viernes, 28 de octubre de 2011

El mundo andino y los retos contemporáneos*


*Este artículo lleva el mismo nombre de uno anterior pero el contenido es distinto

Resumen
En la mesa redonda “Racionalidad de los pueblos ancestrales y el desarrollo sostenible” —dentro del marco del Primer ‘Encuentro Internacional sobre Educación para el Desarrollo Sostenible, Movilización en defensa de la vida frente a un futuro incierto’, desarrollado en Lima del 8 al 10 de junio de 2011— se presentó esta ponencia la cual propone un cambio de visión sobre la civilización andina: plantea no verla como un objeto de estudio histórico sino como una propuesta de modelo a seguir para un desarrollo sostenible en la medida que sus estructuras filosóficas y sociales coinciden perfectamente con la búsqueda de una forma de vida futura que armonice con el medio ambiente e interaccione positivamente con la naturaleza. La razón que lo sustenta es que este modelo ha venido siendo utilizado durante milenios por los pueblos andinos con excelentes resultados comprobados en la práctica y no hay motivo para creer que no pueda aplicarse actualmente.  
 
Introducción
Los llamados pueblos ancestrales son vistos por los países desarrollados como si fueran menores de edad que habitan territorios muy ricos en recursos naturales pero inexplotados por la incapacidad de ellos mismos. Igualmente son concebidos como carentes de alguna virtud que pueda significar un aporte útil para la humanidad. Sin embargo ¿podrían ser considerados de otra manera y no como sociedades incapaces de aprovechar la riqueza o susceptibles de compasión o receptoras de políticas asistenciales? Lo que se pretende exponer aquí es que en una cultura como en la andina se encuentran los elementos esenciales que permitirían responder a las grandes inquietudes contemporáneas como por ejemplo: ¿existirá un modelo de desarrollo sostenible que pueda reemplazar al capitalismo depredador? ¿Cuáles serían las bases de su sustentación? ¿Cómo se podría comprobar si es efectivo?
 
Metodología
Debido a que es un razonamiento filosófico se empleará el análisis comparativo y, en algunos casos, tanto la deducción como la inducción, amén de no desechar lo más valioso que es la intuición. Diversas ciencias como la historia y la sociología aportan distintos elementos de juicio con los cuales se pueden formar nuevas propuestas a través de enfoques no convencionales, distintos a los que se plantea en la actual academia. Muchas veces lo que cambia no es el dato sino la manera de interpretarlo, tomando como referencia lo expuesto por Thomas Kuhn cuando planteó la tesis del paradigma en su obra La estructura de las revoluciones científicas.
 
Tres nociones básicas para entender el pensamiento andino
A continuación voy a exponer en forma sucinta y con carácter introductorio tres conceptos andinos traducidos de la mejor manera posible a una estructura de pensamiento occidental. Ante esto es obligatorio decir entonces que se parte del presupuesto que existe un pensamiento no occidental, desechándose para ello ciertas tesis que sostienen que la manera de entender e interpretar al mundo es una sola y que sus etapas básicas corresponden a las llamadas culturas primitivas mientras que las más elaboradas a la Occidental. Enfocar las cosas de esta manera es ya de por sí un cambio en la manera de juzgar que trae consecuencias fundamentales a la hora de hacer estudios y extraer conclusiones.
Solo considerando esta mirada menos prejuiciada es que se obtiene más soltura para ver las cosas sin las barreras de tener que encajarlo todo en un mismo esquema, método que de por sí no ha resuelto cuestiones básicas que muchos de los contemporáneos exigen ser replanteados. Entre estos últimos están numerosos pueblos andinos quienes, lejos de sentir que desaparecen y que son relegados por la historia, juegan hoy un papel principal en el destino de varias naciones como Bolivia, Ecuador, Venezuela además de gran parte del entorno andino.
La investigación teórica no puede estar al margen de esta realidad centrándose solo en temas que provienen del mundo occidental y vinculados a las preocupaciones propias de ese medio; el pensamiento latinoamericano viene luchando desde hace mucho por reenfocar el objetivo de sus propuestas dirigiéndolas hacia una sociedad y un mundo que no es Europa o Estados Unidos. En consecuencia la esencia de las ideas que serán expuestas a continuación son producto de ese enfoque, de esa peculiar necesidad nuestra de mirarnos los latinoamericanos a nosotros mismos como un hecho real y principal, no marginal ni supeditado a las perspectivas de las sociedades dominantes de turno. Las tres nociones que se van a tratar son: sobre el origen del hombre andino, sobre su mandato imperativo de vida y sobre su finalidad: la belleza.
 
  1. El origen del hombre andino
Es común que debido a las relaciones de poder que gobiernan el mundo actual se piense que las creencias imperantes son las correctas. Sin embargo la experiencia nos demuestra que muchas veces éstas corresponden más a las necesidades de configurar un sistema de dominio que a lo que podríamos llamar como “la verdad”. No hay imperio que no pueda evitar tener que establecer ciertos cánones sobre los cuales sostener su dominio. Entre los muchos esquemas que existen se puede mencionar el de la noción de ser humano, cómo se piensa acerca de lo que es el hombre. Para tocar este punto debo apelar a mis propios trabajos sobre el tema los cuales están plasmados en las obras La promesa de la vida humana y, más ampliamente, en El impulso filosofante aún sin publicar. En inevitable hacerlo puesto que, sin ello, no se podría citar un texto orgánico que sirva de apoyo a lo que voy a intentar sostener: que el hombre andino ha configurado su forma de interpretar al mundo en función a una relación sensorial con éste, de ahí que el eje central para la configuración de sus ideas sea lo que denomino como el factos, la unidad básica de pensamiento con la cual éste conforma sus discursos. El factos es el acto con sentido, que tiene una explicación y una orientación y que puede ser transmitido y entendido. La suma de muchos factos es una idea y la acumulación de muchas de ellas viene a ser el discurso.
Ciertamente que todos los seres humanos hacemos lo mismo y en distinta magnitud, pero lo que caracteriza al hombre andino es la priorización de dicho método para el filosofar. Sé que ahondar más en esto puede complicar las cosas hasta correr el riesgo de salirnos del tema, pero el hecho es que cuando se emplea tal forma de pensar el producto que surge de ello es diferente al que se obtiene mediante los otros dos métodos que vienen a ser el razonal (típico de Occidente) y el intuitivo (de Oriente).
Si hay algunos seres humanos, como el caso del andino, que consideran que la abstracción se puede plasmar en elementos concretos físicos y no solo en palabras es lógico que las explicaciones sobre sí mismo varíen diametralmente de las de otros, asunto que no debe extrañar. A quienes están acostumbrados a definirse como “seres razonales” para diferenciarse de los animales les parecerá extraño que haya quienes no lo entiendan así puesto que no consideran a la razón como el elemento prioritario para identificar lo humano. En el caso andino, debido a la preponderancia del factos sobre el logos, la definición recae en el acto, en la obra, siendo así que el hombre se diferencia del animal no por emplear su razón (pues todos los animales también la tienen a su manera) sino por “hacer cosas” que otros seres vivos no hacen. En Occidente fue recién con la aparición de las teorías evolucionistas que se cuestionó el papel de la razón para darle mayor valor al “homo faber” como base para entender su esencia.
Visto esto se comprenderá que el andino se entienda a sí mismo como un producto de su relación activa con la naturaleza, de un dar y recibir información que es lo que finalmente lo identifica y de lo cual piensa que él ha surgido. No es por lo tanto ni un producto divino ni tampoco una exacerbación de su razón sino una obra hecha al alimón con la naturaleza. Esto explicaría muchas cosas, entre ellas, la ausencia de textos o libros o el no uso del lenguaje común para el ejercicio del filosofar; sí en cambio la preocupación por poner las ideas “sobre” el mismo mundo en el que vive y donde solo viviéndolo es posible leerlas. Haciendo un paralelo con Occidente, mientras que allí se filosofa con el logos y se tienen que construir discursos orales-escritos, en el Ande se filosofa con el factos y se tienen que diseñar escenarios y coreografías. Mientras que los filósofos occidentales son dramaturgos los andinos son escenógrafos y coreógrafos, pero en ambos casos se deja entender qué y cómo piensan dichos hombres. Para el andino existen otros sentidos además del de la vista con los cuales interactuar con el mundo. Un ejemplo de ello es el llamado “Camino del Inca”, en la ciudad del Cusco, que viene a ser una experiencia que, al ser recorrida, deja entender muchas cosas específicas hechas por el hombre al igual que cuando se recorre con los ojos los textos de un libro occidental. El método es diferente pero se logra el mismo fin: comunicar.
 
  1. El mandato imperativo de vida
En vista de lo primero resulta inevitable que, si se desarrolla una relación tan intensa y elemental con la naturaleza, se reconocerá en ella una serie de atributos esenciales. Debemos recordar que recién hasta hace poco en Occidente, con el auge de la ciencia, el hombre razonal de aquellos lares comenzó a considerar a la naturaleza ya no como su enemiga sino como un objeto de su interés y estudio, además de la fuente de toda su riqueza. Esta civilización vivió durante miles de años tratando de verse a sí misma como algo más que naturaleza, como alejado de ella y de su “salvajismo”; lo importante era que el ser humano razonara y eso era su mayor valor y conquista. Sin embargo con la revolución y la caída del Cristianismo como poder político dicha sociedad reconsideró tal autopercepción y hasta el día de hoy sigue intentando acercarse a la naturaleza con un verdadero afán, aunque todavía sin darle otro valor que el de cosa. Los rezagos del razonalismo aún le impiden aceptar una igualación con el resto de los seres vivos y eso se demuestra con el predominio que le da a las leyes del mercado por sobre las de la realidad, siendo ello un síntoma de que a Occidente le importan más sus propias concepciones de las cosas que los hechos concretos tal cual son.
En el caso del mundo andino, donde el ser humano vive más cerca de la experiencia sensorial que a la especulación razonal, el conocimiento es más un “entendimiento” de lo que es la naturaleza. Si Occidente se formó con la convicción que el conocer era aprehender las causas de todo, qué origina y ocasiona lo que nos rodea, en el Ande la idea imperante es la de captar el modus operandi de la naturaleza. He allí también la distinta orientación de la ciencia pues, mientras que en el primer caso es de tipo cognitiva —acción que es interpretada como “el descubrir las causas”, llevando ello a abrir la materia para ingresar a su interior y ver de qué está hecha y cómo funciona— en el segundo lo es de entendimiento, en el sentido de que hacer ciencia no es otra cosa que “entender” a la naturaleza, saber cómo ésta se comporta para de ahí extraer las normas básicas de lo que el hombre debe hacer durante su existencia.
Si es así, el hombre sensorial encuentra sus explicaciones en lo observable y verificable, en aquello que tiene delante y que le muestra la esencia de la vida. La naturaleza toda es coherente, nada se halla fuera de lugar y emplea siempre en la misma lógica. Al hombre lo que le compete es desentrañar de ella las enseñanzas que le explican todo lo que necesita saber para desarrollar su existencia. Uno de los idiomas originarios andinos, el quechua, expresa mediante un concepto —ajeno para Occidente— la más importante ley que el hombre puede llegar a aplicar: kamay, cuya traducción lo explica como un imperativo que emana de un poder superior al hombre, una obligación, una orden o un mandato. La idea subyacente es que la realidad es una estructura compleja pero que tiene su propia fuerza que la anima y toda ella interactúa de manera recíproca y solidaria, donde nada está dado al azar pues todo tiene un fin y un porqué, además de una función indispensable. Si desde lo más insignificante hasta lo más grandioso cumplen cada cual un papel entonces el ser humano, criatura que forma parte de este concierto, debe tener también su razón de ser y su misión en la vida. No puede estar exento de ella.
Siguiendo con esta secuencia se deducirá que la principal preocupación del hombre andino será primero averiguar qué es lo que le corresponde hacer para insertarse dentro del Universo y luego de qué manera debe cumplir con dicha tarea. A diferencia de la visión occidental donde el ser humano es un ente aparte de la naturaleza, con objetivos y funciones ajenos a sus dictados y cuya “misión” es usufructuarla según le indiquen las ideas del momento, la del andino es compenetrarse en su ritmo y formar parte activa en su desenvolvimiento. Los seres vivos se realizan plenamente solo cuando desarrollan todo su ser tal como son, por lo tanto el hombre solo alcanzará su plenitud cuando haga algo que salga de sí y que esté dirigido a “colaborar” para que la naturaleza siga siendo lo que es. En pocas palabras, el humano “es” cuando, como humano, pone de su parte todo lo que está a su alcance para contribuir con la existencia del todo. De modo que no está llamado a transformarse en otra cosa que en humano, a diferencia de lo que en Occidente se dice cuando se le imputa a éste un destino de conquistador del Universo, dominador de la materia o de futuro habitante de un cielo o de un infierno después de muerto.
Si el andino cumple con lo dispuesto para él por el kamay (el mandato) que viene a ser “lo que es” —puesto que no hay otra cosa fuera de la naturaleza (y donde la nada es un imposible en la medida que es solo una noción mental, no real)— entonces su vida habrá tenido sentido y él será dichoso. Si no lo cumple, si no colabora con el orden tal como es entonces se habrá salido de lo correcto y actuado en contra del mandato que le obliga a ser útil para la naturaleza que le dio la vida. Esto explica porqué todos los dioses son tectónicos o seres propios de la naturaleza (en Occidente califican esto de “panteísmo” o “animismo” insinuando con ello una visión “primitiva” de la vida) y porqué el andino se inclina a lo evidente antes que a lo abstracto, situación que lo aleja de las especulaciones teóricas muy entrañables para el occidental pero que le resultan extrañas e incomprensibles en vista que la naturaleza no es ni oscura y misteriosa sino clara y sencilla en sus manifestaciones. Con ello también se aclara en parte la razón del carácter y temperamento de dicho hombre ante la existencia.
 
3.     Su finalidad: la belleza
Un tercer concepto fundamental para abordar el pensamiento andino es aquel que entenderíamos como su meta o finalidad, cuál sería el objetivo ideal que él persigue durante su vida, tanto como individuo como sociedad. Si hemos visto que él es distinto en cuanto a su forma de entender al mundo y a la realidad a como estamos acostumbrados —o sea, a la manera occidental— pues no filosofa con la razón sino con la sensación, con el factos, y por ello le da más peso a lo que obtiene como información de la propia naturaleza que de su imaginación, se podría decir que si lograse aplicar todo lo que observa de ella para ejecutar su función humana entonces tendría por resultado una obra tangible y real que formaría parte del contexto natural, significando ello un aporte para que la propia naturaleza sea lo que ella ya es: perfecta. Si la flor, si la hormiga realizan su “trabajo” y con ello realzan al todo, el hombre no puede ser menos; también tiene que hacer algo para que ésta vaya bien, como debe ser. De modo que el aporte suyo tendrá que revertirse en la misma naturaleza y ello será un ladrillo más dentro de la armonía del conjunto, armonía que, cuando se da, produce equilibrio y paz, estabilidad y tranquilidad, cosa que es la mayor gratificación posible para el ser humano. Ese estado agradable lo que genera es una sensación de ver, de sentir, de compartir con satisfacción. Es, en suma de cuentas, un estado de belleza, puesto que la belleza no es otra cosa que la contemplación de la armonía, lo cual vendría a ser el gran objetivo de la existencia para el ser humano desde el punto de vista andino.
Toda obra humana, en la medida que produzca un beneficio común, tanto para el hombre como para la naturaleza, será siempre bella, de tal manera que la estética se medirá en función a cómo se insufla en la materia los elementos que producen armonía. No se trata de “imitarla” sino de “ayudarla” a seguir siendo lo que es. Cuando no se cumple con lo que se debe se produce el desorden, el desequilibrio, la falta o el pecado (tomando un concepto cristiano) y ello solo se repara cuando las cosas vuelven a su cauce, a lo que deberían ser. Cuando todo está en su lugar y actuando de acuerdo con el mandato imperativo se obtiene la belleza, situación que en el hombre es un estado contemplativo extático que llena su espíritu con una sensación de gozo. La diferencia que hay con el concepto “felicidad” es que no es algo que está únicamente en el interior de una persona, como pasa en Occidente, sino que necesariamente tiene que provenir del exterior; es decir, no es un placer privado: es un hecho concreto que tanto a la naturaleza como a los otros hombres les debe constar que es real. No se “busca su felicidad” sino la “belleza”, algo más impersonal pero que sí es posible de lograrse y de comprobarse en la práctica, mientras que la felicidad puede tratarse de una ilusión pasajera, egoísta o perversa, donde tanto los demás como la propia naturaleza están ausentes de esa experiencia.
Esto explicaría el porqué en el mundo andino se habla hoy de “el buen vivir” (en quechua allin kausay) que engloba muchas más cosas que un simple estado de felicidad individual. En el buen vivir están implícitos numerosos conceptos como, por ejemplo, el que nadie puede obtener este buen vivir por sí mismo; es necesariamente un acto colectivo donde sin la participación de los demás no se puede lograr. Sería imposible, para el andino, gozar mientras el entorno sufre puesto que éste es parte de su ser (en la felicidad sí puede darse en la medida que se trata de un estado íntimo supeditado solo a las metas personales, sin importar si éstas sean o no contraproducentes con el bien para las mayorías y para la naturaleza y los seres que la habitan). Si el equilibrio está roto, si la naturaleza sufre una quiebra en su estructura, si los seres con los que se cohabita igualmente sufren será inútil intentar encontrar la belleza buscada y se vivirá con pena, tristeza y amargura. En cambio si se restaura el equilibrio las cosas se encontrarán en su lugar y cumplirán con la misión encomendada. Y si el hombre andino ha puesto su cuota de esfuerzo para que eso se dé entonces el resultado será la contemplación de la belleza de la obra y ello lo llenará de dicha.
Se comprenderá que frente a esta lógica el transformar a la naturaleza en algo que no es o no tiene que ser resulta una deformidad; y que el hacerlo conlleva un desequilibrio que termina en fealdad. Para el andino el trastocar la naturaleza para que el hombre haga con ella lo que no está dentro del mandato imperativo solo puede producir desgracias y destrucción, arrastrando al ser humano a una tragedia. Ello permite entender el porqué de la animadversión que genera en él la mentalidad razonal que ve a la naturaleza como un objeto de consumo para el hombre; el porqué de su indiferencia ante un tipo de ciencia que no es la suya y su rechazo a integrarse incondicionalmente a una civilización que ve al mundo, al Universo, como contrincantes o presas a las cuales debe someter a su servicio.
 
Conclusión
El modelo ancestral andino contiene en sí mismo el esquema de un desarrollo sostenible porque proviene de una concepción cuya principal preocupación es la simbiosis y el equilibrio con la naturaleza de lo cual se deriva todo lo demás. De modo que si se quisiera encontrar modelos alternativos de desarrollo al actual lo que se propone es tomar las estructuras fundamentales de dicha cultura como patrón de organización y sus ideas centrales aplicarlas, con las necesarias adaptaciones del caso, a un nuevo formato de sociedad.
 
Bibliografía
 
ALVIZURI, LUIS ENRIQUE. El modelo de desarrollo andino. Lima, Perú. 2007.
ARCHIVOS DE LA SOCIEDAD PERUANA DE FILOSOFÍA VIII. VARIOS AUTORES. Lima, Perú. 2003.
GOLTE, JÜRGEN. La racionalidad de la organización andina 2da edición Instituto de Estudios Peruanos. Lima, Perú. 1987.
HERNÁNDEZ, MAX Y VARIOS. Entre el mito y la historia. Psicoanálisis y pasado andino. Ediciones psicoanalíticas Imago. Lima, Perú. 1987.
IRARRÁZAVAL, DIEGO. Tradición y porvenir andino. Instituto de Estudios Aimaras. TAREA. Lima, Perú. 1992.
MENDIZÁBAL, EMILIO. Estructura y función en la cultura andina. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima, Perú. 1989.
RIESCO, DOLORES. Las grandes culturas y su filosofía comparada. Madrid, España 1968.
ROSTWOROWSKI, MARÍA. Ensayos de historia andina. Elites, etnias, recursos. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, Perú. 1993.
SÁNCHEZ RODRIGO. Organización andina, drama y posibilidad. Instituto Regional de Ecología Andina. Lima, Perú. 1987.
SILVA SANTISTEBAN, FERNANDO. Desarrollo político en las sociedades de la civilización andina. Universidad de Lima. Lima, Perú. 1997.
 

domingo, 9 de octubre de 2011

¿Ciencia o ciencias?


El señor Javier Bellina de los Heros publica el viernes 7 de octubre del 2011 en su blog memoriasdeorfeo.blogspot.com un conmovedor artículo en el cual hace un llamado a la indignación que siente por el desinterés tanto de los medios de comunicación como de las autoridades por la divulgación de la ciencia. Me parece oportuno hacer un comentario sobre el mismo aprovechando ello para ampliarlo hacia una crítica al pensamiento occidental sobre cómo ve éste a la ciencia.

Es muy justificable la indignación que siente el señor Bellina ante la actitud de los medios de comunicación y de la sociedad en general con respecto a la ciencia. Quizá habría que decir que lo mismo sienten todos los demás con referencia a sus propios temas (los poetas de la poesía, los músicos de la música, los deportistas del deporte, etc.) de modo que el señor Bellina no está solo sino por el contrario muy bien acompañado por numerosa gente. Más aún, a ello habría que agregar que se sumarían a su inquietud los obreros con respecto al trabajo, las amas de casa sobre la comida, los niños abandonados sobre la protección infantil y otro largo etcétera. En realidad, todos los latinoamericanos, y quizá, todos los pueblos no occidentales del mundo, tenemos ese mismo pensamiento: no le dan importancia a lo que nos interesa a cada uno en especial.
Pero para no salirnos del tema tendríamos que decir que la actitud de las sociedades no occidentales ante la ciencia tiene su explicación. Ella no está por cierto en una ausencia de capacidad mental; insinuarlo sería volver a las teorías de antaño donde la inteligencia dependía de la raza o cultura. Pienso que se encuentra en las diferencias intrínsecas, en las esencias que conforman cada tipo de cultura o civilización. Pero no solamente eso; también en los momentos que cada una de ellas atraviesa. Por ejemplo, no podemos negar que la ciencia durante el antiguo Egipto llegó a una cúspide que hasta hoy resulta un misterio para Occidente; claro, no era la misma ciencia como se la entiende ahora, pero eso no significa que no lo fuera. Si se juzga el pasado según los parámetros contemporáneos llegaríamos siempre a la misma conclusión: todo pasado es equivocado y falso, y está basado en supuestos y engaños. Pero esto es un absurdo: tendríamos que calificar a Einstein y a los demás contemporáneos de errados solamente porque hoy creemos que sus ideas se han superado.

A lo que nos lleva este razonamiento es que la ciencia no puede ser entendida como una sola y en proceso de formación constante. Esta es más bien la noción que se maneja teóricamente hoy, pero ello es solo un punto de vista. El error está en partir de un presupuesto y admitirlo como válido: que la historia humana es una acumulación constante hacia un estado de perfección, una línea recta hacia un futuro común liderado por la cultura occidental. En pocas palabras, todo lo hecho hasta ahora ha sido un pre, una etapa preparatoria para llegar a lo que somos. Esta es más o menos la tesis que sostuvo el “filósofo” Francis Fukuyama, pensador integrante de un Think Tank norteamericano del Departamento de Defensa y famoso por su libro El fin de la historia. Pretendía hacernos creer que existía un único plan universal para que llegue el día en que la humanidad sea occidental, cristiana y capitalista, liderada por Estados Unidos. Esta posición imperial ha sido duramente criticada, pero no deja de reflejar que así piensan la mayoría de los países desarrollados.

Entonces, si la historia no es una evolución hacia la Modernidad como fin último, no se puede hablar de una sola ciencia que va sumando conocimientos con el paso del tiempo. Sabemos que diversas culturas han tenido desarrollos notables en el campo científico (entendido éste como el conocimiento del comportamiento de la naturaleza) pero que luego han sido condenados y olvidados, por no decir marginados. Un claro ejemplo de ello es el interés que se muestra en un pequeño sector de la ciencia moderna en temas como la llamada Medicina Tradicional, un saber comprobado que ha perdurado por su efectividad durante miles de años. La gran ciencia occidental lo sigue considerando como un saber práctico, sin base científica y, por ello, sin ninguna relevancia. El prejuicio, el orgullo, la prepotencia y los intereses de los laboratorios hacen que los más grandes científicos desechen sus propios principios, el conocer realmente a la naturaleza, por sostener un edificio de conocimientos orientado estrictamente hacia el actual mercado.

Lo que en última instancia no se quiere admitir es que la naturaleza puede ser abordada de varias formas y obtener diferentes resultados, y el laboratorio es solo una de ellas. El problema es que la opción occidental está construida bajo la idea experimentalista basada en el cartesianismo por un lado y en el principio del tercio excluido por otro (una cosa es solo ella y no puede ser otra). Si se toman estas nociones como si fueran una verdad fundamental y eterna por supuesto que se termina pensando que la ciencia verdadera y única es la que se practica en el Occidente moderno. El tema es que se ha partido de una creencia, respetable sí, pero creencia a fin de cuentas. Occidente no es capaz de reconocer que lo que hace es una versión de cómo conocer a la materia, pero que eso no agota el saber.

Otros pueblos de otros tiempos y lugares han abordado el problema de la naturaleza con ojos distintos obteniendo diferentes resultados. En el caso andino es notorio que no se la ha visto como “cosa” sino como “ente”. Esto porque, a diferencia de los griegos antiguos, el pensamiento filosófico de esta parte no utilizó la razón como herramienta para el conocimiento: empleó la sensación, el conocimiento objetivo, algo que Occidente recién hace un par de siglos asumió aunque a su manera. Cuando se cree que la razón es la panacea se cae en la suposición que solo el hombre cuenta en la vida pues “es el único que razona”, mientras que el resto solo existe por existir, sin ningún sentido ni función. A lo más el cosmos está para darle soporte al hombre, el fin último de todo el Universo. En cambio, en sociedades como la andina, a la materia se le otorgó el mismo nivel que el del ser humano, y más aún: al hombre se lo ubicó en un plano de igualdad con ella, con una función específica que cumplir, ni mejor ni peor que la de ésta. De modo que, siendo así, la ciencia vendría a ser, en este sistema, no el conocimiento de la “cosa” sino el conocimiento del “ente”, del ser vivo y con derechos, con fines y objetivos, con una razón de ser.

¿Y qué tiene que ver esto con la preocupación del señor Bellina? Que lo que a él le inquieta realmente es que en Latinoamérica, como en el resto del mundo no occidental, “no hay interés por la ciencia occidental”, una ciencia que no la sentimos nuestra y que no vemos que contribuya realmente a nada bueno. ¿Las pruebas? Vayamos al mismo escenario de espanto del señor Bellina: Huancavelica, Perú. Observemos todas las cosas vinculadas a la ciencia occidental. Los medios de comunicación: estos solo transmiten los programas y las órdenes de Lima, siempre orientados a dar una visión occidental del Perú y relegando a lo andino a un nivel de “primitivo y folclórico”; las mineras, las únicas entidades que utilizan la más reciente tecnología: tienen por resultado la contaminación y desaparición de la vida natural; otras tecnologías, como los vehículos o las armas: cuando se hace un balance sobre su contribución al desarrollo y a la vida humana se puede decir que traen más destrucción y desestructuración pues imponen por la fuerza una forma de vida ajena a la realidad. En suma de cuentas, la ciencia, en Huancavelica, es un sinónimo de imperio, imposición, desprecio, supremacía del extraño y contaminación. ¿Se le puede tener interés a esto con tales resultados? Imposible.

Hay quienes se apoyan en la medicina para argumentar que Occidente sí le hace un bien a la humanidad gracias a su ciencia. Pues bien, cuando se mira el panorama lo que se observa es un desencuentro entre las necesidades reales de una población y lo que pretende imponer el Estado como noción de salud. Para Occidente la salud se basa en una ideología “taller” donde solo es saludable el que consume medicina. Incluso su nueva estrategia, la de “prevención”, es una versión de lo mismo pues implica ir al taller “antes” que la máquina se malogre; es decir, doble gasto. Desde ya esta filosofía de la salud se estrella directamente con otras concepciones no occidentales donde ésta significa armonía con el medio, donde estar saludable es integrarse al entorno con equilibrio, sin dañarlo, pues hacerlo es perjudicarse uno mismo. Ahí viene la confrontación ya que para Occidente la explotación de la Tierra es lo fundamental, y la medicina que practica es para curar precisamente las consecuencias de dicha explotación. Es, finalmente, una salud para sostener la forma de vida moderna, no para evitar hacerle daño a la naturaleza.

Terminaría diciéndole al señor Bellina que los latinoamericanos no consideramos que sea valioso apoyar la ciencia occidental no por tozudez o negación ciega sino por los resultados que ésta genera. Gracias a la ciencia occidental es que el abismo entre unos pueblos y otros se ha incrementado a niveles nunca antes vistos; gracias a la ciencia occidental los países que la utilizan pueden llevar muerte y destrucción con comodidad y a distancia, imponiendo sus gustos e intereses por toda el planeta; gracias a la ciencia occidental hoy el mundo se encuentra como nunca antes en serio peligro de destrucción puesto que los radioisótopos actúan durante miles o millones de años sobre los seres vivos, inocentes de estos afanes “científicos”. Cómo entonces, señor Bellina, creer que el saber dicha ciencia puede significar un beneficio para alguien que no sea el Pentágono y las transnacionales. La alternativa sería, a mi entender, desarrollar precisamente esa otra ciencia, la ciencia de la vida, la cual se encuentra inserta en la filosofía y forma de ser del mundo andino. No digo que sea la única opción; puede haber otras. Pero es preferible a la que actualmente emplean los dominadores y destructores del Universo.