domingo, 28 de junio de 2009

Lo andioamericano no es una raza sino una nación

“Divide y vencerás” dice el refrán y eso es lo que siempre busca el dominador: que los pueblos sometidos no se sientan partes de una misma nación sino, por el contrario, muchas y opuestas entre sí. Por eso sostienen la idea de que en Latinoamérica existen diferentes pueblos con distintos idiomas y culturas que, por no tener nada en común, deben existir de manera individual e independiente. Pero esa es solo una forma de mirar las cosas porque todas las naciones, incluyendo a las más poderosas, son conglomerados de etnias, idiomas, culturas totalmente diversas y, en muchos casos, en permanente conflicto, agresión y explotación mutua. De modo que, afirmar que andinoamérica no puede ser una sola nación carece de un sustento real y solo es un esfuerzo para que no se engendre un enemigo que puede ser peligroso para las pretensiones de las grandes potencias de apoderarse de sus recursos y sus territorios.

Es muy común en los países latinoamericanos que sus habitantes se marginen y dividan por cuestiones meramente culturales y raciales. En cada sociedad de este continente existen la clase blanca, culturalmente occidental, y luego un sinfín de “razas y culturas” menores, no en número sino en “calidad”, que no poseen el poder y, por lo tanto, no acceden a los privilegios de la Modernidad de Occidente. Nadie piensa que un blanco latinoamericano con dinero y cultura pueda sostener que él sea “hermano” o “paisano” de un “indio” o “aborigen”. Esta situación lo que esto genera es un enfrentamiento, no político pues eso surge después, sino social, el cual trasciende los intereses inmediatos de la política contemporánea y que viene durando varios siglos. Esto echa por tierra la tesis de que, los actuales problemas latinoamericanos son por cuestiones únicamente actuales y solo por cambios en el poder.

Los problemas no son de ahora

Viven, entonces, las naciones andinoamericanas, una lucha y una tensión permanentes al interior de sus sociedades pues éstas se sostienen, no en unas leyes que son meramente declarativas, sino en la posesión de los beneficios en las pocas manos de los “occidentaloides”. Estos se respaldan siempre en las fuerzas armadas, formadas y educadas exclusivamente para defender una idea de nación que responde al credo occidental y que ve en las “razas inferiores” un peligro constante de subversión (a pesar que los militares en su mayoría provienen de esos grupos nativos). Eso explica por qué es recurrente que cada cierto tiempo estallen las contradicciones. Pero la astucia de las clases dominantes está es disfrazar, ante sus connacionales y los otros países, estos conflictos como si fueran solo pugnas meramente político-ideológicas llevadas a cabo por grupos organizados que aspiran al poder. De ese modo es cómo tapan los trapos sucios de casa para exhibir un pleito aparente pero que en verdad no lo es.

¿Civilizar es occidentalizar?

Los menos interesados entonces en que las naciones andinoamericanas tengan una idea unitaria que traspase lo cultural y racial son los occidentaloides dominantes, poniéndose ellos en la punta de una supuesta pirámide en la que todos los habitantes se ubican en algún lugar de ella y donde el objetivo de la vida es “progresar”, lo cual significa pasar de un nivel al inmediato superior, esfuerzo que implica dejar de ser “indio” para convertirse en “occidental”, tanto en pensamiento como en acción. De ahí se desprende el interés permanente de los occidentaloides en no considerar a los que no son como ellos como “atrasados” a quienes hay que occidentalizar a la fuerza (porque estos siempre se resisten al avance de la “civilización”). Por eso, cuando se habla de lo andino no como etnos (raza) sino como ethos (identidad), los dominantes lo rechazan abiertamente porque ello representa una amenaza al concepto de nación que han construido y que los sustenta en el poder, que es el que se basa en el etnos (y donde el progreso es entendido como el traspaso de una civilización determinada a la occidental, que incluye el “blanqueamiento”, el aprendizaje del idioma, los usos y costumbres occidentales, etc.).

Lo andino no es una raza: es una nación

Pero lo andino es en verdad no una raza, ni un idioma, ni unas costumbres, ni un pueblo en especial, ni una vestimenta, ni una música, ni un pasado o una artesanía. Esa es la visión del dominante, del que no se siente para nada parte de ese mundo y que quiere que éste permanezca como una expresión no oficial, marginal, que no se entronca con el criterio occidental de desarrollo al que más bien se opone y lo estorba. Para ellos la eliminación tanto mental como física de las otras civilizaciones sería lo ideal porque allanaría el camino hacia la Sociedad de Mercado y a la implantación de una civilización única, Occidente, tal como está planteado por los grandes capitostes de las empresas transnacionales, según se desprende de los documentos filtrados de sus conciliábulos secretos llamados Bilderberg, Consejo de Relaciones Exteriores, la Trilateral, las logias masónicas, la B’nai B’rith, etc.

Sí existen diferencias con Occidente

Lo andino es en verdad un ethos, una identidad más allá de las características raciales o culturales que más bien las agrupa y las unifica sin eliminarlas. Si algo caracteriza a lo andinoamericano es su respeto a la biodiversidad que incluye también a los seres humanos (puesto que nosotros también somos parte de la vida) por lo que es natural que no vea las diferencias como desunión sino como complemento (pues otra de las características que tiene es la complementariedad, en la que los elementos no se enfrentan y anulan sino más bien se apoyan, como pasa en los rompecabezas). Esta lógica es la que se observa, por ejemplo, en los mercados andinos que, a diferencia de los occidentales, nadie intenta “competir” para “ganar” y “sobresalir” y hacerse “rico y poderoso”, sino más bien de lo que tratan es de compartir equilibradamente el producto total de las ganancias, lo cual no anula la individualidad de nadie si no lo que no se da es la individuación del capital final, que es algo diferente. Tanto el comerciante andino como el occidental son individuos que se esfuerzan por hacer lo mejor posible su oficio; la diferencia está en que, en el andino, no existe la idea de la apropiación de los resultados del esfuerzo en un solo individuo.

Definiciones occidentales para no occidentales

Y todo esto no es producto de los que dicen que se trata de un “comunitarismo andino” como si fuese un invento más de Occidente trasplantado a América. Esta forma de ser y de vivir, muy por el contrario, está incorporada a la lógica de nuestra civilización, y no necesita de calificaciones que se prestan más a confusión que a una descripción. El comunitarismo es una visión europea de cómo Occidente NO ENTIENDE a los otros pueblos, no cómo los entiende. Es una manera fácil de agrupar en un solo cajón todo aquello que la razón occidental no puede comprender (algo así como el nombre de “World music” que le han puesto a todos los géneros musicales que no son de su civilización). Pero en ese genérico se encuentran muchas sutilezas que, bien analizadas, no son tan simples de calificar de “comunismo primitivo” pues no lo son. La mentalidad andinoamericana no es racionalista, por lo tanto mal haríamos en pensar que aquí se haya desarrollado una forma colectivista que es producto principalmente de una organización racional del espacio y de la sociedad.

Hacer nación es tarea nuestra

Finalmente, si consideramos que andinoamérica no es una raza sino una nación lo que se debe empezar a hacer es ir eliminando de nuestra mente la idea de que lo andino tiene que venir de la sierra, tiene que expresarse en un idioma prehispánico, tiene que estar vestido “folclóricamente” y tiene que poseer un determinado color de piel. La andinidad está más bien en la idea de nación que tenemos, en los valores que ella representa, en la promesa de ella ofrece de no destruir el mundo sino, al contrario, defenderlo de la enfermedad de la explotación. Eso y mucho más es la esencia de lo andino y a eso es a lo que debemos apuntar tanto en nuestras expresiones diarias como en las nociones de educación y formación de nuestras futuras generaciones.

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