Esta ponencia propone un cambio de visión sobre la civilización andina:
plantea no verla como un objeto de estudio histórico sino como una propuesta de
modelo a seguir para un desarrollo sostenible en la medida que sus estructuras
filosóficas y sociales coinciden perfectamente con la búsqueda de una forma de
vida futura que armonice con el medio ambiente e interaccione positivamente con
la naturaleza. La razón que lo justifica es que este modelo ha venido siendo
utilizado durante milenios por los pueblos andinos con excelentes resultados
comprobados en la práctica y no hay motivo para creer que no pueda aplicarse a
nivel mundial.
Introducción
Los llamados pueblos ancestrales son
vistos por los países desarrollados como si fueran menores de edad que habitan
territorios muy ricos en recursos naturales pero inexplotados por la
incapacidad de ellos mismos. Igualmente son concebidos como carentes de alguna
virtud que pueda significar un aporte útil para la humanidad. Sin embargo
¿podrían ser considerados de otra manera y no como sociedades incapaces de
aprovechar la riqueza o susceptibles de compasión o receptoras de políticas
asistenciales? Lo que se pretende exponer aquí es que en una cultura como la
andina se encuentran los elementos esenciales que permitirían responder a las
grandes inquietudes contemporáneas como por ejemplo: ¿existirá un modelo de
desarrollo sostenible que pueda reemplazar al capitalismo? ¿Cuáles serían las
bases de su sustentación? ¿Cómo se podría comprobar si es efectivo?
Metodología
Debido a que éste es un razonamiento
filosófico racional se empleará el análisis comparativo y, en algunos casos,
tanto la deducción como la inducción, además de no desechar lo más valiosa que
es la intuición. Diversas ciencias como la historia y la sociología aportan
numerosos elementos de juicio con los cuales se pueden formar nuevas opciones a
través de enfoques no convencionales, distintos a los que se plantea en la
actual academia. Muchas veces lo que cambia no es el dato sino la manera de
interpretarlo, tomando como referencia lo expuesto por Thomas Kuhn cuando
planteó la tesis del paradigma en su obra La estructura de las
revoluciones científicas (1962).
Tres nociones básicas para entender el
pensamiento andino
A continuación voy a exponer en forma
sucinta tres conceptos andinos traducidos de la mejor manera posible a una
estructura de pensamiento occidental. Ante esto es obligatorio decir entonces
que se parte del presupuesto que existe un pensamiento no occidental,
desechándose para ello ciertas tesis que sostienen que la manera de entender e
interpretar al mundo es una sola y que sus etapas básicas corresponden a las
llamadas culturas primitivas mientras que las más elaboradas a la Occidental.
Enfocar las cosas de esta manera es ya de por sí un cambio en la forma de
juzgar que trae consecuencias fundamentales a la hora de hacer estudios y
extraer conclusiones.
Solo considerando esta mirada menos
prejuiciada es que se obtiene más soltura para ver las cosas sin las barreras
de tener que encajarlo todo en un mismo esquema, método que de por sí no ha
resuelto cuestiones básicas que muchos de los contemporáneos exigen ser
replanteados. Entre estos últimos están numerosos pueblos sudamericanos
quienes, lejos de sentir que desaparecen y que son relegados por la historia,
juegan hoy un papel principal en el destino de gran parte del entorno andino.
La investigación teórica no puede estar
al margen de esta realidad centrándose solo en temas que provienen del mundo
occidental y vinculados a las preocupaciones propias de ese medio; el
pensamiento latinoamericano viene luchando desde hace mucho por reenfocar el
objetivo de sus propuestas dirigiéndolas hacia una sociedad y un mundo que no
es Europa o Estados Unidos. En consecuencia, la esencia de las ideas que serán
expuestas a continuación son producto de ese enfoque, de esa peculiar necesidad
nuestra de mirarnos a nosotros mismos como un hecho real y principal, no
marginal ni supeditado a las perspectivas de las sociedades dominantes de
turno. Las tres nociones que se van a tratar son: sobre el origen del hombre
andino, sobre su mandato imperativo de vida y sobre su finalidad, que es la
belleza.
1.
El origen del hombre andino
Es común que debido a las relaciones de
poder que gobiernan el mundo actual se piense que las creencias imperantes son
las correctas. Sin embargo la experiencia nos demuestra que muchas veces éstas
corresponden más a las necesidades de configurar un sistema de dominio que a lo
que podríamos llamar como “la verdad”. No hay imperio que no pueda evitar tener
que establecer ciertos cánones sobre los cuales sostener su dominio. Entre los
muchos esquemas que existen se puede mencionar el de la noción de ser humano,
cómo se piensa acerca de lo que es el hombre. Para tocar este punto debo apelar
a mis propios trabajos sobre el tema los cuales están plasmados en las
obras La promesa de la vida humana y, más ampliamente,
en El impulso filosofante, aún sin publicar. En
inevitable hacerlo puesto que, sin ello, no se podría citar un texto orgánico
que sirva de apoyo a lo que voy a intentar sostener: que el hombre andino ha
configurado su modo de interpretar al mundo en función a una relación sensorial
con éste, de ahí que el eje central para la configuración de sus ideas sea lo
que denomino como el factos, la unidad básica de pensamiento con la cual éste
conforma sus discursos (en el caso occidental es el logos, la palabra). El
factos es el acto con sentido que tiene una explicación y una orientación y que
puede ser transmitido y entendido. La suma de muchos factos es una idea y la
acumulación de muchas de ellas viene a ser el discurso.
Ciertamente que todos los seres humanos
hacemos lo mismo y en distinta magnitud, pero lo que caracteriza al hombre
andino es la priorización de dicho método para el filosofar. Sé que ahondar más
en esto puede complicar las cosas hasta correr el riesgo de salirnos del tema,
pero el hecho es que cuando se emplea tal forma de pensar el producto que surge
de ello es diferente al que se obtiene mediante los otros dos métodos que
vienen a ser el razonal (típico de Occidente) y el intuitivo (de Oriente).
Si hay algunos seres humanos, como el
caso del andino, que consideran que la abstracción se puede plasmar en
elementos concretos físicos y no solo en palabras es lógico que las
explicaciones sobre sí mismo varíen diametralmente de las de otros, asunto que
no debe extrañar. A quienes están acostumbrados a definirse como “seres
razonales” para diferenciarse de los animales les parecerá extraño que haya
quienes no lo entiendan así puesto que no consideran a la razón como el
elemento prioritario para identificar lo humano. En el caso andino, debido a la
preponderancia del factos sobre el logos, la definición recae en el acto, en la
obra, siendo así que el hombre se diferencia del animal no por emplear su razón
(pues todos los animales también la tienen a su manera) sino por “hacer cosas”
que otros seres vivos no hacen. En Occidente fue recién con la aparición de las
teorías evolucionistas que se cuestionó el papel de la razón para darle mayor
valor al homo Faber como base para
entender su esencia.
Visto esto se comprenderá que el andino
se entienda a sí mismo como un producto de su relación activa con la
naturaleza, de un dar y recibir información que es lo que finalmente lo
identifica y de lo cual piensa que él ha surgido. No es por lo tanto ni un
producto divino ni tampoco una exacerbación de su razón sino una obra hecha al
alimón con la naturaleza. Esto explicaría muchas cosas, entre ellas, la
ausencia de textos o libros o el no uso del lenguaje común para el ejercicio
del filosofar, y sí en cambio la preocupación por poner las ideas “sobre” el
mismo mundo en el que vive y donde solo viviéndolo es posible leerlas. Haciendo
un paralelo con Occidente, mientras que allí se filosofa con el logos y se
tienen que construir discursos orales-escritos, en el Ande se filosofa con el
factos y se tienen que diseñar escenarios. Mientras que los filósofos
occidentales son dramaturgos los andinos son escenógrafos y coreógrafos, pero
en ambos casos se deja entender qué y cómo piensan dichos hombres. Para el
andino existen otros sentidos además del de la vista con los cuales interactuar
con el mundo. Un ejemplo de ello es el llamado “Camino del Inca”, en la ciudad
del Cusco, que viene a ser una experiencia que, al ser recorrida, deja entender
muchas cosas específicas hechas por el hombre al igual que cuando se recorre
con los ojos los textos de un libro occidental. El método es diferente pero se
logra el mismo fin: comunicar.
2.
El mandato imperativo de vida
En vista de lo primero resulta
inevitable que, si se desarrolla una relación tan intensa y elemental con la
naturaleza, se reconocerá en ella una serie de atributos esenciales. Debemos
recordar que recién hasta hace poco en Occidente, con el auge de la ciencia, el
hombre razonal de dicho continente comenzó a considerar a la naturaleza ya no
como su enemiga sino como un objeto de su interés y estudio, además de la
fuente de toda su riqueza. Esta civilización vivió durante miles de años
tratando de verse a sí misma como algo más que naturaleza, como alejado de ella
y de su “salvajismo”; lo importante era que el ser humano razonara y eso era su
mayor valor y conquista. Sin embargo con la revolución y la caída del cristianismo
como poder político dicha sociedad reconsideró tal autopercepción y hasta el
día de hoy sigue intentando acercarse a la naturaleza con un verdadero afán,
aunque todavía sin darle otro valor que el de cosa. Los rezagos del razonalismo
aún le impiden aceptar una igualación con el resto de los seres vivos y eso se
demuestra con el predominio que le da a las leyes del mercado por sobre las de
la realidad, siendo ello un síntoma de que a Occidente le importan más sus
propias concepciones de las cosas que los hechos concretos tal cual son.
En el caso del mundo andino, donde el
ser humano vive más cerca de la experiencia sensorial que a la especulación
razonal, el conocimiento es más un “entendimiento” de lo que es la naturaleza.
Si Occidente se formó con la convicción que el conocer era aprehender las causas
de todo, qué origina y ocasiona lo que nos rodea, en el Ande la idea imperante
es la de captar el modus operandi de la naturaleza. He allí también la distinta
orientación de la ciencia pues, mientras que en el primer caso es de tipo
cognitiva —acción que es interpretada como “el descubrir las causas”, llevando
ello a abrir la materia para ingresar a su interior y ver de qué está hecha,
cómo funciona y de qué manera darle otra orientación— en el segundo lo es de
entendimiento, en el sentido de que hacer ciencia no es otra cosa que
“entender” a la naturaleza, saber cómo ésta se comporta para de ahí extraer las
normas básicas de lo que el hombre debe hacer durante su existencia, no así torcerla
a su antojo.
Si es así, el hombre sensorial encuentra
sus explicaciones en lo observable y verificable, en aquello que tiene delante
y que le muestra la esencia de la vida. La naturaleza toda es coherente, nada
se halla fuera de lugar y emplea siempre la misma lógica. Al hombre lo que le
compete es desentrañar de ella las enseñanzas que le explican todo lo que
necesita saber para desarrollar su existencia. Uno de los idiomas originarios
andinos, el quechua, expresa mediante un concepto —ajeno para Occidente— la más
importante ley que el hombre puede llegar a aplicar: kamay, cuya traducción lo
explica como un imperativo que emana de un poder superior al hombre, una
obligación, una orden o un mandato. La idea subyacente es que la realidad es
una estructura compleja pero que tiene su propia fuerza que la anima y toda ella
interactúa de manera recíproca y solidaria, donde nada está dado al azar pues
todo tiene un fin y un porqué, además de una función indispensable. Si desde lo
más insignificante hasta lo más grandioso cumplen cada cual un papel entonces
el ser humano, criatura que forma parte de este concierto, debe tener también
su razón de ser y su misión en la vida. No puede estar exento de ella.
Siguiendo con esta secuencia se deducirá
que la principal preocupación del hombre andino será primero averiguar qué es
lo que le corresponde hacer para insertarse dentro del Universo y luego de qué
manera debe cumplir con dicha tarea. A diferencia de la visión occidental,
donde el ser humano es un ente aparte de la naturaleza, con objetivos y
funciones ajenos a sus dictados y cuya “misión” es usufructuarla según le
indiquen las ideas del momento, la del andino es compenetrarse en su ritmo y
formar parte activa en su desenvolvimiento. Los seres vivos se realizan
plenamente solo cuando desarrollan todo su ser tal como son, por lo tanto el
hombre solo alcanzará su plenitud cuando haga algo que salga de sí y que esté
dirigido a “colaborar” para que la naturaleza siga siendo lo que es. En pocas
palabras, el humano “es” cuando, como humano, pone de su parte todo lo que está
a su alcance para contribuir con la existencia del todo. De modo que no está
llamado a transformarse en otra cosa que en humano, a diferencia de lo que en
Occidente se dice cuando se le imputa a éste un destino de conquistador del
Universo, dominador de la materia o futuro habitante de un cielo o de un
infierno después de muerto.
Si el andino cumple con lo dispuesto
para él por el kamay (el mandato) que viene a ser “lo que es” —puesto que no
hay otra cosa fuera de la naturaleza (y donde la nada es un imposible en la medida
que es solo una noción mental, no real)— entonces su vida habrá tenido sentido
y él será dichoso. Si no lo cumple, si no colabora con el orden tal como es,
entonces se habrá salido de lo correcto y actuado en contra del mandato que le
obliga a ser útil para la naturaleza que le dio la vida. Esto explica por qué
todos los dioses son tectónicos o seres propios de la naturaleza (en Occidente
califican esto de “panteísmo” o “animismo” insinuando con ello una visión
“primitiva” de la vida) y por qué el andino se inclina a lo evidente antes que
a lo abstracto, situación que lo aleja de las especulaciones teóricas, muy
entrañables para el occidental, pero que le resultan extrañas e incomprensibles
en vista que la naturaleza no es ni oscura y misteriosa sino clara y sencilla
en sus manifestaciones. Con ello también se aclara en parte la razón del
carácter y temperamento de dicho hombre ante la existencia.
3. Su finalidad: la belleza
Un tercer concepto fundamental para
abordar el pensamiento andino es aquel que entenderíamos como su meta o
finalidad; cuál sería el objetivo ideal que él persigue durante su vida, tanto
como individuo como sociedad. Si hemos visto que él es distinto en cuanto a su
forma de entender al mundo y a la realidad a como estamos acostumbrados —o sea,
a la manera occidental— pues no filosofa con la razón sino con la sensación,
con el factos, y por ello le da más peso a lo que obtiene como información de
la propia naturaleza que de su imaginación. Se podría decir que si lograse
aplicar todo lo que observa de ella para ejecutar su función humana entonces
tendría por resultado una obra tangible y real que formaría parte del contexto
natural, significando ello un aporte para que la propia naturaleza sea lo que
ella ya es: perfecta. Si la flor, si la hormiga realizan su “trabajo” y con
ello realzan al todo, el hombre no puede ser menos; también tiene que hacer
algo para que ésta vaya bien, como debe ser. De modo que el aporte suyo tendrá
que revertirse en la misma naturaleza y ello será un ladrillo más dentro de la
armonía del conjunto, armonía que, cuando se da, produce equilibrio y paz,
estabilidad y tranquilidad, cosa que es la mayor gratificación posible para el
ser humano. Ese estado agradable lo que genera es una sensación de ver, de sentir,
de compartir con satisfacción. Es, en suma de cuentas, un estado de belleza,
puesto que la belleza no es otra cosa que la contemplación de la armonía, lo
cual vendría a ser el gran objetivo de la existencia para el ser humano desde
el punto de vista andino.
Toda obra humana, en la medida que
produzca un beneficio común, tanto para el hombre como para la naturaleza, será
siempre bella, de tal manera que la estética se medirá en función a cómo se
insufla en la materia los elementos que producen armonía. No se trata de
“imitarla” sino de “ayudarla” a seguir siendo lo que es. Cuando no se cumple
con lo que se debe se produce el desorden, el desequilibrio, la falta o el “pecado”
(tomando un concepto cristiano) y ello solo se repara cuando las cosas vuelven
a su cauce, a lo que deberían ser. Cuando todo está en su lugar y actuando de
acuerdo con el mandato imperativo se obtiene la belleza, situación que en el
hombre es un estado contemplativo extático que llena su espíritu con una
sensación de gozo. La diferencia que hay con el concepto “felicidad” es que no
es algo que está únicamente en el interior de una persona, como pasa en
Occidente, sino que necesariamente tiene que provenir del exterior; es decir,
no es un placer privado: es un hecho concreto que tanto a la naturaleza como a
los otros hombres les debe constar que es real. En el mundo andino no se busca “la
felicidad” sino la belleza, algo más impersonal pero que sí es posible de
lograrse y de comprobarse en la práctica, mientras que la felicidad puede tratarse
de una ilusión pasajera, egoísta o perversa, donde tanto los demás como la
propia naturaleza están ausentes de esa experiencia.
Esto explicaría por qué en el mundo
andino se habla hoy de “el buen vivir” (en quechua allin kausay) que engloba
muchas más cosas que un simple estado de felicidad individual. En el buen vivir
están implícitos numerosos conceptos como, por ejemplo, el que nadie puede
obtener este buen vivir por sí mismo; es necesariamente un acto colectivo donde,
sin la participación de los demás, no se puede lograr. Sería imposible para el
andino gozar mientras el entorno sufre puesto que éste es parte de su ser (en
la felicidad sí puede darse en la medida que se trata de un estado íntimo
supeditado solo a metas personales, sin importar si éstas sean o no
contraproducentes con el bien para las mayorías y para la naturaleza y los
seres que la habitan). Si el equilibrio está roto, si la naturaleza sufre una
quiebra en su estructura, si los seres con los que se cohabita igualmente
sufren será inútil intentar encontrar la belleza buscada y se vivirá con pena,
tristeza y amargura. En cambio, si se restaura el equilibrio las cosas se
encontrarán en su lugar y cumplirán con la misión encomendada. Y si el hombre
andino ha puesto su cuota de esfuerzo para que eso se dé entonces el resultado
será la contemplación de la belleza de la obra y ello lo llenará de dicha.
Se comprenderá que frente a esta lógica
el transformar a la naturaleza en algo que no es o no tiene que ser resulta una
deformidad; y que el hacerlo conlleva un desequilibrio que termina en fealdad.
Para el andino el trastocar la naturaleza para que el hombre haga con ella lo
que no está dentro del mandato imperativo solo puede producir desgracias y
destrucción, arrastrando al ser humano a una tragedia. Ello permite entender el
porqué de la animadversión que genera en él la mentalidad razonal que ve a la
naturaleza como un objeto de consumo para el hombre; el porqué de su
indiferencia ante un tipo de ciencia que no es la suya y su rechazo a integrarse
incondicionalmente a una civilización que percibe al mundo, al Universo, como
contrincantes o como presas a las cuales debe someter a su servicio.
Conclusión
El modelo ancestral andino contiene en
sí mismo el esquema de un desarrollo sostenible porque proviene de una
concepción cuya principal preocupación es la simbiosis y el equilibrio con la
naturaleza de lo cual se deriva todo lo demás. De modo que, si se quisiera
encontrar modelos alternativos a la actual modernidad mercantil occidental, lo
que se propone aquí es tomar las estructuras fundamentales de dicha cultura
como patrón de organización y sus ideas centrales aplicarlas, con las
necesarias adaptaciones del caso, a un nuevo formato de sociedad universal.
Todo dependerá de la capacidad que tengan los pensadores e intelectuales para
desarrollar más al detalle esta propuesta, tal como lo hicieron en el pasado
los diversos visionarios que, a través de sus obras, plasmaron utopías que, a
la larga, sirvieron de inspiración a los políticos y planificadores. Debemos
recordar que fue el Inca Garcilaso de la Vega quien, con su obra Comentarios reales, motivó a millones de
europeos a pensar que sí era posible que existieran modelos de sociedad no
occidentales y que fueran, no solo viables, sino incluso superiores a los que
ellos conocían.
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