Este ensayo ha sido escrito dentro de una correspondencia suscitada a raíz de la noticia del posible descubrimiento de rastros de vida en una luna de Saturno y las repercusiones que ello tendría dentro de los dogmas de la Iglesia Católica.
1.
Quisiera
empezar yendo hacia lo genérico pues es mi terreno. El ser humano. Tenemos que
reconocer que aún con toda la tecnología moderna las respuestas básicas a la
gran intriga de nuestra existencia no están dadas, principalmente porque los
logros de esta civilización se centran principalmente en la sustentación de un
modelo de vida basado en las necesidades corporales y sus derivados. El terreno
filosófico se ha movido muy poco o casi nada y apenas ha servido para darle un
referente ordenado al pensamiento científico imperante (empistemología,
metodología, etc.). ¿Tiene esto algo que ver con la NASA y la posibilidad de
vida en la luna de Saturno que hará preocupar a la Iglesia Católica? A mi
entender sí pues está relacionado con el asunto central de este escrito: el
tema la verdad.
2.
Los humanos
suponemos que lo que percibimos a través de los sentidos es la realidad pero,
sensatamente hablando, no podemos decir que ellos la abarquen toda. La aparición
de ciertas herramientas, como el microscopio y telescopio, hicieron ver a los
amantes de la razón que ésta era sumamente limitada para intentar el
conocimiento absoluto, pues la simple ampliación de lo perceptible dejó en
claro que las dimensiones que manejamos son, como siempre, relativas. Y esta
situación, lejos de acabar, continúa ahora, pues con cada nuevo instrumento
seguimos dándonos cuenta que proseguimos sin poder decir que sabemos qué es la
realidad. Incluso la simple observación de los animales nos hace ver que,
aquellos que poseen mejores sentidos o emplean otros que no sospechamos, captan
fenómenos que, hasta ahora, son para nosotros un misterio.
3.
Y con ello
llegamos a un primer elemento importante en este raciocinio: el misterio. ¿Podemos
soportarlo? En este tiempo no. Cuando la religión era imperante bastaba con el
simple tabú para no preocuparnos por aquello que no entendíamos. Pero con la
sublimación de la ciencia moderna (supuestamente capaz de devorar plenamente la
realidad y alcanzar “la verdad”) la presencia del misterio genera
incertidumbre, dudas y desconcierto. Cuando se trata de algo sencillo la
preocupación es pequeña, pero cuando es algo complejo e indescifrable se
convierte en un trauma difícil de aguantar ante lo cual es preferible soslayarlo
o simplemente ignorarlo declarándolo “falso o un problema mal planteado”.
4.
“La ciencia
avanza de a pocos”, dicen sus seguidores, pero lo cierto es que el gran error
de la modernidad ha sido pensar que sí era posible conocer y dominar la
realidad, naturaleza incluida, y creer que la forma de hacerlo era mediante el
método cartesiano (puesto que ciencia siempre ha existido en la historia, pero
desarrollada de otra forma). Hoy, en este siglo XXI, lejos del optimismo
exaltado de los positivistas y racionalistas del XX, nos damos cuenta que tanto
el Universo como la materia son lo más parecidos a un pozo: mientras más se
cava en él, mientras más se sondea, más grande se hace y más imposible siquiera
tener una idea de lo que es. Con la antigua simpleza de las creencias la
sensación de seguridad era mayor; ahora nos quita el sueño la percepción de que
la falsedad amenaza a todo lo que creíamos saber.
5.
Pero otra
idea de la modernidad que también se tambalea hoy es la de que el destino del
ser humano es el dominio del mundo, lo cual implica también el Universo en su
conjunto (no hay límites para el avance de tal pensamiento). ¿Será cierto que
somos una súper raza cuyo porvenir manifiesto es controlar a la materia y todo
lo que ella genere? La ciencia ficción nos hace creer que sí, que con el tiempo
llegaremos a las estrellas más lejanas y que tendremos máquinas que lo harán
todo posible y así el hombre habrá conquistado el Universo, siendo esto solo
cuestión de tiempo. Pero ¿qué certeza tenemos que eso sea cierto? ¿Cuánto de
ello es nada más que nuestra imaginación, nuestro deseo de vernos de ese modo:
como gigantes ante la naturaleza? Sin embargo nos gusta creerlo y lo aceptamos
felices. Tenemos por lo tanto que descubrirlo todo y ponerle nuestra firma para
que ello tenga sentido y exista. Mas si alguna cosa no la entendemos o no
podemos dominarla entonces decimos que es porque algo debe estar mal o
probablemente tal cosa no existe (es una fantasía).
6.
En filosofía
el tema del hombre frente a la realidad no es nada nuevo ni tampoco es un
invento de los griegos (aunque todavía hay quienes aseguran que la filosofía es
creación exclusiva de tal pueblo y que sus herederos son por supuesto los
occidentales). Pero la tal realidad tampoco ha sido vista siempre de la misma manera.
Por ejemplo, Demócrito no necesitó de las máquinas de hoy para intuir que
existían los átomos; 2 500 años después a la experimentación contemporánea le costó
mucho comprobar aquello que solo requirió de un cerebro para saberse, la más grande herramienta jamás existente hasta
ahora. Se trata de la
misma realidad, solo que con caminos largos y cortos para alcanzarla,
miradas desde abajo y desde arriba, maneras de tratar con ella y de describirla.
Es como la historia del elefante definido por cuatro ciegos, cada uno tocando
una parte de su cuerpo. Todos tienen la razón, solo que cada cual percibe una zona
de él.
7.
La realidad entonces
atraviesa tanto la capacidad de nuestros sentidos como los métodos de la
ciencia puesto que incluye muchas más dimensiones a las que estamos, y quizá
estaremos, negados para siempre. A ellas solo se ha podido acceder mediante
mecanismos diferentes como la introspección, la reflexión, la iluminación
intuitiva y la imaginación. Sin estos, que solo son procesos y es imposible demostrarse
que existan, la única realidad posible sería la que sostenían comunistas clásicos: solo es real aquello que se
toca con la mano, imitando a Santo Tomás que no creía en nada que no tuviera
dimensiones perceptibles por el hombre.
8.
Pero vayamos
al tema de la verdad. ¿De dónde surgió la idea de que “existe una (sola)
verdad”? Probablemente de los griegos, pero aunque sea una bonita concepción no
significa que necesariamente tal cosa se dé fuera de nuestro pensamiento. Los
seres humanos, a diferencia de los animales, vivimos en función de lo que
creemos, no de lo que es fáctico (y eso nos diferencia de ellos). Preferimos
mil veces creer en algo a responder solo a nuestros instintos, de modo que lo
que nos hace ser humanos es el creer, sea lo que sea. Hay cosas que, vistas de
otro ángulo, pueden parecer absurdas, pero para los humanos nos son
fundamentales y sin ellas no podríamos vivir. Todas las culturas, por ejemplo,
son inventos innecesarios para la existencia animal, pero andar desnudos por el
mundo buscando raíces nos haría sentirnos sumamente miserables. Necesitamos imperiosamente
el creer.
9.
Quiere decir
que el mundo, nuestro mundo humano, es tan real como los centauros y los
cíclopes puesto que es solo nuestro invento, una obra que suponemos cierta y
verdadera aunque, cuando lo analizamos, lo tildamos de “comedia” o “farsa” pues
resulta todo superfluo. Sabemos que para sobrevivir no necesitamos de
televisores, teléfonos, ropa, automóviles y todo lo demás. Los niños criados
por animales salvajes y los locos que caminan desnudos en invierno por las
calles demuestran claramente que el cuerpo humano puede resistir tranquilamente
cualquier ambiente y reto natural. En estas circunstancias pensar que sí
sabemos lo que es la naturaleza suena poco menos que risible ya que somos seres
que nos caracterizamos justamente por rechazarla y vivir en contra de sus
mandatos. Claro, argumentamos que nuestras máquinas hacen tales o cuales cosas
porque “hemos descubierto sus propiedades”. Pero ¿acaso esas son todas las
propiedades posibles o existen muchas más? ¿El combinar la materia para
satisfacer nuestras ocurrencias nos permite afirmar que tenemos su conocimiento
absoluto? Miles de cosas puede hacer un niño con bloques para armar sin necesariamente saber de
qué están hechos ni quiénes los hicieron.
10.
Y ahora sí
llegamos al tema de la luna de Saturno y sus “sorprendentes” posibilidades de
que exista vida. Pero ¿no era que el Universo que hemos descubierto es uniforme
y que los mismos fenómenos se repiten? ¿Cuál puede ser la sorpresa: que no sabíamos
dónde y cómo? Pues entonces es un problema de fe, el mismo que tenía Santo
Tomás quien pedía meter el dedo en la llaga de Jesús ya que no había palabra ni
testimonio que pudiese convencerlo de aceptar algo sin tocarlo. Solamente
podemos creer en aquello que se demuestre y lo que no está demostrado o es
falso o es solo una teoría, algo posible pero no real. El exceso en querer
tener “la verdad” nos ha llevado a buscarla como si ella realmente existiera y pensamos
que solo es verdadero aquello que responde al método que nosotros hemos
escogido; cualquier otro que se aparezca estamos convencidos que nos aleja de
ella, que es errado.
11.
De modo que
vivimos llenos de supuestos: suponemos que la verdad existe; suponemos que el
objetivo de la vida humana es el poseer tal verdad; suponemos que para ello
tenemos que seguir a pie juntillas el método científico moderno. Todo esto son presunciones
humanas hechas solo para humanos, puntos de vista para que nosotros lo creamos
así. Mas ¿será la realidad de otras maneras distintas a las que captamos? Todo
parece indicarlo; bastaría con tener el cuerpo de una polilla para que viéramos
de forma diferente a la naturaleza. Pero como no lo somos seguimos aferrados a
nuestra dimensión humana y la consideramos como “la verdadera, la correcta”.
12.
Tanto las religiones
como las ciencias requieren de la fe de sus seguidores para consolidarse. Sin
ello podrían desgastarse toda la eternidad dando sus respectivas “pruebas” sin
que se les haga el más mínimo caso. Porque finalmente el hombre es el que
decide en qué mundo vivir y cómo le gustaría verlo, al igual que cuando se decora
una casa siendo ella totalmente diferente a la del vecino. ¿Por qué creer que
la de al lado y todas las demás están mal construidas y amobladas simplemente
porque no son como la nuestra? Por pura ignorancia de lo que realmente somos
los seres humanos: entes deambulantes por el mundo creando nuestra propia idea
de nosotros mismos según la ocasión y circunstancia. ¿Que la ciencia tiene la
verdad, que la tiene la religión, que la tiene él, que la tengo yo? Pero ¿qué
podemos hacer: decidir que ella existe y que es solo una y usar para
demostrarlo el método de los imperios invadiendo a los “infieles” para
imponerles la nuestra? Sí, por supuesto que se puede (y Occidente nos puede dar
clases de ello); pero eso no es filosofía sino política.
13.
Occidente, la
NASA y la comunidad científica tienen su manera de ver las cosas y se intitulan
a sí mismos dueños de esa “verdad” que dicen que existe y que ellos la tienen. Quienes
se les enfrentan son sencillamente expulsados del paraíso de lo real y lo sensato.
Es la ley de la fuerza la que obliga a que les creamos pero sin que sepamos si
realmente ellos dicen todo lo que dicen ni si las cosas son tal como las presentan.
¿Que la ciencia es un ente que navega por sí solo enarbolando la verdad, la
única, y al margen del poder? Eso es un absurdo, un imposible. Las veces que
algún individuo ha ido en contra de una verdad oficial ha terminado siendo eliminado,
como Bruno o Servet. Si los “galileos” de hoy se salvan es porque ceden
convenientemente ante las “buenas razones” del poder, pero no porque
verdaderamente estén de acuerdo con el Pentágono, la NASA, los grandes
laboratorios o las revistas científicas.
14.
La sensatez y
el sentido común bastan para hacernos ver que esta época, como cualquier otra, también
tiene sus verdades sagradas contra las que no es conveniente chocar, y no decir
que se cree en ellas es peligroso. El supuesto “conocimiento” que ahora tenemos
es solo aquello que armoniza con el tiempo en el que estamos y que no lo
contradice. Así se descubran millones de cosas maravillosas en la naturaleza todas
pasarán, nos guste o no, por el tamiz de lo correcto y lo incorrecto, y aquello
que vaya en contra de la modernidad, de la sociedad de mercado, del imperio del
capitalismo será, como sucedió durante la Edad Media, quemado o crucificado.
15.
Porque cada
era se defiende de la que viene, de aquella que pugna por reemplazarla; es el eterno
devenir de la historia. La modernidad, como debe ser, se resistirá hasta lo
último para no ser desplazada por su sucesora, pero aún con toda su contemporánea
inquisición (la comunidad científica) finalmente la necesidad de los pueblos
será más grande que todas sus “verdades” y vendrá un nuevo planteamiento, una
nueva forma de concebir la realidad, una vuelta al calidoscopio para ver las
mismas piedritas puestas de otra manera, junto con una diferente forma de
definir lo humano y la naturaleza.
16.
¿Qué dirá ante
esto el Catolicismo? Seguramente lo mismo de siempre: que puede sobrevivir a
otra revolución, como pasó con la francesa, pero eso nadie lo sabe. Sin embargo
lo más probable es que la nueva sociedad venga también con su nuevo Dios y que
el Cristianismo tenga que retroceder, ahora sí, para convertirse como todas las
anteriores religiones en un mito viejo y en desuso. Porque nada obliga a que
este mismo Dios que conocemos continúe, como nada obligó a poner al querido
Júpiter en el anaquel de las leyendas. La NASA, tal como en su momento lo
hicieron los teólogos, puede decir que posee “las pruebas de su verdad” (como toda
creencia las tiene, por eso la gente cree), pero nosotros, desde nuestra
humilde actitud filosófica, sabemos que todo ello es relativo (tan relativo
como las fotos que escoge para exhibir en su portal y las que esconde para “no
causar problemas” a sus seguidores). La verdad finalmente es tan solo un
concepto, uno de muchos creados por los pensadores y únicamente existente en el
hombre. Fuera de él todo es silencio, orden y caos al mismo tiempo.