mayor como el Sol o el viento, constituyen las piezas fundamentales para hilar los pensamientos y con ello desarrollar mensajes complejos. Muchas danzas, por ejemplo, son largos discursos filosóficos para quienes las saben interpretar sin que ellas requieran ser traducidas en palabras para ser comprendida. Precisamente a esto, en tal filosofía, se le llama comprender, y dicho acto no pasa necesariamente por un análisis razonal. Lo que se busca en este tipo de filosofía es que el receptor comprenda las cosas, no que las conozca —como sucede en el caso de la razonal— o que las entienda —como pasa en el de la intuitiva. La humanidad, mucho antes de inventar la escritura, filosofaba de modo sensorial y con ello creó muchas de las civilizaciones conocidas. La filosofía razonal aparece tiempo después, cuando ya el factor humano, tal como lo conocemos, estaba completamente desarrollado.

  1. La filosofía andina
Recapitulando lo dicho, se propone aquí que el posible origen de lo humano sea un factor todavía desconocido al que se le ha puesto por nombre impulso filosofante. Cuando ello ocurre, en el ser afectado se produce un “desenganche” de su normal y habitual comportamiento —sujeto estrictamente a las leyes naturales—y toman conciencia de haber adquirido un estado de ajenidad con respecto al entorno en donde se encuentra. Dicha ajenidad lo que le provoca es una inevitable sensación de soledad y abandono, a diferencia de la seguridad y confianza que significaba el estar apegado ciegamente a la naturaleza. Se le ha llamado impulso filosofante debido a que su acción es obligar al ser que lo padece a identificar e individualizar el medio en el que vive y al que ya no puede ver como parte de él, como algo natural e indivisible, sino como una cosa extraña y amenazante, situación que de algún modo es una condición típica del filosofar. Nada produce temor cuando se desconoce, y la naturaleza no asusta a sus seres más allá de su contexto específico pues cada cual vive su propia y única realidad. En cambio con el impulso filosofante se resquebraja este sistema y se producen temores pánicos frente lo que antes no tenía porqué ser percibido, entre ellas la muerte, miedo que va más allá de lo que siente un ser ante a un ataque o una situación riesgosa. Los animales de por sí no conciben la muerte, mientras que el que sufre el impulso filosofante logra precisarla y comprende su magnitud, situación anómala para todo ser vivo y que ocasiona la imposibilidad de llevar una vida plena y sin aprensión.
Todo esto es un drama nada grato y cuyo único remedio ha sido hasta ahora el recurrir al mismo impulso filosofante para elaborar, usando sus propias características filosofantes, diversos paliativos. Se trata entonces de proponer estilos de sociedades que imiten la organización y estructura de la naturaleza donde todo tiene sentido, explicación y encaja en su lugar. De esa manera el afectado, el humano, puede llegar a pensar que está recuperando su interrelación con el medio y que no está perdido ni abandonado en un lugar incierto.
En el caso particular del pensar andino ―y al decir andino se involucra en este concepto a una serie de culturas desarrolladas en las distintas altitudes y latitudes de la cordillera de los Andes― podría decirse que, dada sus peculiaridades, encaja muy bien dentro del sistema o método sensorial, aquel que sostiene su accionar sobre la noción de que, para alcanzar el estado original y recuperar la vida equilibrada, se debe observar a la naturaleza y extraer de su comportamiento las normas fundamentales que el ser humano debe asumir durante su vida. Esta observación e interpretación lo que busca es el comprender, al captar el ritmo y sentido real de las cosas tal como deben ser y no como el hombre las ha deformado por causa del impulso filosofante. El filosofar sensorial se desenvuelve sobre el terreno natural; no utiliza el logos o el estros, que son los elementos propios de los otros dos métodos, sino el factos, que viene a ser la unidad de sentido conformada por las cosas físicas o las acciones humanas ejecutadas sobre ellas. Si vale la comparación, es lo mismo que si, en vez de redactar un libro empleando palabras, esto mismo se hiciera pero usando objetos puestos sobre un determinado espacio. Tanto la lectura gráfica como la fáctica hacen lo mismo: descifrar signos, y quien descifra lo hecho por un filósofo sensorial puede llegar a comprender lo que éste ha querido decir.
Existen diferencias entre los conceptos comprender, conocer y entender en la medida que cada uno de estos conceptos llevan filosóficamente a objetivos diferentes: con el comprender no se busca modificar el interior ni la constitución real de la naturaleza; solo se persigue orientarla y utilizarla. En cambio con el conocer se pretende identificar su estructura básica para formar otras nuevas que la propia naturaleza no ha dispuesto. Con el entender lo que se procura es descubrir qué fuerzas actuantes se dan detrás de cada fenómeno y objeto que el ser humano percibe, pues tal como los ve no son como realmente son.
Con esto se explicarían muchas cosas que hasta ahora, usando el método razonal, no han sido posibles de ser comprendidas debido a la persistencia en encontrar un logos como eje central del pensamiento filosófico andino. Como un ejemplo sencillo se puede mencionar el caso del Cápac Ñan o el gran camino inca del Cusco. Al hacer su recorrido se tiene la sensación de ir transcurriendo por cada página de un libro desde su inicio hasta el final y el cual no es producto de la casualidad sino obra de filósofos quienes pensaron muy bien la manera de trazarlo, colocando en su trayecto los respectivos signos o mensajes que todo caminante debería interpretar. De esta manera se transmiten conceptos, nociones e ideas diversas sobre el mundo y el hombre inserto dentro de él. Lo mismo se diría de ciertos lugares expuestos ante el hombre que habita en la selva y de cómo estos se pueden leer y comprender con solo saber la fórmula.
Se podría objetar esto diciendo que solo se está dándole una interpretación subjetiva a lo natural y que eso no es obra del ser humano. Pero si se observa detenidamente nada por donde el hombre transita ha dejado de ser tocado por él mismo, y hasta la más humilde trocha contiene una lectura. Las altas culturas andinas optaron por este método, del mismo modo que decidieron emplear elementos propios para todo orden de cosas como en la arquitectura, donde escogieron a la piedra como alma máter, o en la contabilidad, donde emplearon hilos o semillas para realizar las más complejas operaciones numéricas. No utilizaron la rueda no por desconocer el círculo ―pues lo usaron en muchas de sus manifestaciones culturales― sino por no considerarlo como el modo adecuado para desplazarse. Mientras para los fenicios la superficie de barro fue la ideal para la escritura para los andinos no lo fue, aunque podría haberlo sido pues conocían perfectamente la capacidad de dicho material para perpetuar los signos. La inteligencia no consiste en aplicar todo lo que se tenga a la mano sino en servirse bien de aquello que se sabe manejar.
Cada día se descubren nuevas culturas milenarias en el mundo andino y con ello el reto de comprender su modo de filosofar aumenta. En todos los casos lo que se nota son distintas y variadas propuestas o rutas a tomar, algunas contradictorias con otras, lo que revela algo que es común al filosofar y es que no se trata de un pensar monocorde y uniforme sino de un sinfín de proposiciones hechas por otros tantos filósofos con espíritu crítico. Querer unificar miles de años de vivencia a través de una sola expresión simbólica, mítica o filosófica es un error tan grande como querer tomar un solo idioma ―por ejemplo el quechua― como el único válido, dejando de lado los muchos otros que hubo y que todavía se dan. Esa es la explicación de porqué en este trabajo no se considera conveniente que se deba buscar en las palabras o logos andinos la esencia de su filosofar puesto que ello fue empleado solo para el habla, para la comunicación. El verdadero filosofar andino está plasmado en la misma naturaleza a la cual pretende imitar, hecho que abarca expresiones humanas tan variadas como la música, la danza o el arte.

  1. Conclusión
Al abandonarse la definición clásica de filosofía hecha desde la mirada occidental, aparecen nuevas posibilidades de ampliar su campo de acción y sus potencialidades. De ese modo caben opciones no contempladas antes, entre ellas la existencia de una filosofía andina. Ésta se ejerce plenamente pero no empleando el logos, la palabra ―como se hace en Occidente― sino utilizando el factos, que es una unidad de sentido que comprende todos los objetos de la naturaleza más los hechos humanos. Con ello es posible construir discursos filosóficos que tienen por objetivo el cumplir con la finalidad última del filosofar que es el procurar devolverle la tranquilidad al ser humano perdida por causa del impulso filosofante, responsable de su humanización y alejamiento de la naturaleza.

  1. Coda
Lo que se ha querido expresar aquí es tan solo un acercamiento a una nueva manera de ver las cosas, no así exultar una idea que puede sonar muy bien pero que puede ser vana o equivocada. El objetivo ha sido simplemente motivar a quien escuche a que se incentiven en su mente otras posibilidades que puedan resolver viejos enigmas o inspirar mejores caminos hacia su entendimiento. Como se dijo al principio, si no se osa abrir senderos donde parece no ser viable es difícil ejercer la filosofía y solo se termina repitiendo lo ya consabido sin opción a salir de tal círculo vicioso. Ojalá que estas reflexiones cumplan con ese anhelo y sirvan en la mejor medida para encontrar las respuestas que desde siempre el ser humano ha tenido. 

viernes, 28 de octubre de 2011

El mundo andino y los retos contemporáneos*


*Este artículo lleva el mismo nombre de uno anterior pero el contenido es distinto

Resumen
En la mesa redonda “Racionalidad de los pueblos ancestrales y el desarrollo sostenible” —dentro del marco del Primer ‘Encuentro Internacional sobre Educación para el Desarrollo Sostenible, Movilización en defensa de la vida frente a un futuro incierto’, desarrollado en Lima del 8 al 10 de junio de 2011— se presentó esta ponencia la cual propone un cambio de visión sobre la civilización andina: plantea no verla como un objeto de estudio histórico sino como una propuesta de modelo a seguir para un desarrollo sostenible en la medida que sus estructuras filosóficas y sociales coinciden perfectamente con la búsqueda de una forma de vida futura que armonice con el medio ambiente e interaccione positivamente con la naturaleza. La razón que lo sustenta es que este modelo ha venido siendo utilizado durante milenios por los pueblos andinos con excelentes resultados comprobados en la práctica y no hay motivo para creer que no pueda aplicarse actualmente.  
 
Introducción
Los llamados pueblos ancestrales son vistos por los países desarrollados como si fueran menores de edad que habitan territorios muy ricos en recursos naturales pero inexplotados por la incapacidad de ellos mismos. Igualmente son concebidos como carentes de alguna virtud que pueda significar un aporte útil para la humanidad. Sin embargo ¿podrían ser considerados de otra manera y no como sociedades incapaces de aprovechar la riqueza o susceptibles de compasión o receptoras de políticas asistenciales? Lo que se pretende exponer aquí es que en una cultura como en la andina se encuentran los elementos esenciales que permitirían responder a las grandes inquietudes contemporáneas como por ejemplo: ¿existirá un modelo de desarrollo sostenible que pueda reemplazar al capitalismo depredador? ¿Cuáles serían las bases de su sustentación? ¿Cómo se podría comprobar si es efectivo?
 
Metodología
Debido a que es un razonamiento filosófico se empleará el análisis comparativo y, en algunos casos, tanto la deducción como la inducción, amén de no desechar lo más valioso que es la intuición. Diversas ciencias como la historia y la sociología aportan distintos elementos de juicio con los cuales se pueden formar nuevas propuestas a través de enfoques no convencionales, distintos a los que se plantea en la actual academia. Muchas veces lo que cambia no es el dato sino la manera de interpretarlo, tomando como referencia lo expuesto por Thomas Kuhn cuando planteó la tesis del paradigma en su obra La estructura de las revoluciones científicas.
 
Tres nociones básicas para entender el pensamiento andino
A continuación voy a exponer en forma sucinta y con carácter introductorio tres conceptos andinos traducidos de la mejor manera posible a una estructura de pensamiento occidental. Ante esto es obligatorio decir entonces que se parte del presupuesto que existe un pensamiento no occidental, desechándose para ello ciertas tesis que sostienen que la manera de entender e interpretar al mundo es una sola y que sus etapas básicas corresponden a las llamadas culturas primitivas mientras que las más elaboradas a la Occidental. Enfocar las cosas de esta manera es ya de por sí un cambio en la manera de juzgar que trae consecuencias fundamentales a la hora de hacer estudios y extraer conclusiones.
Solo considerando esta mirada menos prejuiciada es que se obtiene más soltura para ver las cosas sin las barreras de tener que encajarlo todo en un mismo esquema, método que de por sí no ha resuelto cuestiones básicas que muchos de los contemporáneos exigen ser replanteados. Entre estos últimos están numerosos pueblos andinos quienes, lejos de sentir que desaparecen y que son relegados por la historia, juegan hoy un papel principal en el destino de varias naciones como Bolivia, Ecuador, Venezuela además de gran parte del entorno andino.
La investigación teórica no puede estar al margen de esta realidad centrándose solo en temas que provienen del mundo occidental y vinculados a las preocupaciones propias de ese medio; el pensamiento latinoamericano viene luchando desde hace mucho por reenfocar el objetivo de sus propuestas dirigiéndolas hacia una sociedad y un mundo que no es Europa o Estados Unidos. En consecuencia la esencia de las ideas que serán expuestas a continuación son producto de ese enfoque, de esa peculiar necesidad nuestra de mirarnos los latinoamericanos a nosotros mismos como un hecho real y principal, no marginal ni supeditado a las perspectivas de las sociedades dominantes de turno. Las tres nociones que se van a tratar son: sobre el origen del hombre andino, sobre su mandato imperativo de vida y sobre su finalidad: la belleza.
 
  1. El origen del hombre andino
Es común que debido a las relaciones de poder que gobiernan el mundo actual se piense que las creencias imperantes son las correctas. Sin embargo la experiencia nos demuestra que muchas veces éstas corresponden más a las necesidades de configurar un sistema de dominio que a lo que podríamos llamar como “la verdad”. No hay imperio que no pueda evitar tener que establecer ciertos cánones sobre los cuales sostener su dominio. Entre los muchos esquemas que existen se puede mencionar el de la noción de ser humano, cómo se piensa acerca de lo que es el hombre. Para tocar este punto debo apelar a mis propios trabajos sobre el tema los cuales están plasmados en las obras La promesa de la vida humana y, más ampliamente, en El impulso filosofante aún sin publicar. En inevitable hacerlo puesto que, sin ello, no se podría citar un texto orgánico que sirva de apoyo a lo que voy a intentar sostener: que el hombre andino ha configurado su forma de interpretar al mundo en función a una relación sensorial con éste, de ahí que el eje central para la configuración de sus ideas sea lo que denomino como el factos, la unidad básica de pensamiento con la cual éste conforma sus discursos. El factos es el acto con sentido, que tiene una explicación y una orientación y que puede ser transmitido y entendido. La suma de muchos factos es una idea y la acumulación de muchas de ellas viene a ser el discurso.
Ciertamente que todos los seres humanos hacemos lo mismo y en distinta magnitud, pero lo que caracteriza al hombre andino es la priorización de dicho método para el filosofar. Sé que ahondar más en esto puede complicar las cosas hasta correr el riesgo de salirnos del tema, pero el hecho es que cuando se emplea tal forma de pensar el producto que surge de ello es diferente al que se obtiene mediante los otros dos métodos que vienen a ser el razonal (típico de Occidente) y el intuitivo (de Oriente).
Si hay algunos seres humanos, como el caso del andino, que consideran que la abstracción se puede plasmar en elementos concretos físicos y no solo en palabras es lógico que las explicaciones sobre sí mismo varíen diametralmente de las de otros, asunto que no debe extrañar. A quienes están acostumbrados a definirse como “seres razonales” para diferenciarse de los animales les parecerá extraño que haya quienes no lo entiendan así puesto que no consideran a la razón como el elemento prioritario para identificar lo humano. En el caso andino, debido a la preponderancia del factos sobre el logos, la definición recae en el acto, en la obra, siendo así que el hombre se diferencia del animal no por emplear su razón (pues todos los animales también la tienen a su manera) sino por “hacer cosas” que otros seres vivos no hacen. En Occidente fue recién con la aparición de las teorías evolucionistas que se cuestionó el papel de la razón para darle mayor valor al “homo faber” como base para entender su esencia.
Visto esto se comprenderá que el andino se entienda a sí mismo como un producto de su relación activa con la naturaleza, de un dar y recibir información que es lo que finalmente lo identifica y de lo cual piensa que él ha surgido. No es por lo tanto ni un producto divino ni tampoco una exacerbación de su razón sino una obra hecha al alimón con la naturaleza. Esto explicaría muchas cosas, entre ellas, la ausencia de textos o libros o el no uso del lenguaje común para el ejercicio del filosofar; sí en cambio la preocupación por poner las ideas “sobre” el mismo mundo en el que vive y donde solo viviéndolo es posible leerlas. Haciendo un paralelo con Occidente, mientras que allí se filosofa con el logos y se tienen que construir discursos orales-escritos, en el Ande se filosofa con el factos y se tienen que diseñar escenarios y coreografías. Mientras que los filósofos occidentales son dramaturgos los andinos son escenógrafos y coreógrafos, pero en ambos casos se deja entender qué y cómo piensan dichos hombres. Para el andino existen otros sentidos además del de la vista con los cuales interactuar con el mundo. Un ejemplo de ello es el llamado “Camino del Inca”, en la ciudad del Cusco, que viene a ser una experiencia que, al ser recorrida, deja entender muchas cosas específicas hechas por el hombre al igual que cuando se recorre con los ojos los textos de un libro occidental. El método es diferente pero se logra el mismo fin: comunicar.
 
  1. El mandato imperativo de vida
En vista de lo primero resulta inevitable que, si se desarrolla una relación tan intensa y elemental con la naturaleza, se reconocerá en ella una serie de atributos esenciales. Debemos recordar que recién hasta hace poco en Occidente, con el auge de la ciencia, el hombre razonal de aquellos lares comenzó a considerar a la naturaleza ya no como su enemiga sino como un objeto de su interés y estudio, además de la fuente de toda su riqueza. Esta civilización vivió durante miles de años tratando de verse a sí misma como algo más que naturaleza, como alejado de ella y de su “salvajismo”; lo importante era que el ser humano razonara y eso era su mayor valor y conquista. Sin embargo con la revolución y la caída del Cristianismo como poder político dicha sociedad reconsideró tal autopercepción y hasta el día de hoy sigue intentando acercarse a la naturaleza con un verdadero afán, aunque todavía sin darle otro valor que el de cosa. Los rezagos del razonalismo aún le impiden aceptar una igualación con el resto de los seres vivos y eso se demuestra con el predominio que le da a las leyes del mercado por sobre las de la realidad, siendo ello un síntoma de que a Occidente le importan más sus propias concepciones de las cosas que los hechos concretos tal cual son.
En el caso del mundo andino, donde el ser humano vive más cerca de la experiencia sensorial que a la especulación razonal, el conocimiento es más un “entendimiento” de lo que es la naturaleza. Si Occidente se formó con la convicción que el conocer era aprehender las causas de todo, qué origina y ocasiona lo que nos rodea, en el Ande la idea imperante es la de captar el modus operandi de la naturaleza. He allí también la distinta orientación de la ciencia pues, mientras que en el primer caso es de tipo cognitiva —acción que es interpretada como “el descubrir las causas”, llevando ello a abrir la materia para ingresar a su interior y ver de qué está hecha y cómo funciona— en el segundo lo es de entendimiento, en el sentido de que hacer ciencia no es otra cosa que “entender” a la naturaleza, saber cómo ésta se comporta para de ahí extraer las normas básicas de lo que el hombre debe hacer durante su existencia.
Si es así, el hombre sensorial encuentra sus explicaciones en lo observable y verificable, en aquello que tiene delante y que le muestra la esencia de la vida. La naturaleza toda es coherente, nada se halla fuera de lugar y emplea siempre en la misma lógica. Al hombre lo que le compete es desentrañar de ella las enseñanzas que le explican todo lo que necesita saber para desarrollar su existencia. Uno de los idiomas originarios andinos, el quechua, expresa mediante un concepto —ajeno para Occidente— la más importante ley que el hombre puede llegar a aplicar: kamay, cuya traducción lo explica como un imperativo que emana de un poder superior al hombre, una obligación, una orden o un mandato. La idea subyacente es que la realidad es una estructura compleja pero que tiene su propia fuerza que la anima y toda ella interactúa de manera recíproca y solidaria, donde nada está dado al azar pues todo tiene un fin y un porqué, además de una función indispensable. Si desde lo más insignificante hasta lo más grandioso cumplen cada cual un papel entonces el ser humano, criatura que forma parte de este concierto, debe tener también su razón de ser y su misión en la vida. No puede estar exento de ella.
Siguiendo con esta secuencia se deducirá que la principal preocupación del hombre andino será primero averiguar qué es lo que le corresponde hacer para insertarse dentro del Universo y luego de qué manera debe cumplir con dicha tarea. A diferencia de la visión occidental donde el ser humano es un ente aparte de la naturaleza, con objetivos y funciones ajenos a sus dictados y cuya “misión” es usufructuarla según le indiquen las ideas del momento, la del andino es compenetrarse en su ritmo y formar parte activa en su desenvolvimiento. Los seres vivos se realizan plenamente solo cuando desarrollan todo su ser tal como son, por lo tanto el hombre solo alcanzará su plenitud cuando haga algo que salga de sí y que esté dirigido a “colaborar” para que la naturaleza siga siendo lo que es. En pocas palabras, el humano “es” cuando, como humano, pone de su parte todo lo que está a su alcance para contribuir con la existencia del todo. De modo que no está llamado a transformarse en otra cosa que en humano, a diferencia de lo que en Occidente se dice cuando se le imputa a éste un destino de conquistador del Universo, dominador de la materia o de futuro habitante de un cielo o de un infierno después de muerto.
Si el andino cumple con lo dispuesto para él por el kamay (el mandato) que viene a ser “lo que es” —puesto que no hay otra cosa fuera de la naturaleza (y donde la nada es un imposible en la medida que es solo una noción mental, no real)— entonces su vida habrá tenido sentido y él será dichoso. Si no lo cumple, si no colabora con el orden tal como es entonces se habrá salido de lo correcto y actuado en contra del mandato que le obliga a ser útil para la naturaleza que le dio la vida. Esto explica porqué todos los dioses son tectónicos o seres propios de la naturaleza (en Occidente califican esto de “panteísmo” o “animismo” insinuando con ello una visión “primitiva” de la vida) y porqué el andino se inclina a lo evidente antes que a lo abstracto, situación que lo aleja de las especulaciones teóricas muy entrañables para el occidental pero que le resultan extrañas e incomprensibles en vista que la naturaleza no es ni oscura y misteriosa sino clara y sencilla en sus manifestaciones. Con ello también se aclara en parte la razón del carácter y temperamento de dicho hombre ante la existencia.
 
3.     Su finalidad: la belleza
Un tercer concepto fundamental para abordar el pensamiento andino es aquel que entenderíamos como su meta o finalidad, cuál sería el objetivo ideal que él persigue durante su vida, tanto como individuo como sociedad. Si hemos visto que él es distinto en cuanto a su forma de entender al mundo y a la realidad a como estamos acostumbrados —o sea, a la manera occidental— pues no filosofa con la razón sino con la sensación, con el factos, y por ello le da más peso a lo que obtiene como información de la propia naturaleza que de su imaginación, se podría decir que si lograse aplicar todo lo que observa de ella para ejecutar su función humana entonces tendría por resultado una obra tangible y real que formaría parte del contexto natural, significando ello un aporte para que la propia naturaleza sea lo que ella ya es: perfecta. Si la flor, si la hormiga realizan su “trabajo” y con ello realzan al todo, el hombre no puede ser menos; también tiene que hacer algo para que ésta vaya bien, como debe ser. De modo que el aporte suyo tendrá que revertirse en la misma naturaleza y ello será un ladrillo más dentro de la armonía del conjunto, armonía que, cuando se da, produce equilibrio y paz, estabilidad y tranquilidad, cosa que es la mayor gratificación posible para el ser humano. Ese estado agradable lo que genera es una sensación de ver, de sentir, de compartir con satisfacción. Es, en suma de cuentas, un estado de belleza, puesto que la belleza no es otra cosa que la contemplación de la armonía, lo cual vendría a ser el gran objetivo de la existencia para el ser humano desde el punto de vista andino.
Toda obra humana, en la medida que produzca un beneficio común, tanto para el hombre como para la naturaleza, será siempre bella, de tal manera que la estética se medirá en función a cómo se insufla en la materia los elementos que producen armonía. No se trata de “imitarla” sino de “ayudarla” a seguir siendo lo que es. Cuando no se cumple con lo que se debe se produce el desorden, el desequilibrio, la falta o el pecado (tomando un concepto cristiano) y ello solo se repara cuando las cosas vuelven a su cauce, a lo que deberían ser. Cuando todo está en su lugar y actuando de acuerdo con el mandato imperativo se obtiene la belleza, situación que en el hombre es un estado contemplativo extático que llena su espíritu con una sensación de gozo. La diferencia que hay con el concepto “felicidad” es que no es algo que está únicamente en el interior de una persona, como pasa en Occidente, sino que necesariamente tiene que provenir del exterior; es decir, no es un placer privado: es un hecho concreto que tanto a la naturaleza como a los otros hombres les debe constar que es real. No se “busca su felicidad” sino la “belleza”, algo más impersonal pero que sí es posible de lograrse y de comprobarse en la práctica, mientras que la felicidad puede tratarse de una ilusión pasajera, egoísta o perversa, donde tanto los demás como la propia naturaleza están ausentes de esa experiencia.
Esto explicaría el porqué en el mundo andino se habla hoy de “el buen vivir” (en quechua allin kausay) que engloba muchas más cosas que un simple estado de felicidad individual. En el buen vivir están implícitos numerosos conceptos como, por ejemplo, el que nadie puede obtener este buen vivir por sí mismo; es necesariamente un acto colectivo donde sin la participación de los demás no se puede lograr. Sería imposible, para el andino, gozar mientras el entorno sufre puesto que éste es parte de su ser (en la felicidad sí puede darse en la medida que se trata de un estado íntimo supeditado solo a las metas personales, sin importar si éstas sean o no contraproducentes con el bien para las mayorías y para la naturaleza y los seres que la habitan). Si el equilibrio está roto, si la naturaleza sufre una quiebra en su estructura, si los seres con los que se cohabita igualmente sufren será inútil intentar encontrar la belleza buscada y se vivirá con pena, tristeza y amargura. En cambio si se restaura el equilibrio las cosas se encontrarán en su lugar y cumplirán con la misión encomendada. Y si el hombre andino ha puesto su cuota de esfuerzo para que eso se dé entonces el resultado será la contemplación de la belleza de la obra y ello lo llenará de dicha.
Se comprenderá que frente a esta lógica el transformar a la naturaleza en algo que no es o no tiene que ser resulta una deformidad; y que el hacerlo conlleva un desequilibrio que termina en fealdad. Para el andino el trastocar la naturaleza para que el hombre haga con ella lo que no está dentro del mandato imperativo solo puede producir desgracias y destrucción, arrastrando al ser humano a una tragedia. Ello permite entender el porqué de la animadversión que genera en él la mentalidad razonal que ve a la naturaleza como un objeto de consumo para el hombre; el porqué de su indiferencia ante un tipo de ciencia que no es la suya y su rechazo a integrarse incondicionalmente a una civilización que ve al mundo, al Universo, como contrincantes o presas a las cuales debe someter a su servicio.
 
Conclusión
El modelo ancestral andino contiene en sí mismo el esquema de un desarrollo sostenible porque proviene de una concepción cuya principal preocupación es la simbiosis y el equilibrio con la naturaleza de lo cual se deriva todo lo demás. De modo que si se quisiera encontrar modelos alternativos de desarrollo al actual lo que se propone es tomar las estructuras fundamentales de dicha cultura como patrón de organización y sus ideas centrales aplicarlas, con las necesarias adaptaciones del caso, a un nuevo formato de sociedad.
 
Bibliografía
 
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SILVA SANTISTEBAN, FERNANDO. Desarrollo político en las sociedades de la civilización andina. Universidad de Lima. Lima, Perú. 1997.
 

domingo, 9 de octubre de 2011

¿Ciencia o ciencias?


El señor Javier Bellina de los Heros publica el viernes 7 de octubre del 2011 en su blog memoriasdeorfeo.blogspot.com un conmovedor artículo en el cual hace un llamado a la indignación que siente por el desinterés tanto de los medios de comunicación como de las autoridades por la divulgación de la ciencia. Me parece oportuno hacer un comentario sobre el mismo aprovechando ello para ampliarlo hacia una crítica al pensamiento occidental sobre cómo ve éste a la ciencia.

Es muy justificable la indignación que siente el señor Bellina ante la actitud de los medios de comunicación y de la sociedad en general con respecto a la ciencia. Quizá habría que decir que lo mismo sienten todos los demás con referencia a sus propios temas (los poetas de la poesía, los músicos de la música, los deportistas del deporte, etc.) de modo que el señor Bellina no está solo sino por el contrario muy bien acompañado por numerosa gente. Más aún, a ello habría que agregar que se sumarían a su inquietud los obreros con respecto al trabajo, las amas de casa sobre la comida, los niños abandonados sobre la protección infantil y otro largo etcétera. En realidad, todos los latinoamericanos, y quizá, todos los pueblos no occidentales del mundo, tenemos ese mismo pensamiento: no le dan importancia a lo que nos interesa a cada uno en especial.
Pero para no salirnos del tema tendríamos que decir que la actitud de las sociedades no occidentales ante la ciencia tiene su explicación. Ella no está por cierto en una ausencia de capacidad mental; insinuarlo sería volver a las teorías de antaño donde la inteligencia dependía de la raza o cultura. Pienso que se encuentra en las diferencias intrínsecas, en las esencias que conforman cada tipo de cultura o civilización. Pero no solamente eso; también en los momentos que cada una de ellas atraviesa. Por ejemplo, no podemos negar que la ciencia durante el antiguo Egipto llegó a una cúspide que hasta hoy resulta un misterio para Occidente; claro, no era la misma ciencia como se la entiende ahora, pero eso no significa que no lo fuera. Si se juzga el pasado según los parámetros contemporáneos llegaríamos siempre a la misma conclusión: todo pasado es equivocado y falso, y está basado en supuestos y engaños. Pero esto es un absurdo: tendríamos que calificar a Einstein y a los demás contemporáneos de errados solamente porque hoy creemos que sus ideas se han superado.

A lo que nos lleva este razonamiento es que la ciencia no puede ser entendida como una sola y en proceso de formación constante. Esta es más bien la noción que se maneja teóricamente hoy, pero ello es solo un punto de vista. El error está en partir de un presupuesto y admitirlo como válido: que la historia humana es una acumulación constante hacia un estado de perfección, una línea recta hacia un futuro común liderado por la cultura occidental. En pocas palabras, todo lo hecho hasta ahora ha sido un pre, una etapa preparatoria para llegar a lo que somos. Esta es más o menos la tesis que sostuvo el “filósofo” Francis Fukuyama, pensador integrante de un Think Tank norteamericano del Departamento de Defensa y famoso por su libro El fin de la historia. Pretendía hacernos creer que existía un único plan universal para que llegue el día en que la humanidad sea occidental, cristiana y capitalista, liderada por Estados Unidos. Esta posición imperial ha sido duramente criticada, pero no deja de reflejar que así piensan la mayoría de los países desarrollados.

Entonces, si la historia no es una evolución hacia la Modernidad como fin último, no se puede hablar de una sola ciencia que va sumando conocimientos con el paso del tiempo. Sabemos que diversas culturas han tenido desarrollos notables en el campo científico (entendido éste como el conocimiento del comportamiento de la naturaleza) pero que luego han sido condenados y olvidados, por no decir marginados. Un claro ejemplo de ello es el interés que se muestra en un pequeño sector de la ciencia moderna en temas como la llamada Medicina Tradicional, un saber comprobado que ha perdurado por su efectividad durante miles de años. La gran ciencia occidental lo sigue considerando como un saber práctico, sin base científica y, por ello, sin ninguna relevancia. El prejuicio, el orgullo, la prepotencia y los intereses de los laboratorios hacen que los más grandes científicos desechen sus propios principios, el conocer realmente a la naturaleza, por sostener un edificio de conocimientos orientado estrictamente hacia el actual mercado.

Lo que en última instancia no se quiere admitir es que la naturaleza puede ser abordada de varias formas y obtener diferentes resultados, y el laboratorio es solo una de ellas. El problema es que la opción occidental está construida bajo la idea experimentalista basada en el cartesianismo por un lado y en el principio del tercio excluido por otro (una cosa es solo ella y no puede ser otra). Si se toman estas nociones como si fueran una verdad fundamental y eterna por supuesto que se termina pensando que la ciencia verdadera y única es la que se practica en el Occidente moderno. El tema es que se ha partido de una creencia, respetable sí, pero creencia a fin de cuentas. Occidente no es capaz de reconocer que lo que hace es una versión de cómo conocer a la materia, pero que eso no agota el saber.

Otros pueblos de otros tiempos y lugares han abordado el problema de la naturaleza con ojos distintos obteniendo diferentes resultados. En el caso andino es notorio que no se la ha visto como “cosa” sino como “ente”. Esto porque, a diferencia de los griegos antiguos, el pensamiento filosófico de esta parte no utilizó la razón como herramienta para el conocimiento: empleó la sensación, el conocimiento objetivo, algo que Occidente recién hace un par de siglos asumió aunque a su manera. Cuando se cree que la razón es la panacea se cae en la suposición que solo el hombre cuenta en la vida pues “es el único que razona”, mientras que el resto solo existe por existir, sin ningún sentido ni función. A lo más el cosmos está para darle soporte al hombre, el fin último de todo el Universo. En cambio, en sociedades como la andina, a la materia se le otorgó el mismo nivel que el del ser humano, y más aún: al hombre se lo ubicó en un plano de igualdad con ella, con una función específica que cumplir, ni mejor ni peor que la de ésta. De modo que, siendo así, la ciencia vendría a ser, en este sistema, no el conocimiento de la “cosa” sino el conocimiento del “ente”, del ser vivo y con derechos, con fines y objetivos, con una razón de ser.

¿Y qué tiene que ver esto con la preocupación del señor Bellina? Que lo que a él le inquieta realmente es que en Latinoamérica, como en el resto del mundo no occidental, “no hay interés por la ciencia occidental”, una ciencia que no la sentimos nuestra y que no vemos que contribuya realmente a nada bueno. ¿Las pruebas? Vayamos al mismo escenario de espanto del señor Bellina: Huancavelica, Perú. Observemos todas las cosas vinculadas a la ciencia occidental. Los medios de comunicación: estos solo transmiten los programas y las órdenes de Lima, siempre orientados a dar una visión occidental del Perú y relegando a lo andino a un nivel de “primitivo y folclórico”; las mineras, las únicas entidades que utilizan la más reciente tecnología: tienen por resultado la contaminación y desaparición de la vida natural; otras tecnologías, como los vehículos o las armas: cuando se hace un balance sobre su contribución al desarrollo y a la vida humana se puede decir que traen más destrucción y desestructuración pues imponen por la fuerza una forma de vida ajena a la realidad. En suma de cuentas, la ciencia, en Huancavelica, es un sinónimo de imperio, imposición, desprecio, supremacía del extraño y contaminación. ¿Se le puede tener interés a esto con tales resultados? Imposible.

Hay quienes se apoyan en la medicina para argumentar que Occidente sí le hace un bien a la humanidad gracias a su ciencia. Pues bien, cuando se mira el panorama lo que se observa es un desencuentro entre las necesidades reales de una población y lo que pretende imponer el Estado como noción de salud. Para Occidente la salud se basa en una ideología “taller” donde solo es saludable el que consume medicina. Incluso su nueva estrategia, la de “prevención”, es una versión de lo mismo pues implica ir al taller “antes” que la máquina se malogre; es decir, doble gasto. Desde ya esta filosofía de la salud se estrella directamente con otras concepciones no occidentales donde ésta significa armonía con el medio, donde estar saludable es integrarse al entorno con equilibrio, sin dañarlo, pues hacerlo es perjudicarse uno mismo. Ahí viene la confrontación ya que para Occidente la explotación de la Tierra es lo fundamental, y la medicina que practica es para curar precisamente las consecuencias de dicha explotación. Es, finalmente, una salud para sostener la forma de vida moderna, no para evitar hacerle daño a la naturaleza.

Terminaría diciéndole al señor Bellina que los latinoamericanos no consideramos que sea valioso apoyar la ciencia occidental no por tozudez o negación ciega sino por los resultados que ésta genera. Gracias a la ciencia occidental es que el abismo entre unos pueblos y otros se ha incrementado a niveles nunca antes vistos; gracias a la ciencia occidental los países que la utilizan pueden llevar muerte y destrucción con comodidad y a distancia, imponiendo sus gustos e intereses por toda el planeta; gracias a la ciencia occidental hoy el mundo se encuentra como nunca antes en serio peligro de destrucción puesto que los radioisótopos actúan durante miles o millones de años sobre los seres vivos, inocentes de estos afanes “científicos”. Cómo entonces, señor Bellina, creer que el saber dicha ciencia puede significar un beneficio para alguien que no sea el Pentágono y las transnacionales. La alternativa sería, a mi entender, desarrollar precisamente esa otra ciencia, la ciencia de la vida, la cual se encuentra inserta en la filosofía y forma de ser del mundo andino. No digo que sea la única opción; puede haber otras. Pero es preferible a la que actualmente emplean los dominadores y destructores del Universo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El mundo andino y los retos contemporáneos

Ponencia a cargo del filósofo Luis Enrique Alvizuri en la mesa redonda “Racionalidad de los pueblos ancestrales y el desarrollo sostenible” dentro del marco del Primer Encuentro Internacional sobre Educación para el Desarrollo Sostenible, Movilización en defensa de la vida frente a un futuro incierto. (Lima, 8, 9 y 10 de junio de 2011).

Distinguidos señores:

Es para mí muy grato poder estar presente esta noche en tan importante panel junto a las distinguidas personalidades que lo integran. Agradezco previamente a la organización el haberme invitado y espero estar a la altura de las circunstancias. El tema en cuestión es “La racionalidad de los pueblos ancestrales y el desarrollo sostenible”, y al respecto quisiera iniciar mi presentación con un comentario. La denominación de pueblos ancestrales es, en mi opinión, un tanto discutible puesto que presupone la idea de un aislamiento y una política de preservación que no se condice con la realidad puesto que tales pueblos, en su mayoría, ya están incorporados a la llamada Comunidad Universal debido al intercambio de información con la consiguiente modificación de conducta que ello supone. En pocas palabras, se trata de pueblos actualizados y, en muchos casos, modernizados, si bien no totalmente. Por otro lado la palabra diera la impresión que solo ellos provinieran de un pasado remoto cuando en verdad todas las personas que estamos sobre el planeta descendemos del mismo tronco común, por lo tanto, un neoyorkino es tan ancestral por sus raíces como un fueguino o un ona. Pienso que se debería buscar una denominación más adecuada a tono con la apertura y respeto que hoy se le quiere dar a la interculturalidad.

Pasando al tema en cuestión, quisiera pedirle al auditorio que tenga la paciencia y comprensión para escuchar algunas reflexiones e ideas poco convencionales que son producto de mis propias elucubraciones. Esto por cuanto yo trabajo particularmente el tema de la filosofía andina y ello me obliga a buscar conceptos y propuestas fuera del ámbito del pensamiento convencional.

En primer lugar, soy de los que piensan que el mundo andino no es un sinónimo de pasado ni de folclor, una visión más turística que social. Es mi opinión que estamos ante una civilización muy viva y actual, no congelada en una etapa pretérita, y que constantemente se encuentra renovándose y asimilando la época que le toca vivir. Lejos de la perspectiva tradicional —que da a entender que las culturas no occidentales se dedican solo a mantenerse tal como eran al momento en que aparecieran los occidentales— creo que la mayoría de las culturas vivas continúan con sus procesos de desarrollo propios incorporando el factor ajeno en sus esencias. Precisamente su capacidad de asimilación es lo que demuestra que están activas, a diferencia de otras de las cuales solo quedan sus restos como expresión de museo y que son objeto de un estudio histórico más no de campo.

Esto es sumamente importante para evaluar mi posición pues ello cambia radicalmente el punto de vista. La mayoría de los que estudian dicha cultura solo la abordan con una mirada antropológica considerando a sus elementos no occidentales como los únicos válidos sin darse cuenta que toda cultura es un proceso de incorporación de valores, costumbres, filosofías y ciencias provenientes de todas partes. Es así que, por ejemplo, no se acepta que el idioma castellano sea también andino al igual que la religión cristiana y otros usos y tradiciones. Se contempla solo aquello que parezca menos occidental con lo que se termina por configurar una imagen ubicada instantes antes de la llegada de los europeos, hecho acaecido hace más de 500 años.

La persistencia en el uso del quechua o el aimara como elementos básicos identificatorios, lo mismo que asumir la tecnología campesina actual como si no hubiese habido otra más urbana y elaborada, deforman la realidad e impide establecer un juicio certero de cómo ha evolucionando dicha cultura y en qué instancia se encuentra hoy. Esto trae como consecuencia la creencia popular que hablar de lo andino es referirse a un tiempo remoto, a algo no existente o solo visible en su expresión agraria sobreviviente (visión influida por una egiptología banalizada y el cine de aventuras). De ahí que es lógico que a dicha cultura se la vincule con la pobreza, el atraso, el abandono y demás apelativos inferiorizantes. En última instancia se termina por creer que lo andino es un sinónimo de “en vías de extinción”, de incapacidad de incorporar la realidad presente y de marginalidad y explotación.

Pero si cambiamos esta óptica descubriremos no solamente que ella está viva y creciente sino que porta una serie de propuestas que incluso pueden competir como planteamientos serios para reemplazar aquellos obsoletos o cuestionados provenientes de Occidente. La tendencia contemporánea es a reafirmar nociones filosóficas hasta hace un tiempo rechazadas y que propician la relación hombre-materia pero en igualdad de condiciones, frente a la idea cartesiana de hombre versus naturaleza, la cual tenía que ser vencida y dominada para que estuviera a su servicio. Hoy se ven las consecuencias desastrosas de esa forma de pensar y el mundo entero se encuentra a la búsqueda de ideaciones menos perniciosas en vista de los resultados provocados por los excesos de la Modernidad. Pero para ello se deben superar ciertos escollos o prejuicios como los anteriormente mencionados y considerar que muchas de las culturas llamadas “ancestrales” pueden aportar con sus conocimientos y visiones de la vida a construir un nuevo imaginario colectivo para la humanidad. El primer paso, como ya se dijo, es no verlas muertas o inferiores pues eso, de arranque, significa aislarlas y menospreciarlas. Luego debe abordárselas en paridad de condiciones y no con la soberbia del investigador clásico que afronta el tema más como una aventura misteriosa que como un intercambio de experiencias.

Pero no quiero eludir el punto central del tema que es la racionalidad. En ello nuevamente expongo mis modestas discrepancias puesto que se parte de un supuesto de que lo que identifica al ser humano es la preeminencia del uso de la razón como si ésta fuera el eje central para describir al género homo. Es comprensible que aún quede tal idea antigua debido a su inveterado arraigo, pero desde una perspectiva más renovada se encuentra cuestionada debido a que, en principio, sobredimensiona una parte sin contemplar la interacción con el todo (el ser humano es más que su razón, también está su cuerpo, sus pensamientos, sus sentimientos, su vivencia interior, etc.) y por otro lado la racionalidad ha sido solo uno de los caminos asumidos por el hombre para construir su mundo: también ha empleado sus sentidos y su intuición.

Si consideráramos que la filosofía fuera, no solo una especulación vana y ociosa como dice hoy, sino la configuración de las estructuras básicas para la elaboración de sociedades entenderíamos el porqué existen las diferencias entre las culturas. Así como ha habido aquellas que vieron la realidad con el orden y secuencialidad de la razón y sobre ello hicieron contextos similares, igualmente se han dado otras que emplearon la sensorialidad y los sentidos, para tratar de interpretar y acomodar el mundo al ser humano. Y además hubo otras que optaron por la intuitividad como mecanismo fundamental para su interrelación con la realidad. Tendríamos así tres vías distintas con tres maneras de ver al fenómeno humano en su transcurrir sobre la Tierra. Sería problemático intentar, en culturas no racionalistas, el encontrarles su racionalidad como factor principal sin contemplar que para éstas lo más importante es su relación directa con la naturaleza o su interrelación con las fuerzas desconocidas de la misma, del mismo modo que sería más provechoso no usar criterios culturales propios para medir y comprender a los demás sino más bien salirse de ellos para descubrir o innovar otros que posibiliten la cercanía y la apertura a diferentes visiones de la vida.

Dando estos pasos iniciales sería viable el suponer futuras experiencias que permitan reinterpretar conceptos que tienen el problema de provenir exclusivamente del lado occidental sin recibir los aportes de otros frentes culturales. Nociones como ‘desarrollo’ tienen que presentarse lo más desnudas posibles, sin las connotaciones economicistas actuales, para que sean recipientes que se puedan llenar con los criterios y valores provenientes de aquellos a quienes queremos incorporar en un proyecto común que traspase las barreras de lo personal para convertirse en un universal. El mundo tiene que ser visto, entonces, no como una prolongación de la occidentalidad sobre los pueblos de la Tierra sino como una integración y confluencia de todos aquellos que compartimos el mismo drama de ser seres humanos.

Muchas gracias.